1. El millonario Camilo Mouriño (que como jefe de la Oficina de la Presidencia cogobierna con Felipe Calderón) festejó que Germán Martínez haya llegado a la dirigencia del PAN con 97 por ciento de la votación “porque el PAN está unido en torno a su nuevo liderazgo”. Rechazó que se redite el fenómeno del partido-gobierno que vivió el PRI durante 70 años, pero (dijo) no sería sano para la Presidencia una distancia del PAN por no repetir el pasado, sentenció mientras en el patio del búnker panista se celebraba con mariachis y antojitos mexicanos. Martínez se comprometió a defender las administraciones emanadas de su partido y en especial al actual jefe del Ejecutivo federal, no sólo porque es panista, sino porque el éxito de su labor representa para muchos mexicanos una esperanza de igualdad, explicó. Para sellar su ofrecimiento se dirigió al mandatario y sentenció: “¡Este es tu partido, presidente Felipe Calderón!”.
2. Pero cualquier panista hubiera sido más de lo mismo. Martínez es lo mismo que Espino, Álvarez, Cevallos o Abascal. Ellos impondrán como norma la defensa de los intereses empresariales y del clero tal como desde hace 68 años está inscrito en su programa que en los últimos tiempos se ha modernizado con el neoliberalismo. ¿Cómo pueden los panistas dejar de defender el programa privatizador de Calderón, o éste no privilegiar al PAN si son la misma cosa? Es un gran engaño, una cínica demagogia, decir que Calderón ya presidente va a defender al país en su conjunto y escuchar a todos por igual. Él tiene la obligación de entregarle las millonadas de los presupuestos al PAN porque este partido se encargará de difundir y defender su política. ¿Alguien piensa tontamente que ante los avances del PRI o de los demás partidos el PAN se va a cruzar de brazos? El PAN es el brazo derecho de Calderón, ni más ni menos.
3. La realidad, y al parecer no puede ser de otra manera, los partidos en el gobierno son partidos de Estado. Ese papel cumplió el PRI durante 71 años y el PAN desde el 2000. Pero además es lo que sucede (con algunas diferencias de grado) en los EEUU, entre los socialdemócratas europeos y en lo que se llamó el “bloque socialista”. Quizá lo que habría que proponer es que al triunfar un partido desaparezca automáticamente para evitar gastos dispendiosos y para que no defiendan a sus gobernantes delincuentes; pero esto en las dictaduras de “clase política” es más que imposible. El partido de gobierno es el brazo propagandístico del presidente y éste, de manera abierta o en la oscuridad, destina millonarios presupuestos de las distintas secretarías para el partido. Por eso Mouriño, el ideólogo del gobierno de Calderón, pidió a los panistas que no les importe que los confundan con el pasado priísta, porque hay que defender al jefe del Ejecutivo.
4. Entonces habría que preguntar: ¿Pueden los partidos funcionar de otra manera, sin defender al gobierno que ellos mismo llevaron al poder? Quizá, como dijera Mao en los sesenta: “construir un partido de nuevo tipo, es decir que esté al servicio de las masas”. Que encabece las demandas de los campesinos, de los obreros, de los sectores populares, obligando a su propio gobierno a resolver los problemas de los trabajadores. Sin embargo a pesar de ese llamado y de la “Gran Revolución Cultural” de 1966, el partido no dejó de ser un importante instrumento del gobierno y de su Estado. Pero quizá no se ha dicho la última palabra. En Venezuela, Bolivia y Ecuador la intervención directa de los de abajo sin partido (a pesar de que los partidos de gobierno se han reorganizado para enfrentar a la burguesía rabiosa y al imperialismo) quizá fortalezcan los autogobiernos comunitarios y las redes terminen acabando con la centralización.
5. Los partidos son producto de las sociedades capitalistas y cumplen un importante papel para que éstas permanezcan. Así como la estructura de la familia le da solidez a la organización de la sociedad jerárquica, los partidos modernos (que no existieron como tal en la sociedad feudal ni tampoco en el socialismo porque éste aún no se ha dado) cumplen un papel político para su supervivencia social. Nacen para representar intereses de clase social: partidos conservador, católico, liberal, progresista, revolucionario, socialista, etcétera, pero bien establecido el sistema de dominación éste los absorbe para que sirvan a los intereses de la clase, del sistema dominante en conjunto y de la clase política en particular. Ellos pueden confrontarse como partidos pero no pueden poner en peligro la subsistencia del Estado y el orden establecido. Cuando han rebasado esos límites los convierten en “terroristas, delincuentes y enemigos de la libertad establecida”