“La mejor arma para lograr el cambio es el voto”
En la crisis económica, política y social que vive nuestro país actualmente, en el que distintos sectores claman por un nuevo estallido violento como los de 1810 y 1910, que termine de tajo con el régimen opresor del PRIAN, parecería que la frase que antecede a esta columna, pronunciada por el Presidente Legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, esta fuera del contexto, sin embargo, aunque las condiciones de pobreza e injusticia son prácticamente las mismas que hace 100 y 200 años, hay otros factores que cambian totalmente el escenario favorable a una lucha armada, situándola más como la alternativa deseable para la derecha que para la libertad de un pueblo, veamos por qué.
En 1810, México tenía más del doble de territorio y su población era tan sólo de 8 millones de habitantes, las comunicaciones eran escasas, no había carreteras, no existía todavía el ferrocarril, y la decadente metrópoli estaba demasiado lejos como para influir de manera eficaz en la vida de la entonces Nueva España, en este escenario se da la lucha de independencia, que además de buscar la soberanía política de nuestro país, planteaba reconocer los derechos del hombre y del ciudadano al pueblo mexicano, y terminar así con la esclavitud y el régimen de castas impuesto por España. El objetivo se logró, pero tuvo un costo no sólo en vidas humanas, sino en la devastación de la economía, pues los campos, y las minas se hallaban abandonados, el comercio de mercancías estaba al borde del colapso ante el acoso de los asaltantes de caminos, ante la falta de la maquinaria militar de la Colonia, y pronto nos vimos envueltos en pugnas internas entre dos visiones de proyecto de nación, el conservador que se contentaba únicamente con la independencia de España pero no quería el cese de sus instituciones, y el liberal que deseaba imitar las instituciones de Francia y los EE.UU.
En 1910 México contaba con poco más de 10 millones de habitantes distribuidos en poco menos de la mitad de su anterior y gigantesco territorio, había triunfado el modelo de un país liberal, pero a la esclavitud le siguió el peonaje en las haciendas, los campos de concentración de Valle Nacional y el Territorio de Quintana Roo. La iglesia continuaba siendo un poder fáctico de primer orden junto con el Ejército y la vieja metrópoli había sido sustituida por una mucho más cerca: Los EE.UU. quienes se encuentran en pleno crecimiento. Las principales demandas de la Revolución de 1910, serían las de una democracia efectiva en cuanto al respeto al voto y un estado social en que se garantizaran los derechos de los mexicanos como colectividad, primordialmente en lo que se refiere a los sectores campesino y obrero. Tras 7 años de guerra civil, el costo para lograr las demandas de la revolución fue de alrededor de 1 millón y medio de muertos, una economía en crisis que echó por tierra la industrialización del porfiriato y una contrarrevolución disfrazada de Guerra Santa que dejó varios miles de muertos, sin embargo, en el terreno de los derechos sociales y posteriormente en el económico, el científico y el tecnológico, México avanzó mucho.
2010, nuestro país vive una explosión demográfica que nos lleva a ocupar el lugar 11 entre las naciones más pobladas, 110 millones de habitantes, a diferencia de 1810 y 1910, la mayor parte sabe leer y escribir, pero ahora se encuentra en el rango del analfabetismo funcional, es decir, prefiere no leer pero si ver la televisión, poder fáctico que ha desbancado a la iglesia católica y al ejército, aunque estos aun se mantienen al acecho. La economía está totalmente colapsada, y sujeta a la de una metrópoli decadente que también se halla en crisis, igual que en 1810.
Sin embargo, hoy el mapa geopolítico es distinto, ya que no son los gobiernos nacionales quienes impulsan la política comercial, sino la iniciativa privada, es decir, se cumplió aquella máxima de Carlos Marx que dijo en su obra La Miseria de la Filosofía: …llegará el día en que el poder de los empresarios sea mayor que el cualquier rey o presidente.
Los Estados nacionales se hallan hoy al servicio de los intereses privados, ellos controlan los servicios financieros, la producción de alimentos, las telecomunicaciones, los laboratorios farmacéuticos, la educación, la investigación científica e incluso la fuerza bélica, y la justicia (con los famosos arbitrajes comerciales) reduciendo el papel del Estado al de simple administrador que obedientemente acata las órdenes de su jefe.
Por lo tanto, el verdadero adversario a derrotar no es ya tan identificable como lo eran los dictadores de antaño, son anónimos como las sociedades de las que son accionistas, y ante un adversario así, es totalmente inútil plantear como solución la vía armada. La cual nos guste o no, ya también se haya privatizada, las armas finalmente las producen ellos, y se las venden a quien ellos quieren y les conviene que así sea, no es casualidad que en los países donde hay conflictos armados haya casualmente un interés económico que se beneficie de ello, como es el caso del mercado de diamantes, fuerte promotor de la violencia en la África Subsahariana, o como la Guerra de Irak, que permitió a las grandes petroleras anglosajonas apoderarse de los hidrocarburos de dicho país.
A lo anterior, habría que sumar el costo humanitario de una guerra civil generalizada, pues si en 1910 nos costó 1 millón y medio de muertos, probablemente en 2010 estaríamos hablando de alrededor de 15 millones de víctimas fatales, a las que se agregarían los millones de desplazados y refugiados, además de una muy probable invasión de la metrópoli que nos ataría aún más a sus dictados.
Ante este escenario, la única manera real de lograr una verdadera transformación de la vida pública de nuestro país, es en efecto la vía pacífica y electoral, ya que sólo accediendo al poder del Estado, con mujeres y hombres comprometidos con el pueblo y no con la iniciativa privada, se lograría poner freno a los poderes fácticos de los oligarcas financieros, al menos en nuestro país, y eventualmente marcar un rumbo distinto en el que poco a poco se eche atrás el modelo neoliberal y se avance hacia un estado de bienestar social que dé preponderancia a los seres humanos antes que a los intereses económicos.
L.D. Jesús A. Palma M.
Ciudad de México, Sede del Gobierno Legítimo de México a 9 de noviembre de 2009.