Matando al presidencialismo.

J. Alejandro Peyro, Revoluciones

Quinta y última parte.

La indestructible esperanza.

Escuchando las opiniones de analistas políticos latinoamericanos, se obtiene una conclusión fatalista respecto al porvenir de nuestro país: difícilmente México será más justo, equitativo y próspero a principios del siglo XXII que lo que es a principios del siglo XXI. Es la terrible tendencia a la inmovilidad propia de los regímenes conservadores lo que sustenta este pronóstico ciertamente aterrador. Es la lucha ciudadana lo que lo puede revertir.

Paradójicamente, fiel a la gran paradoja en que históricamente hemos vivido, ha sido un liderazgo personal lo que ha desencadenado el movimiento de conciencias más amplio que haya conocido México. Un liderazgo que contra todo pronóstico, ha roto la lógica electorera y ha denunciado la farsa institucional. Andrés Manuel López Obrador ha logrado, más allá de sus evidentes intereses políticos y su largo camino en la consecución de poder público; que miles o tal vez millones de personas rompamos con el clientelismo, protestemos y participemos activamente en un movimiento que si bien no se ha consolidado por su falta de coordinación, megadiversidad de ideas y opiniones y oportunismo político cupular que aún merma; sí ha pasado la primera gran prueba de resistencia: No ha decrecido y su militancia se ha fortalecido, en compromiso y en creatividad.

Este movimiento va más allá de las acciones políticas de Andrés Manuel López Obrador. Su gobierno legítimo es una declaratoria contundente de rechazo a la farsa institucional, pero sobre todo es la muestra de que ese rechazo es convalidado por al menos veinte millones de mexicanos. Si la estructura organizativa del gobierno legítimo llega a demostrar que tiene ese nivel de representación nacional, lo cual se calcula ocurra para el año 2008, el Frente Amplio Progresista, brazo político del gobierno legítimo, será la fuerza política más grande del país. Independientemente de su número de militantes (o representantes, como se denominan), su fuerza radicará en el activismo de sus miembros. La apuesta política a la indiferencia ciudadana que siempre ha hecho la derecha, por lógica elemental, y más temprano que tarde, será una apuesta perdedora. Como bien dijo el prócer Benito Juárez y el mismo López Obrador cita con frecuencia: “El triunfo de la reacción es moralmente imposible”.

Otro elemento importantísimo que surge en esta coyuntura es aquel al que los conservadores siempre desdeñan: la historia. A los grandes sucesos de la historia nacional siempre preceden golpes terribles y sucios de los grupos de poder. Golpes que han roto con la conformidad determinista del pueblo. En todo este proceso se incrusta la enorme debilidad e ineptitud del régimen despótico en turno. Y en menos de cuarenta y cinco días todos hemos sido testigos del gobierno más débil, timorato, inepto e incluso ridículo que una elección fraudulenta haya podido crear.

Con el actual desgobierno, el ejercicio gerencial raya en la total subordinación del Estado al capital financiero. Tanto, que sólo falta que los señores del dinero rescindan el contrato del gerente (presidente) y así, nada más por impulso, pongan otro, más a modo para ellos.

Es el momento histórico el mensaje más poderoso que debemos esgrimir los ciudadanos libres. La “finura” o el instinto como lo definió Hegel nos hace percibir que estamos en el umbral de algo muy importante. Algo muy grande va a pasar en nuestro país. Debe pasar. Todos debemos ver más allá de nuestras acciones, más allá de los sufragios o de las movilizaciones o de los medios (sobre todo de lo que nos quieren vender los medios), más allá de los adversarios o de los ingenuos e ignorantes que defienden sin saberlo los intereses de aquellos que han sangrado por décadas a todos, incluso a esos que los defienden con la fiereza propia de la enajenación.

Debemos ver lo que queremos ser, como individuos y sobre todo como comunidad, como país. Debemos formar en nuestra mente la visión de un México más justo, más humano, más sincero. Si lo hacemos, luchar para que esa visión se vuelva una realidad será lo más fácil por hacer.