Oportunidades siempre desperdiciadas

En México no sólo permanecen el hambre y la sed de justicia que existían desde mucho antes de la frustrada campaña de Luis Donaldo Colosio. En México se cosechan hoy las crónicas que le anunciaba al pueblo el priísmo desde, al menos, la elección a la represión del Movimiento Estudiantil de 68, sin olvidar las represiones al movimiento médico y al ferrocarrilero ni a Revueltas ni a Rico Galán ni menos aún a Rubén Jaramillo y a toda su familia…
Represión decidida por Díaz Ordaz, quien pudo elegir el hacer transitar a México a la democracia.
Las peticiones del Movimiento Estudiantil que efectivamente fue una fiesta, como no se ha cansado de señalar correctamente Marcel –li Perelló, se concretizaban en más libertad, respeto a los derechos humanos y tránsito a la democracia, aunque entonces ni por asomo hayamos usado esos términos. Fin a la represión y Justicia, castigo a los represores y Justicia, no más presos políticos y Justicia, apertura para las mujeres y Justicia…
Pero Díaz Ordaz decidió darle la espalda a la justicia y convertir a la represión en su aliada y en el país, desde entonces, al menos desde mucho antes estoy convencida, han brillado por su ausencia los estadistas.
Quizá se puede afirmar, sin temor a equivocarnos, al menos, no demasiado, que la crónica del México irreconocible que somos hoy, se anunciaba desde que Miguel Alemán convirtiera a la corrupción gubernamental en pilar del sistema político. Sistema que transitaba en la difícil, o fácil elección, según el lado desde el que se vea, de convertirse o no en un Estado de Derecho.
Es en la apuesta no democrática del PRI, retomada por el PAN y por una parte, al menos, del PRD, donde se fueron cimentando las desgracias que hoy cobran vidas de manera tan violenta. En la negativa a convertir a México en un Estado de Derecho se fincó el presente cancelador del futuro para muchas generaciones de mexicanos.
Eso sí, llegada la derecha, coleccionamos ya a los más ricos del mundo y a los más temibles pederastas, nos llenamos de prostíbulos y casas de juego y a nuestra niñez, en los ratos en que no abusan sexualmente de los niños y de las niñas, los padres o familiares cercanos o mientras no lo hacen los políticos y los empresarios, se la convierte en drogadicta, habiéndole negado, además, o quizá para eso, la capacidad de comprender a los que tienen la suerte de aprender a leer.
El asesinato de Luis Donaldo Colosio, quien tampoco se preocupaba antes por esa situación y quien de no haberse topado con el berrinche monumental de Manuel Camacho y con la pésima decisión de Carlos Salinas de convertir a Camacho en “hacedor” de una paz ficticia --ante la declaración suicida de guerra al Estado Mexicano y al Ejército Nacional de Marcos, que los indígenas tomaban como cierta-- nombramiento con el que le arruinaba, Camacho, la campaña a Colosio, quien, repito, de no haberse dado así las cosas y de haber ido con el control de todo el aparato solo rumbo a la Presidencia presumiblemente tampoco habría denunciado “el hambre y la sed de justicia del pueblo mexicano”, su asesinato, sí, aunque ese no sea el primer dato de lo que venía, marca el punto de la impunidad convertida en la otra regla del sistema.
El inicio de lo que hoy está aquí fue sin duda la cuestionada elección de 1988 que muy probablemente no ganó Cárdenas. Pero en la que de haber apostado gobernantes y gobernados por el Estado de Derecho para nuestro país y si se hubiesen recontado uno por uno todos los votos probablemente se habría parado la involución que íbamos a sufrir los mexicanos a partir de la llegada de Ernesto Zedillo.
Es probable que con Colosio como presidente de la República, México hubiera podido escribir otra historia. Quizá una que nada tuviera que ver con la tan lamentable que se empezó a escribir con el traidor a la patria que es Ernesto Zedillo, único beneficiado, además, con el impune crimen de Colosio y quien a 14 años goza de impunidad absoluta sin investigación de por medio de la primera línea obligada de toda investigación, en buena medida porque no le interesó al PRI que se castigara a los culpables de esa ejecución atroz y clara consecuencia de que ahora los mexicanos coleccionemos ejecuciones cotidianas convertidas en una más de las causas de muerte natural. Y así llegamos, luego de cargar con Fox, otro traidor a la patria, a un usurpador, si cabe, aún más traidor.
Pero hoy al PRD, curiosamente, se le regala la oportunidad de propiciar el salto, quizá, a la democracia formal, al menos, luego de su bien llamado cochinero en la elección de su nueva dirigencia, convirtiéndose de una buena vez en los dos partidos que en él convergen: el afín al sistema a modo del usurpador en turno de derecha y el de izquierda con Encinas a la cabeza apoyado por el movimiento ciudadano que reconoce al único Presidente Legítimo de México que es AMLO.

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