En estos momentos se avecina sobre nuestra Patria un peligro comparable al de las intervenciones armadas norteamericana y francesa que sufriera en el pasado, no es poca cosa el que se quiera entregar el Petróleo a empresas extranjeras y con ello echar por la borda el futuro de millones de mexicanos. Si cae el petróleo, cae también la educación pública, la energía eléctrica, el agua potable, el transporte público, la seguridad social, nuestros recursos forestales, mineros, etc.
No es exagerado decir que hoy nos encontramos ante una guerra, y al igual que nuestros abuelos en 1810, 1846 y 1862, hoy nos toca a nosotros responder al llamado de la patria para defenderla de quienes desean desgarrarla en jirones y esclavizar a sus hijos.
Es muy triste ver que para muchos de los activistas de la Resistencia Civil Pacífica resulta imposible que podamos evitar la privatización del petróleo, y si a ello sumamos la actitud indiferente de la población que se halla más ocupada en ver televisión y embriagarse que en defender el futuro de su hijos, el panorama luce desolador.
Sin embargo, habemos muchos que estamos dispuestos incluso a dar la vida antes de que el gobierno usurpador nos entregue como esclavos a las transnacionales, y es el ejemplo de nuestros abuelos el que nos mantiene firmes en el compromiso de evitar a toda costa la entrega del petróleo mexicano. Ahí tenemos a Vicente Guerrero, quien mantuvo viva la llama de la independencia en las remotas montañas del sur de México, y cuya perseverancia lo haría alcanzar el objetivo final de consumar la independencia de nuestro País. Que decir de aquellos hombres que tras 5 años de guerra lograron echar al mar al invasor francés, lo primeros hijos de México pusieron en fuga, al que entonces se decía, era el mejor ejército del mundo.
Luego vino 1938 y con ello la nacionalización de nuestro petróleo, de nada hubiese servido el decreto de expropiación del Presidente Lázaro Cárdenas, de no tener el apoyo incondicional del pueblo mexicano.
Pero como sé que mis palabras por más contundentes y apasionadas que sean, carecen de toda autoridad, pues no es sino el pensar de un mexicano comprometido con su país, he aquí algunos fragmentos del primer discurso que escribiera el Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez, con motivo de la celebración de nuestra independencia. La sabiduría de sus palabras trasciende al tiempo, y el día de hoy cobran una vigencia absoluta ante el inminente peligro en que se halla nuestra nación. Espero que las lean con cuidado y que sea para ustedes una doctrina de vida que se traduzca en un mejor País para todos:
"El egoísta, lo mismo que el esclavo, no tiene patria ni honor. Amigo de su bien privado y ciego tributario de sus propias pasiones, no atiende al bien de los demás. Ve las leyes conculcadas, la inocencia perseguida, la libertad ultrajada por el más fiero despotismo: ve el suelo patrio profanado por la osada planta de un injusto invasor y, sin embargo, el insensato dice: nada me importa, yo no he de remediar al mundo: ve sacrificar a sus hermanos al furor de una cruel tiranía, con la misma indiferencia que la oveja mira al lobo que desolla al rebaño.
"Cuando hombres de esta clase se multiplican, la patria está próxima a la ruina. La dignidad, la opulencia y la gloria que le adquirieron sus mejores hijos, desaparecen como el humo al soplo pestífero del egoísmo. Presto la sociedad se convierte en un conjunto de esclavos que reciben el yugo del primero que los conquista.
"Si, pues no queremos ser el juguete de otras naciones: si queremos que el bien nacional se consolide, huyamos del egoísmo y de la apatía; castiguemos con el deprecio a aquellos hombres que cuando se trata de los intereses de la patria, y cuando ella reclama el socorro de su hijos, se escudan con la ridícula frase de yo no pertenezco a uno ni a otros. Si el despotismo tiene aliados, y si la patria tiene enemigos feroces, lo son precisamente estos seres degradados e insensibles, que semejantes a los brutos sólo atienden al pasto que los alimenta. Purguemos a nuestra sociedad de esta raza perniciosa que le roe las entrañas y lejos de imitar su conducta criminal, resolvámonos como Hidalgo a trabajar, no para saciar una ruin venganza, no para vivir en la opulencia a costa de la sangre de los pueblos, sino para hacer la felicidad y la gloria de su patria.
"Pero hay más: la estúpida pobreza en que yacen los indios, nuestros hermanos. Las pesadas tributaciones que gravitan sobre ellos todavía. El abandono lamentable a que se halla reducida su educación primaria. Por otra parte, la intolerancia política por la que se persigue y se aborrece al hombre, porque haciendo uso de su razón, piensa de este o del otro modo. El menosprecio de las artes y de las ciencias. El aborrecimiento al trabajo, y el amor a los vicios y a la holgazanería. El deseo de vivir de los destinos públicos y a costa de los sudores del pueblo. En fin, la protección que se dispensa al hombre inepto y prostituido, y la persecución innoble que se declara al ciudadano honrado, que conociendo la dignidad de su ser, no se doblega a los caprichos de otro hombre. Todos estos defectos son todavía las reliquias del gobierno colonial, son los resabios de su política mezquina y miserable, son los verdaderos obstáculos de nuestra felicidad, y son los gérmenes positivos de nuestras disensiones intestinas.
"Si, pues, tan funestos males han producido esas máximas inicuas, la razón, la prudencia y la propia conveniencia nos aconsejan huir de ellas, como de una fuente venenosa, y desecharlas de nuestro sistema social.
"Pero nosotros que formamos una nación libre y soberana, nosotros que hemos adoptado la forma de gobierno republicano, nosotros que no somos señores de vasallos degradados, debemos seguir las reglas de una política ilustrada y justa, debemos proteger al hombre, librándolo de los tributos que lo agobian y que menoscaban el sustento de sus hijos, debemos remover todos los obstáculos que impiden el libre ejercicio de sus derechos, debemos premiar la virtud y el merecimiento dondequiera que se encuentre, y despreciar a aquellos hombres que careciendo de méritos personales, intentan asaltar los puestos públicos por la adulación, por la bajeza, por la vil superchería y por la infamia: debemos respetar al ministro del santuario que predica la moral pura del evangelio, y que hermanándola con la política, cual otro Hidalgo, siembra en nuestra juventud las semillas del patriotismo, de la libertad y de las demás virtudes, debemos tributar nuestro reconocimiento al militar que se ha cubierto de honrosas heridas, peleando por la independencia y la libertad nacional, debemos, en fin, proteger la ilustración de todas las clases, teniendo presente que sólo los tiranos que gobiernan en las tinieblas y los que viven de los abusos y de la ignorancia de los hombres, son lo que temen y aborrecen el progreso de las luces.
"Entonces nuestra libertad no será para nosotros un vano nombre ni una red que se tiende al pueblo para sacrificarlo. Entonces nos temerán nuestros enemigos, y nos respetarán nuestros vecinos. Entonces la paz y la concordia reinarán entre nosotros y nuestra patria llegará a ser la tierra clásica del honor, de la moderación y de la justicia; y entonces, finalmente, el árbol santo de la libertad echará raíces muy profundad, y a la sombra de sus frondosas ramas descansarán felices nuestros hijos y nos colmarán de eternas bendiciones."*
L.D. Jesús A. Palma M.
*Benito Juárez. Los Caminos de Juárez, Andrés Henestrosa, Sanitllana Ediciones, México 2007, Pp. 118 – 129.
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