LA IV REPÚBLICA, Capítulo 9: Esperanza

IX. Esperanza

Deyanira veía las mismas cosas que el Presidente y podía escuchar sus pensamientos y comunicarle los suyos a él, mientras se movía tan increíblemente lento…

Sabía que había un infiltrado nuestro en la Procuraduría, señor Presidente, pero jamás pensé que se tratara del mismísimo Procurador. También sabía que hay miembros del Yunque en todos los partidos políticos, adiestrados y condicionados desde niños a servir a los intereses de esa Organización, pero tampoco imaginé que tuvieran a un priísta tan renombrado y en el Gabinete de usted

Se movían increíblemente despacio. Sí. Pero al mismo tiempo podían dar a sus movimientos un sentido y una dirección que no tendrían a la velocidad normal…

Andrés Manuel venció, en su pensamiento y en su voluntad, el impulso inicial de moverse fuera de la línea de fuego, pues su visión de conjunto le permitió descubrir que su amigo Daniel Sánchez estaba justo detrás de él. Si lograba evitar la bala de Jaime, esta alcanzaría a su Secretario de Seguridad. Eso él no podía permitirlo…

Daniel era más que un amigo. Era su hermano… Habían soñado juntos muchos sueños y habían combatido juntos muchos combates. Una especie de sangre espiritual los unía y los hermanaba. Confiaba plenamente en él y era el único que, en cierto modo, lograba sosegarlo y equilibrarlo… Él, el hombre, el político, el Presidente de México, conocía bien sus defectos y debilidades. Pero tal vez Daniel los percibía aún más claramente que él y los sabía poner delante de sus ojos y le ayudaba a dominarlos… La flexibilidad, la alegría, la paz que la mayor parte de las personas percibían en él eran victorias realmente heroicas en su interior que debía en gran parte a su amigo y hermano Daniel… ¿Flexibilidad? Nada de eso en su yo más espontáneo. Él tendía a ser obstinado, fiel hasta la obsesión en "sus principios", perfeccionista, e imperceptiblemente podían apoderarse de él la rigidez y la intolerancia. Para muchas de sus actitudes y decisiones políticas, platicar antes con Daniel había sido la luz y la visión profunda para hacerse más suave, más libre, más flexible… Sí. Con Daniel cerca había aprendido a dominarse, a "negarse" a sí mismo, a desarmar justificaciones y racionalizaciones peligrosas, y a hacerse un hombre, un político, un Presidente abierto, tolerante y flexible que hacía milagros con su palabra y con su presencia en las circunstancias más difíciles y adversas… Su sentido de justicia, por ejemplo, tan hondo y tan objetivo y tan necesario en un México tan desigual e injusto había logrado armonizarse y encontrar el justo equilibrio en la comprensión del punto de vista y de las necesidades del otro y en la capacidad de misericordia en el mejor de los sentidos. Su enojo profundo, su indignación a flor de piel, por tantos hechos negativos y tantas personas falsas y egoístas, habían ido encontrando la mesura y la paz de quien comprende a fondo la realidad y la acepta y así, paradójicamente, se hace capaz de transformar radicalmente esos hechos e incluso a esas personas, sin romper los "principios", sin romper cráneos, sin romperse a sí mismo por dentro… Era admirado incluso por sus adversarios, era querido y respetado por la gran mayoría de los mexicanos, pero sólo él comprendía la clase de milagro que se había necesitado para que esto fuese posible…

Su alegría y su paz eran otra especie de "inconsistencia" en su personalidad más natural y espontánea. Otro milagro. Las luchas terribles y desiguales que había librado toda su vida, sus "fracasos" y "derrotas" (como el terrible y vergonzoso fraude del 2006), tendían a hacerlo duro, serio, tenso, incluso depresivo… Era por ello sorprendente, para sus más cercanos, verlo sonreír y tener entusiasmo y esperanza cuando todo empujaba a la desolación y al desplome emocional… Sí. Esperanza era la palabra clave. Esperanza era la magia que lo hacía levantarse temprano cada día y seguir luchando cuando todo parecía perdido y cada esfuerzo se experimentaba tan inútil… Casi nadie sabía que esa "magia" procedía, en gran parte, de Daniel que, muchas veces, incluso sin palabras, sabía enseñarle y contagiarle esa fortaleza especialísima, capaz de vencerlo todo. Daniel poseía un misticismo, una paz interior misteriosa e intangible, un mar inagotable de fuerza y de vida, que lo inundaba todo a su alrededor. Cada mañana y cada noche, en los últimos años, aunque fuera a través del teléfono, él se bañaba, se purificaba y se regeneraba en esas "aguas milagrosas" que fluían de su amigo Daniel…

¿Tendría Daniel una especie de visión ultradimensional y metatemporal como la que ahora se le obsequiaba a él? ¿Sería esa la clave de su misteriosa energía y de la salud y vitalidad que a él y a muchos compartía? ¿Veía Daniel las cosas, como él ahora, en su interrelación armónica y precisa? ¿Veía, como a él le sucedía en este momento, el cuadro a cuadro de un eterno presente que le permitía la comprensión profunda de todo y de todos? ¡No hay derrotas, no hay fracasos, sólo plenitud y victoria son posibles en el presente eterno de la verdadera realidad! ¡No hay mal, ni errores, ni fallas! ¡No hay "Jaimes" ni "Edmundos", con armas o sin ellas, que puedan evitar el cielo y la plenitud que ya están aquí, ahora mismo, justo en este lugar, en medio de este "drama" que sólo parece tal! ¡Sólo hay "cuadros"-partes-piezas de un todo, de una unidad extraordinaria y profundamente real! ¡Es eso la Esperanza! ¡Es esta experiencia y esta visión! ¡Es lo que Daniel a ratos me comparte y es lo que ahora se me comunica desde más allá de Daniel! ¡Es la experiencia-visión de un hombre, de un político, de un Presidente de México que sabe que todo está bien, que todo ha estado bien, que todo, todo, todo estará bien!... ¿No es así, Deyanira? ¿No lo ves tú también?...

