Elena Poniatowska
La sociedad lo hace mejor que los partidos
El 20 de noviembre de 2006, a las cinco de la tarde, 35.31por ciento del electorado, o sea 14 millones 756 mil 350 de los que en México votamos de un total de 41 millones 557 mil 430 hombres y mujeres, hicimos presidente legítimo de México al candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador. Esta toma de posesión frente a miles de mexicanos remataba una campaña iniciada en enero de 2006.
Según Lorenzo Hagerman "López Obrador encontró herramientas de presión pacíficas y simbólicas que la sociedad civil usó para protestar, mil veces preferibles a la radicalización del EPR (Ejército Popular Revolucionario)". Si no aceptamos que en México existen guerrillas y grupos radicales, la revolución se va a dar. No hay peor situación que un país que frente al poder de la guerrilla declara "aquí no va a pasar nada". Para botón de muestra, tenemos a Oaxaca.
¿Por qué yo?
El domingo 3 de abril de 2005, el candidato de la izquierda mexicana, Andrés Manuel López Obrador, a quien apenas conocía a no ser por los periódicos, llegó a la casa de San Sebastián número 10, en Chimalistac, a pedirme que colaborara en la lucha contra el desafuero una burda maniobra para impedir que contendiera en las elecciones de 2006. "Pero, ¿por qué yo, si no sé ni organizar mi casa?" alegué. Sólo sonrió. Imposible adivinar que en ese preciso momento cambiaría mi vida. Me vi envuelta en una frenética actividad que podría resumir en el verbo "hablar". Tranviarios, pequeños empresarios, senadores en huelga, magistrados, petroleros, electricistas, estudiantes, rectores, médicos y enfermeras, cineastas, intelectuales y hasta transeúntes porque una mañana tuve que pararme como merolico frente a la puerta principal de Palacio Nacional para arengar llena de vergüenza a quienes iban pasando. Gracias a Dios, Martí Batres es un gran orador, aunque la gente nos decía: "Par de güevones, pónganse a trabajar".
El 26 de abril de 2005, Andrés Manuel López Obrador conoció una victoria sin precedente cuando más de un millón de personas reunidas en el Zócalo lo apoyaron contra el desafuero. El gobierno dio marcha atrás. A raíz de esa victoria, una semana más tarde, cuando pergeñaba las primeras páginas de una novela, Andrés Manuel regresó a la casa para solicitar, esta vez tuteándome: "Quiero que seas mi asesora en el proyecto de cultura y te entrevistes con el mundo del arte y de la ciencia". Sus escasas visitas a la calle de San Sebastián hicieron que gente que en la vida había visto tocara a mi puerta y exigiera: "Dígale que le dé una casa a mi hijo", "Pídale que busque al desobligado de mi marido". Y lo más trascendente: "Quiero que se tome en cuenta mi voto: antes de morir quiero conocer la democracia".
Cuauhtémoc Cárdenas
En todas las democracias es importante la alternancia en el poder. México llevaba 70 años bajo la férula del PRI. En la pasada elección, la mayoría de los mexicanos votó por Fox (yo voté por Cuauhtémoc Cárdenas como lo he venido haciendo los últimos cuatro sexenios). Ya en 1988, el PRI-gobierno le arrebató a Cuauhtémoc Cárdenas el triunfo. Aunque había muchas formas de resistencia pacífica, Cárdenas juzgó que las circunstancias eran desfavorables y podría sobrevenir una masacre si él llamaba a la revolución. De haberlo hecho, muchos lo habríamos seguido. Ahora, en 2006 no sólo se trataba de sacar al PAN aliado del PRI, sino de un nuevo proyecto de nación después de la pésima gestión de Vicente Fox.
Hubo fraude y mano negra y una cantidad de dinero ridícula para impedir que Andrés Manuel llegara al poder, pero la mitad de los que conformamos a la sociedad mexicana encaramos al gobierno. Carlos Monsiváis la llama "la gente". La gente logró cuestionar el sistema y fue más lejos que los partidos políticos, que le cuestan mucho dinero al país. Los partidos han sido malos voceros del reclamo de la sociedad, la sociedad por sí sola lo hace mucho mejor. Son los movimientos civiles los que nos han provisto de ideas, toda esta sociedad organizada que Monsiváis refleja en su libro Entrada libre: crónicas de una sociedad que se organiza. En esos días descubrí que no hay nada mejor que candidatos independientes, hombres y mujeres sin partido, o sea recurrir a hombres y mujeres capaces y lograr por medio de ellos una ciudadanización de los partidos. Si a "la gente" (los "jodidos" los llamó Emilio Azcárraga Milmo) se le minimiza habría que recordar que la llamada escoria de la sociedad ha sido la que ha logrado los cambios: los muertos de hambre de Gandhi, el movimiento hippie de los años 60, el de peace and love de los outsiders, drogadictos, contestatarios, objetores de conciencia, los que lucharon con Martin Luther King contra el racismo estadunidense y eran considerados shit en Estados Unidos.
