UN OBISPO COMO POCOS
Aunque sean minoría, ha habido y hay Obispos y Sacerdotes latinoamericanos y mexicanos que muestran el verdadero rostro de Jesús, e incluso el verdadero rostro de la Institución Iglesia, y que son una esperanza para la mayoría católica en nuestro suelo mexicano y para millones de creyentes que están en la Resistencia… Uno de ellos fue, es y será Don Sergio Méndez Arceo, Obispo comprometido con su pueblo y muy recordado, especialmente en fechas recientes a propósito de su cumpleaños 100 el pasado domingo… Elenita Poniatowska es una de las reconocidas Obradoristas que nos han traído a la memoria a este gran Obispo. Aquí ponemos su bello artículo reciente (los subrayados en negrita y en cursiva son míos)…
LOS CIEN AÑOS DEL OBISPO SERGIO MÉNDEZ ARCEO
El 28 de octubre de 2007 un sacerdote excepcional habría cumplido cien años. Para conmemorarlo, monseñor Samuel Ruiz García, la Casa de la Solidaridad y el Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina Óscar Arnulfo Romero, organizaron una subasta de cien obras de arte que en la década de los ochenta le fueron donadas a Sergio Méndez Arceo y al Comité Manos Fuera de Nicaragua, con el fin de apoyar a los pueblos empobrecidos de Latinoamérica.
Carlos Sergio Méndez Arceo nació el 28 de octubre de 1907 en la ciudad de México, en el seno de una familia preocupada por los pobres. Sus padres, en Zamora, Michoacán, eran primos de Lázaro Cárdenas del Río, el mejor presidente de México. El pensamiento liberal y la religión presidieron su infancia. El niño Sergio fue el más chico de 12 hermanos. Muy bueno para las matemáticas, podría haber sido ingeniero, pero un día su tío, el arzobispo José Mora y del Río, se lamentó de la falta de sacerdotes en México (los evangélicos y los protestantes cobraban gran auge) y en ese instante el niño pensó: “Yo voy a ser sacerdote”. Era el año 1921, tenía 14 años. Su padre intervino: “Sólo quiero decirte una cosa, hijo: no hay peor política que la negra”.
Don Sergio permanecería 11 años en Roma. En 1939, ya ordenado sacerdote, recibió el grado de doctor en historia. A su regreso a México, fue maestro de historia y de filosofía en el Centro Cultural Hidalgo, que habría de convertirse en la Universidad Iberoamericana.
Al llegar a su diócesis, el 30 de abril de 1952, todo cambió en Cuernavaca. En la capilla colonial de San José, se dieron misas singulares con mariachis que congregaron multitudes. No sólo Cuernavaca quería a don Sergio, todo México corría a verlo y él les devolvía su cariño a los fieles y a los no tan fieles. Sus homilías hicieron época. Escucharlo hablar desde el púlpito era una fiesta.
Don Sergio no sólo restauró las almas sino la catedral. Felipe Teixidor, Alfonso Reyes, Ignacio Chávez, Jesús Silva Herzog y Silvio Zavala lo visitaban. Organizó temporadas de conciertos con la Orquesta Sinfónica Nacional que ni siquiera conocía Morelos, ofreció la capilla abierta de San José para la presentación de Autos Sacramentales y de obras clásicas y modernas, subió a escena en 1960 Asesinato en la catedral de T. S. Elliot. No sólo se hizo famosa la misa de mariachis, también la de jazz, los jóvenes cantaban a voz en cuello. Don Sergio visitó la colonia de paracaidistas fundada por el guerrillero maoísta Florencio El Güero Medrano y cortó quelites con los más pobres, pero en septiembre de 1966, en un congreso en Caracas, fue aún más lejos y al hablar del cura Camilo Torres, declaró: “Las revoluciones violentas de los pueblos pueden estar en algunos momentos de la historia absolutamente justificadas y ser totalmente lícitas, porque la revolución en el propio sentido de renovación es finalizar lo inacabado o aquello que se puede perfeccionar”.
Las palabras del obispo de Cuernavaca adquirirían una gran fuerza en el México del 68. Dijo en su sermón dominical: “Me hace hervir la sangre la mentira, la deformación de la verdad, la ocultación de los hechos, la autocensura cobarde, la venalidad, la miopía de casi todos los medios de comunicación. Me indigna el aferramiento a sus riquezas, el ansia de poder, la ceguera afectada, el olvido de la historia, los pretextos de la salvaguardia del orden, la pantalla del progreso y del auge económico, la ostentación de sus fiestas religiosas y profanas, el abuso de la religión que hacen los privilegiados… No me sorprende, pero lamento la falta de continuidad en el diálogo no acertadamente iniciado, único escape para la crisis de autoridad y de obediencia. Se me entenebrece el porvenir de la libertad en la investigación, en la expresión, en la acción de ciudadanos responsables, consagrados aún con errores, al desarrollo integral de México, cuando miro los rostros adustos, inexpresivos, de nuestros soldados obligados a la represión.”
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Álvaro, Diácono en Resistencia
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