Por supuesto que lo veo, Andrés. ¿Por qué crees que no he parado de llorar? Ahora se me regala el cuadro a cuadro, una especie de obsequio más tangible y visible, pero desde aquella hora en aquel salón, desde aquellas palabras tuyas, algo ocurrió dentro de mí, algo me atravesó y me inundó que me hizo comprender todo lo que ahora tú y yo estamos comprendiendo, aquí y ahora, más profundamente… ¡Es la nueva Fe que me ha sido dada! ¡Es la Esperanza nueva que recorre mi ser y que me fluye en forma de lágrimas! ¡Es el Amor, Andrés Manuel! ¡Es el Amor! ¡El eterno presente es la experiencia implosiva y explosiva del Amor!...

Y estalló, como cascada, el cuadro a cuadro de una risa maravillosa, maravillada, agradecida, saturada de infinita comprensión…

Entre tanto, en el cuadro a cuadro de "lo real", el pensamiento y la voluntad de Deyanira reforzaban sus movimientos espontáneos dirigiéndose al encuentro de la bala del Procurador pues, si de ella dependía, jamás resultaría lastimado el Presidente de México. Incluso a costa de su propia vida. Sus movimientos eran lentísimos pero firmes y determinados…

En esta zona inespacial e intemporal podían el Presidente y Deyanira percibir los movimientos y los pensamientos de todos los demás…

Han caído tres guardias ajenos al grupo del Procurador… Jaime Martínez dirige a sus asesinos a través de minúsculos y costosos aparatos de comunicación: Yo me encargo del Presidente. Claudio con Daniel. Emeterio, la mujer. ¡No fallen!… El guardaespaldas al lado derecho de Martínez Millán dispara contra Deyanira, justo cuando ella inicia su salto para proteger al Presidente. ¡Traidora!… El otro hombre del Procurador, el que los guiaba por el pasillo, ha quedado cerca del Dr. Daniel y dirige su arma hacia él en el preciso momento en que este se mueve a tientas en la oscuridad. ¡Qué bueno que no me haya tocado el Presidente!

Daniel Sánchez, sumido en la oscuridad, grita y extiende la mano izquierda buscando a su amigo: ¡Andrés, tírate al suelo! ¿Dónde estás?... Una pistola apuntando hacia abajo en su mano derecha… Su mano izquierda chocando con un cinturón de fuerzas especiales: ¡Identifíquese!... Silencio por respuesta… Es un enemigo… Una punzada quemante atravesando su hombro izquierdo… Forcejeos… Su arma disparándose por dos veces y el hombre cayendo… Luchando contra el dolor encuentra los lentes de visión nocturna, se los quita al uniformado y se los pone… Desde el suelo Daniel alcanza a ver al Presidente, y luego al Procurador que se dispone a dispararle…

Las dos balas de Claudio pasan rozando el cuerpo de Deyanira que continúa su viaje hacia la bala del Procurador… ¡No, Deyanira! –le dice en su pensamiento Andrés Manuel, mientras se mueve hacia delante, tratando de evitar que se coloque frente a él… ¡Sí, señor Presidente! ¡Es un honor morir por Obrador! –le dice ella, que con su férrea decisión pareciera poderle ganar milésimas de segundo al tiempo real… Daniel aprieta por tres veces el gatillo y el Procurador cae muerto sin poder disparar una segunda vez… Claudio dispara nuevamente sobre Deyanira. ¡Maldita!. Y luego reacciona contra Daniel que ya está también disparándole a él… Dos balas acaban con la vida del último asesino… Una bala más, ahora en una pierna, alcanza a Daniel…

El proyectil del Procurador ha dado de lleno en el pecho de Deyanira, perforándole el pulmón derecho. La tercera bala de Claudio se ha alojado muy cerca de su corazón… El Presidente ha caído de rodillas, ileso, bajo la fuerza de la mano de Deyanira que no ha permitido que él impidiera su sacrificio…

Armas largas con luces potentes en ambos lados del pasillo: ¡Policía Federal! ¡Tiren sus armas! ¡Sus manos arriba!... Las manos de Daniel en lo alto: ¡Soy el Secretario de Seguridad! ¡No disparen! ¡El Presidente está bien! ¡Pero hay heridos, traigan a un médico!... Llegan las luces y con ellas la crudeza de un drama que nadie puede creer ni asimilar… El Universo en ese pasillo regresa a su unidad espacio-temporal…

Una sonrisa realmente dichosa llena el rostro de Deyanira. Sigue allí el mar de lágrimas, pero parece irse secando con el intenso calor de su sonrisa… El Presidente se inclina sobre ella y murmura algo que sólo ella puede oír: Todo, todo, todo estará bien… Sus propias lágrimas se mezclan con las que se secan en el rostro de ella… Ella murmura algo que sólo él puede oír: Es un honor… morir… por Obrador¡No hay muerte en realidad! ¡La Vida es lo único que es! ¡Todo… todo… todo está bien!... Sus ojos se cierran –en realidad se abren aún más-. Su respiración se detiene –un aire nuevo comienza a fluir en el interior de su interior-. Su corazón deja de latir –latiendo aún más su corazón espiritual-…

(Esta Historia Verdadera continuará…)

Álvaro de Nanahuatzin, ciudadano de la IV República

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