En el plantón de 47 días en el Zócalo, del 1º de agosto al 15 de septiembre la sociedad rebasó a los partidos al demostrar su voluntad de cambio frente al embate de la televisión y la mercadotecnia que querían hacernos creer que Andrés Manuel es un Hugo Chávez. De la gente en el Zócalo salieron las dos frases clave: "Voto por voto, casilla por casilla" y "Es un honor estar con Obrador" porque de veras, pararse a medio Zócalo en contra del granizo y la lluvia no sólo lo honraba a él sino que nos enderezaba a todos.
50 millones de pobres
Soy ingenua pero no tanto para creer que el candidato de la izquierda habría solucionado nuestros problemas (que saliéramos del Tercer Mundo y ganáramos el Mundial) pero supe desde el primer momento que la posibilidad de un México para los 50 millones de pobres estaba en manos de Andrés Manuel. Más que llegar al poder, ejercer el poder, mantenerse en el poder, Andrés Manuel tenía un proyecto de nación. Si él llegaba, el dinero no se concentraría en unas cuantas manos, los ex presidentes no cobrarían pensiones delirantes, los mexicanos que cruzan la frontera a Estados Unidos tendrían un empleo digno, se cerraría el abismo entre una clase social y otra. ¡Capaz de que hasta veríamos a los secretarios de Estado llegar en bicicleta a su despacho, como en los países escandinavos!
El plantón de 47 días en el Zócalo fue una gran lección de civismo. No sólo aprendí historia de México, la gente me enseñó que la vida diaria podía resolverse de la noche a la mañana. En 24 horas, el Zócalo esa gran plaza que consideramos el corazón del país se convirtió en cama (de piedra como la canción) en estufa, en tina, en regadera, en romería. Fueron días difíciles por las tormentas de granizo, las lluvias diarias, las precarias condiciones de vida, pero a diferencia de lo que se cree, los campamentos en el Paseo de la Reforma fueron un dique en contra de la violencia. Andrés Manuel hizo descender la temperatura al rojo vivo y la rabia se hizo convivencia pacífica. Ni un vidrio roto. En esos días pude tratar un poco a los medios alternativos de radio, la televisión por Internet, los chavos que se juegan la vida y crean un frente independiente y crítico del poder, las radios comunitarias, los medios marginados, las radios voladoras.
Y el plantón resultó ser una fuente de alegría, de ocurrencias y de cultura y esto se lo debemos casi en su totalidad a Jesusa Rodríguez, quien desde la primera noche se instaló en el Zócalo e hizo pensar, cantar, bailar, reír, jugar, decir poesía a quienes la acompañábamos. Más de 4 mil actos culturales se sucedieron desde las 10 de la mañana a las 12 de la noche hasta que Andrés Manuel ordenó acostarse temprano por respeto a los integrantes de la Revolución Blanca (los pejeviejitos y pejeviejitas que lo acompañaron, "porque queremos un país mejor para nuestros hijos").
No sólo hubo actividades en el Zócalo, también en los campamentos. En medio de talleres y torneos de ajedrez, Paco Ignacio Taibo II dio más de 40 conferencias de historia de México, pero es Jesusa Rodríguez el símbolo de la resistencia cultural. Jesusa no sólo convencía y organizaba a los artistas para que el entretenimiento fuera continuo sino que después de escucharla todo un sector de huelguistas en el Zócalo dejó de consumir Sabritas y refrescos Jumex.
Un atardecer alguien le gritó desde el público: "Jesusa, ¿cuándo te casas?" y ella respondió sin más: "Estoy casada desde hace 26 años con una mujer que se llama Liliana Felipe y soy muy feliz". No hubo ni asomo de homofobia y pienso que seguramente su respuesta fue un excelente augurio para que dos meses más tarde se aprobara la Ley de Sociedades de Convivencia.
En 1968, Parménides García Saldaña decía que quien no hace la revolución dentro de sí mismo, en su propia casa, no es revolucionario. Entre mis revoluciones (evoluciones) está la del plantón de 47 días en el Zócalo.
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