por Herbert Mujica Rojas
23-12-2005
Navidad: ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
En Navidad todos somos buenos con el prójimo. Desde el empresario explotador nato, carroñero del esfuerzo ajeno, hasta el periodista que calla porque son muchos los dólares que compran su silencio en los grandes temas, en cambio sí levanta minucias y difunde tonterías.
Sonreímos simpáticamente al niño de la calle que no tiene origen ni apellido real y "cumplimos" con nuestra "conciencia" dándole una migaja o convidándole, en un día de más de trescientos sesenta, algo de alimentos. ¡Pero el resto del año, como no es Navidad, entonces que se muera de hambre!
Escuché hace pocas horas cómo un locutor televisivo, uno de los cómicos de Fujimori, se refocilaba en la expresión: "cómo cambian las cosas en Navidad". Y me puse a indagar qué cosas cambian. De pronto, de repente, sí tiene razón, porque la pobreza del peruano común y corriente, no de aquel que gana en dólares o roba mediante concesiones tramposas o evasiones al fisco, ha aumentado ¡de manera impresionante!
Los peruanos son más flacos, su hambre es superlativa y su conciencia histórica de país afinca en lo que le dicen los diarios o ve en la televisión. "Goza" con la ingesta de panetones y banquetes que aprehende en las imágenes, pero sus estómagos rugen porque nada de eso es verdad sino fantasía lejana y comercial.
Acaso tenga razón aquel locutor. El Perú es menos dueño de su patrimonio porque las concesiones vía privatización o extensiones de contratos tramposos como Camisea, continuaron en Pagoreni, Camisea II o porque se presentaron cuatro fallas en el ducto que viene desde la Selva y según el argentino contador público, especialista en asuntos energéticos y gasíferos, Norberto Benito, de Pluspetrol, "todo se debe al suelo sísmico". Los caraduras del Ministerio de Energía y Minas han ofrecido evacuar un informe "completo", sólo que no hay fecha y podría ser en una semana como en un par de años.
Como obsequio de Navidad y para exposición pública, los peruanos fuimos regalados por los clubes políticos con candidatos vicepresidenciales de cierta importancia aberrante: Arturo Woodman Pollit, perrito faldero, testaferro No. 1 de San Dionisio Romero Seminario como postulante de la lista de Lourdes Flores; y el almirante Giampietri, frío ejecutor de la innegable matanza de El Frontón en 1986, contra enemigos rendidos y en el suelo, en la lista del Apra. ¿Podría considerarse raro el asunto? No del todo. En Navidad y por estas fechas los contrabandos tienen licencia y cualquier cosa pasa.
En Aucayacu, Huánuco, caen policías valiosos por balas asesinas del terrorismo, dizque aliado con el narcotráfico. Es decir, la inacción increíble y abyecta de un Estado más tributario de un TLC con Estados Unidos a lo "sí o sí" o en la adhesión del Perú a la Convención del Mar propuesto por traidores miserables, permite distraer recursos en propaganda-basura que en destinarlos a premunir a nuestros soldados y policías en su lucha contra la subversión, sus remanentes o narcos en la zona. Pero como es Navidad, todo se reduce a homenajes póstumos, ascensos y pensiones. ¡Y como solución imponen un Estado de emergencia!
¡Navidad: cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
Prescindamos del respetable, para millones, origen cristiano de la fiesta de Navidad, fuente, ciertamente, de la que nadie se acuerda porque la prevalencia de valores comerciales opaca hasta la recordación bíblica para dar paso a renos, Santa Claus y trineos, en un país en que no hay renos, tampoco trineos y ¡por cierto! Tampoco Santa Claus.
Pregunto en voz alta: ¿qué Navidad pueden tener los huérfanos hijos de esos policías asesinados en Aucayacu?; ¿cuál será la Navidad de todos esos niños peruanos que deambulan por calles, avenidas, plazas, microbuses, a lo largo y ancho de todo el Perú, pensando en qué van a comer y cómo se van a vestir?; ¿qué Navidad será la de aquellos millones de desempleados que NO tienen gratificación –y menos sueldo- ni trabajo ni esperanza de conseguirlo, pero que sí tienen hijos, esposa y seres queridos que mantener? ¿Es que en nombre de la Navidad hay que ¡sólo un día! fingir que la paz del Señor reina sobre los inmensos territorios del Perú?
Conozco el caso infausto de unos trabajadores que dieron años de su vida; horas interminables, feriados, sábados y domingos para generar recursos para una institución dedicada a los niños. Supe que eso costó hasta la vida sentimental y la cerrazón de caminos amorosos, por la adicción al trabajo. ¿Y cómo les pagaron?: fueron mañosamente expulsados de sus empleos y hasta les birlaron dinero. Así como ellos, miles en todo el país. ¿Qué Navidad será la de sus casas, plenas en desesperanza y frustración amarga en un país cuyos políticos sólo aspiran, casi exclusivamente, a perpetuar los sistemas de corrupción viviendo de la ubre del Estado?
Conviene, de repente, reflexionar acerca de la gran mentira institucional en que se han convertido fiestas que, como la Navidad, tienen solera histórica y origen cristiano procuradora de la paz y de la igualdad. Pero no la enmascaremos en sonrisas efímeras, hipocresías de ocasión y en estupidez sempiterna de desearnos ¡por un día tan solo! solaz y felicidad. Las sociedades que asimilan acríticamente conceptos sin digerirlos o adaptarlos a su realidad que puede ser de pobreza digna y frente en alto, están, irremisiblemente, condenadas al envilecimiento y a la extinción. La Navidad no puede ser patente de corso para que las pandillas que hacen cuanto les viene en gana en Perú, aprovechen y destilen sus odios y sus desigualdades como una norma imperturbable a ser respetada para siempre.
Navidad debe ser, y es mi humilde y muy modesto deseo para todos, un momento de reflexión, un alto en el camino, un otear en el horizonte, un vigoroso gesto al porvenir, un grito de victoria, sacando fuerzas de flaqueza y un recuerdo para quienes ya no están con nosotros y un aliento para quienes, con nosotros, tienen que enmendar el torcido destino del Perú que es hoy madrastra y no madre de sus hijos.
¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
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