Reflexiones

Lorenzo Meyer
Reforma 10 de Julio del 2008

40, 20 y ¿seguimos en 0?

La polarización política persiste porque en vez de cambio hay síntomas de regresión

Progreso

La idea del progreso es parte central de nuestra cultura a partir del Renacimiento y la Ilustración. En el centro del concepto está el supuesto de que la humanidad tiene la capacidad de avanzar, por etapas, hacia arreglos colectivos cada vez más racionales y justos. El avance es resultado de una mezcla de ampliación del conocimiento en torno a la naturaleza y a la sociedad más la voluntad de transformar instituciones que han dejado de funcionar.


Lo que debimos haber superado

La experiencia política de hace 40 años -en julio de 1968 se iniciaron las protestas estudiantiles en la Ciudad de México- nos dejó marcados por los efectos de una represión brutal: al final las fuerzas del Estado dispararían sin advertencia ni razón contra una concentración de jóvenes desarmados que protestaba por la persistencia de una política autoritaria: una Presidencia sin contrapesos, un partido de Estado que monopolizaba los puestos públicos, unas elecciones sin contenido y una estructura social que era la antítesis de la prometida por la Revolución Mexicana. La Plaza de las Tres Culturas simbolizó un fracaso tan espectacular de la política priista, como la del comunismo chino en la plaza de Tiananmen en 1989.

Veinte años más tarde, en julio de 1988, México vivió otro fracaso espectacular del autoritarismo priista: la elección presidencial de ese año significó un revés histórico para el partido oficial, que debió recurrir al fraude abierto y a la imposición para "triunfar" por decimoprimera vez consecutiva sobre la oposición. Oficialmente los votos combinados de la oposición equivalieron a casi la mitad del total (48 por ciento) y, en cualquier caso, apenas la mitad de los empadronados se molestaron en ir a las urnas. Oficialmente, Carlos Salinas sólo consiguió el apoyo de una cuarta parte del país. En la realidad, fue menos.

Si México y el progreso fueran realmente de la mano, lo ocurrido hace 40 y hace 20 años es algo que ya debería estar superado y las lecciones asimiladas, pero la dura realidad indica otra cosa: el México del pasado sigue entre nosotros. Aquí, el progreso es sólo teoría.


Contraejemplo

Patricia Cohen acaba de publicar en The New York Times (3 de julio) un largo artículo sobre el cambio en un área que es también un buen indicador de la evolución norteamericana: las universidades. La generación de académicos que se está retirando de las aulas universitarias norteamericanas es la que políticamente se formó en los 1960, es decir, en un ambiente de conflictos provocados por la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles de las minorías y de las mujeres. Las encuestas señalan que hoy los nuevos académicos están ideológicamente menos polarizados y son mucho más moderados que sus predecesores. Entre los menores de 35 años, el 60 por ciento se considera moderado y apenas un tercio "liberal", que en su lenguaje significa radical en materia de cambio político, económico y social.

Y aquí es donde adquiere sentido la comparación. La disminución de la polarización ideológica en Estados Unidos corresponde a un hecho objetivo: el país vecino cambió. En los 1960 se asesinó al líder de la comunidad afroamericana que dirigía la gran movilización social a favor del fin de la discriminación racial: Martin Luther King. Hoy, en cambio, un miembro de esa minoría, Barack Obama, tiene posibilidades reales de llegar a la Presidencia. En 1969 apenas el 17.3 por ciento del profesorado universitario en Estados Unidos eran mujeres, hoy es el 40 por ciento. Desde luego que el imperio sigue envuelto en guerras -Iraq y Afganistán-, pero ya no echa mano de la conscripción sino que se paga a un ejército de voluntarios y por eso ya no hay protestas en sus campus.


Los problemas sociales y políticos no se han acabado en Estados Unidos, pero ya no son los de hace 40 años. En contraste, en México el paso del tiempo no ha significado el paso de una serie de dificultades a otras pues, en buena medida, seguimos estancados en las mismas: el tiempo corre pero la evolución de la sociedad mexicana apenas si da paso.


