José Francisco Gallardo Rodríguez
Después del colapso del bloque socialista, aparecen tres fuerzas económicas a nivel internacional: en el sudeste asiático, Japón, seguido de Hong Kong, Singapur, Corea y Taiwán; en Europa, Alemania; y en América, Estados Unidos (EU), destacando además como la única hegemonía militar. En Asia, surge la naciente y ahora poderosa China.
El momento unipolar estadunidense, después de la guerra fría, que subsistió en tanto fue sutil e indirecto, los acontecimientos actuales anuncian haber llegado a su fin. La realidad indubitable es que EU, después de la invasión a Afganistán e Irak, no resulta lo suficientemente fuerte como para constituirse en una potencia imperial y recobrar su condición de potencia hegemónica. Esto significa que EU, para encontrar los balances de poder, tendrá que regresar a los mecanismos propios de la multipolaridad que él mismo violó.
En la búsqueda de estos balances, EU ha subordinado la estabilidad del orden internacional a las exigencias de su interés nacional militarizando al mundo.
Ahora bien, un cambio en el modelo económico implantado en nuestro país desde 1982 por los intereses de las transnacionales con la aquiescencia de los gobiernos prianistas, bajo el concepto de libre mercado, abre la economía nacional y privatiza las funciones del Estado. Así pues se plantea que la inversión privada, priorizando la extranjera, no la pública, son el motor del crecimiento y del desarrollo nacional.
En esta lógica, el poder que aparentemente se transforma de acuerdo a circunstancias históricas, adopta formas imperiales o hegemónicas a través de mecanismos consensuales para imponer las reglas del juego aprobadas por la Organización Mundial de Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM); las disposiciones perversas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y las cláusulas democráticas son algunas de las formas -consensuales- establecidas por las relaciones de dominación. La hegemonía es una de las formas que asume la dominación. Con el debilitamiento del imperialismo no se resuelve el fenómeno de dominación que abarca dimensiones tan complejas como las relaciones de género, de cultura, entre otras.
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