Al Pueblo de Nuevo León:
El 2 de Octubre de 1968 se escribió una de las páginas más negras en la vida nacional.
El gobierno, que encabezaba Gustavo Díaz Ordaz, lanzó al ejército contra los jóvenes concentrados en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco.
El episodio fue horrendo, cientos de muertos que no se identificaron y de los que no se dio cuenta a los familiares. Una noche de dolor y tragedia.
Los estudiantes del 68 reclamaban un país con justicia social, sin represión, sin autoritarismo, con democracia. Querían que se escuchara su voz.
La muerte de aquellos jóvenes permaneció en la silenciosa memoria oficial durante muchos años. Han sido sobrevivientes de la Plaza de las Tres Culturas quienes se han encargado de mantener viva la llama de la esperanza, en busca de justicia para los caídos y castigo a los responsables.
43 años han pasado y las cosas no han cambiado sustancialmente. No sólo por lo que se refiere a la demanda de justicia sino por el contenido de los reclamos que abanderaban las manifestaciones del 68.
Vivimos en un país cuyos rasgos característicos son: la antidemocracia, la pobreza extrema y la injusticia social.
En todos los frentes, estudiantes, campesinos y trabajadores hemos dado la batalla por alcanzar mejores condiciones de estudio, de trabajo y de vida. Como respuesta hemos obtenido del régimen de la opresión: silencio, persecución, corrupción, impunidad, represión y muerte.
Además de los problemas que se derivan de la injusticia social y la ausencia de oportunidades, enfrentamos ahora nuevos conflictos: la inseguridad, la violencia, la guerra.
Derivados de la impunidad, la corrupción y la simulación de gobiernos que han solapado toda clase de agravios en contra de la sociedad y de los principios de protección que ampara la Constitución.
La irresponsable respuesta de exterminio que ha echado a andar el gobierno, pone en riesgo la vida de inocentes y entrega un cheque en blanco a las fuerzas armadas para actuar con absoluta discrecionalidad aún a costa de la vida de la población.
No existe un solo cuerpo de seguridad que goce de credibilidad. La corrupción los penetra y con ello la población se encuentra en grave peligro. Más aún, observamos que las contradicciones se agravan en la sociedad, para lo cual debemos organizarnos y movilizarnos contra la represión y las injusticias.
Por encima de los plazos electorales, de los intereses de los partidos y las coyunturas políticas de la cúpula del poder, están los más caros anhelos de las y los mexicanos plasmados en La Constitución.
La realidad golpea el rostro del pueblo, el gobierno ocupado en trámites burocráticos deja de lado la pobreza extrema que enfrentan 50 millones de mexicanos y solo atiende al pequeño grupo de oligarcas. El engaño del que son víctimas miles de jóvenes a los que se les cierra la oportunidad de educación y la posibilidad de contar con un empleo digno y estable, vinculado a una tasa de desempleo que crece de manera alarmante.
En la situación de violencia que enfrentamos en esta guerra absurda, donde nosotros ponemos los muertos y los que se benefician son los vendedores de armas, especialmente los Estados Unidos, son los jóvenes los principales afectados con las miles de muertes y desapariciones. La estrategia militarista impuesta por el gobierno, a todas luces ineficiente, genera más violencia. Se requiere un cambio en la estrategia, que privilegie la atención a las necesidades de la población más desprotegida, más y mejores empleos, incremento sustancial del salario, ampliación de las oportunidades de educación, cultura y deporte, disminución de la miseria, menos violencia y más inteligencia en el combate al narco, a sus centros de producción, distribución y circuito financiero, pero sobre todo atacar la corrupción y la complicidad con el crimen organizado en las altas esferas gubernamentales y en los sectores empresariales, fin al blanqueo de dinero y a la impunidad.
México padece un Estado que camina en sentido contrario al llamado de su historia y de sus más sentidas necesidades. Olvidando deliberadamente los principios de protección social que la Revolución Mexicana estableció en la Constitución.
A 43 años de silencio, los jóvenes, trabajadores y organizaciones sociales reivindicamos nuestra sed de justicia, nuestra exigencia de castigo a los responsables de la masacre del dos de octubre. Y hoy como nunca reafirmamos nuestro compromiso de luchar por un México en el que se escuche la voz del pueblo, en el que se alivie el hambre, la sed y la pobreza de quienes menos tienen.
Dos de Octubre, ¡no se olvida!
Monterrey, Nuevo León, México a 2 de octubre de 2011.
Comisión de Resistencia Civil Pacífica en N.L.