Nuestro caso

La polarización política que ya disminuyó en Estados Unidos aquí persiste. La división que afloró en México en el 68 se solidificó en 1971 y desembocó en la llamada Guerra Sucia. Luego, la gran crisis de 1982, combinada con los fraudes electorales de Chihuahua en 1986 y el nacional de 1988, reafirmó la polarización. El salinismo resultó una mezcla de privatizaciones abusivas, cambio radical de orientación frente a Estados Unidos con represión de baja intensidad contra una izquierda que ya había pasado de la lucha armada a la electoral. Entre los resultados de la política salinista destacó el retorno a los asesinatos como método para resolver disputas dentro de la clase política -Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu- y de la insurrección indígena -el Ejército Zapatista de Liberación Nacional- como vía para enfrentar la marginación extrema.

Pese a lo anterior, México no tenía cerrada la puerta del cambio político de fondo. Para 1997, el país pudo dar el primer paso para cruzar lo que muchos creyeron que era un Rubicón político: que el PRI reconociera su derrota en las urnas. El siguiente paso tuvo lugar en el 2000. Fue entonces que la oportunidad histórica sonrió a México. Sin embargo, el liderazgo del cambio no estuvo a la altura de las circunstancias: a Vicente Fox y a los suyos les faltó valor, imaginación, sentido de la historia y de la responsabilidad y, sobre todo, honradez y grandeza de espíritu. En las elecciones intermedias (2003), el nuevo gobierno ya no pudo afianzar su victoria y, por su parte, los remanentes del antiguo orden aprovecharon la duda existencial del foxismo: ¿qué hacer con el PRI? Tratar de acabarlo podría ser la gran batalla de la derecha democrática, pero si la ganaba se quedaría sola frente al PRD y Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Se optó por hacer del PRI el aliado incómodo pero indispensable.

En 2005 Fox usó al PRI para desaforar a AMLO, de la misma manera que en el 2006 Felipe Calderón y Manuel Espino usaron el voto útil de las maquinarias estatales priistas para sobreponerse a AMLO. Hoy Felipe Calderón y Germán Martínez buscan usar al PRI de Manlio Fabio Beltrones para avanzar con su proyecto de privatización parcial de Pemex. El precio que el panismo ha tenido que pagar al antiguo partido de Estado ha sido tan alto como el que pagó Salinas en su momento al PAN de Diego Fernández de Cevallos y Castillo Peraza. Sin embargo, esos costos son casi nada comparados con lo que significa para México la pérdida del ímpetu de la consolidación democrática como resultado de las concesiones que los dos últimos gobiernos han hecho respecto al pasado autoritario.

Lo que pudiendo haberse hecho no se hizo

Muchos son los pendientes -las herencias negativas del pasado- que pudieron haberse resuelto o empezado a resolver a principios de este siglo si la energía social del impulso democratizador hubiese sido honestamente aprovechada y no dilapidada por el foxismo.

Una lista parcial de tareas no acometidas sería la siguiente: recuperar la dignidad de la política mediante el ataque frontal a la corrupción pública; poner a la institución política principal, a la Presidencia, por encima de toda sospecha; reafirmar la credibilidad de las instituciones electorales federales (IFE, TEPJF) y hacer creíbles a las estatales; empezar a desmantelar al viejo corporativismo (supuesto enemigo histórico del PAN) confrontando a liderazgos como los de Elba Esther Gordillo o Carlos Romero Deschamps, quintaesencia del sindicalismo corrupto; devolver la calidad a la educación pública, medida necesaria para salir del subdesarrollo; llevar a cabo la largamente pospuesta reforma fiscal y alejar al fisco de su adicción a vivir de la renta petrolera. El etcétera de esta lista puede y debe de ser largo.


El resultado

Justamente porque en México sus dirigentes no pudieron ni quisieron enfrentar los problemas que dividieron políticamente al país hace 40 y hace 20 años hoy seguimos casi en 0 en materia de progreso y sin poder superar la polarización. Los resultados de la última encuesta de Mitofsky (la de junio 20 a 24) revelan que el 43 por ciento de los mexicanos considera que el conflicto generado por la última elección presidencial sigue sin resolverse y un 36.2 por ciento mantiene que las elecciones de entonces no fueron limpias.

En suma, en sus próximas elecciones nuestro vecino del norte va a intentar resolver sus problemas de hoy para dar forma a su futuro. En contraste, en México la última elección sirvió para reafirmar que el pasado sigue sin resolverse y, en esas condiciones, es imposible intentar la conquista del futuro.

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