DEL BLOG "INFORMATIVO TRIPLE V"

LA DESOBEDIENCIA CIUDADANA
ES HOY UN DEBER DE CONCIENCIA (Parte 3)


Podríamos pensar que, como much@s, Henry David Thoreau es un pensador que se queda en las ideas y no aterriza en los hechos. Podríamos rechazar sus propuestas de Desobediencia Civil Pacífica pensando equivocadamente que sólo habló en teoría y que nunca fue a la práctica... Pero no. Thoreau fue un ejemplo vivo de congruencia con sus ideas revolucionarias, como lo han sido también unos pocos que lo leyeron, lo meditaron a fondo y probaron exitosamente sus propuestas (Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela, López Obrador,etc.). Él mismo nos relata su propia experiencia:

Desde hace seis años no he pagado el impuesto de empadronamiento. Por ello me encarcelaron una vez durante la noche, y mientras contemplaba los muros de piedra sólida, de sesenta u ochenta centímetros de espesor, la puerta de hierro y madera de treinta centímetros de grosor y la reja de hierro por la que se filtraba la luz, no pude menos que sentirme impresionado por la estupidez de aquella institución que me trataba como si fuera mera carne, sangre y huesos que encerrar. Me admiraba que alguien pudiera concluir que ese era el mejor uso que el Estado podía hacer de mí y no hubiera pensado en beneficiarse con mis servicios de algún otro modo. Me parecía que si un muro de piedra me separaba de mis conciudadanos, había otro más difícil de trepar o perforar para que ellos consiguieran ser tan libres como yo. No me sentí confinado ni un solo instante y los muros se me antojaban enormes derroches de piedra y cemento. Me sentía como si yo hubiera sido el único ciudadano que había pagado mis impuestos. Sencillamente no sabían cómo tratarme y se comportaban como personas mal educadas. Lo mismo cuando alababan que cuanto amenazaban cometían una estupidez, ya que pensaban que mi deseo era saltar al otro lado del muro. No podía hacer otra cosa sino sonreír al ver con qué esfuerzo me cerraban la puerta, mientras mis pensamientos, sin obstáculo ni impedimento, eran realmente lo único peligroso allí. Como no podían llegar a mi espíritu, resolvieron castigar mi cuerpo, como hacen los niños que, cuando no pueden alcanzar a la persona que les fastidia, maltratan a su perro. Yo veía al Estado como a un necio, como a una viuda que temiese por sus cubiertos de plata, y que no supiese distinguir a sus amigos de sus enemigos. Perdí todo el respeto que aún le tenía y le tuve lástima... El estado nunca se enfrenta voluntariamente con la conciencia intelectual o moral de un hombre sino con su cuerpo, con sus sentidos. Carece de honradez y de inteligencia, por lo que recurre a la simple fuerza física. Yo no nací para ser forzado. Seguiré mi propio camino. Ya veremos quién es el más fuerte. ¿Qué fuerza tiene una multitud? Sólo pueden obligarme aquellos que obedecen a una ley superior a la mía”...

¡Eso es tener “autoridad moral”! ¡Eso es lo que hace que alguien como Thoreau sea leído y transforme a much@s en verdader@s luchadores y resistentes, o, por el contrario, mejor se evite leer y comprender su pensamiento pues resulta “peligroso” aun para quienes nos decimos “de izquierda”: “No vacilo en afirmar que aquellos que se reconocen de izquierda o de pensamiento progresista deberían retirar inmediatamente su apoyo personal y económico al gobierno, y no esperar a constituir una mayoría, antes de tolerar que la injusticia impere sobre ellos. Creo que es suficiente con que tengan a Dios de su parte, sin esperar más. Un hombre con mayor razón que sus conciudadanos ya constituye una mayoría de uno... Si la injusticia forma parte de... la máquina del gobierno... si es de tal naturaleza que los obliga a ser agentes de la injusticia, entonces les digo, quebranten la ley. Que su vida sea un freno que detenga la máquina. Lo que tengo que hacer es asegurarme de que no me presto a hacer el daño que yo mismo condeno”...

Y sigue diciendo Thoreau, rasgando en nuestra conciencia: “Estoy seguro de que si mil, si cien, si diez hombres que pudiese nombrar, si solamente diez hombres honrados, inclusive si un hombre honrado en este país, actuase conforme a su conciencia contra una ley injusta y rompiera su asociación con el gobierno nacional y fuera por ello encerrado en la cárcel... esto significaría el triunfo de la verdad y de la justicia. Lo que importa no es que el comienzo sea pequeño; lo que se hace bien una vez, queda bien hecho para siempre. Pero nos gusta más hablar de ello: decimos que esa es nuestra misión. Las ideas revolucionarias cuentan con algunos periódicos en su favor, pero a veces no cuentan con un solo hombre que actúe”...

Por supuesto, este no es el caso de México. Ahí están los encarcelados injustamente de Atenco y Oaxaca –por citar sólo los casos más conocidos-... ¡Son ell@s héroes! ¡Ellos no se han quedado en las palabras y en las “buenas intenciones” sino que han actuado! ¡Son los hombres y mujeres más libres de nuestra patria aunque los muros de piedra o los muros en nuestros ojos y pensamiento nos hicieran parecer otra cosa! ¡Son ejemplo para tod@s y son así un “peligro” para el Estado y para nosotros los much@s que no llevamos nuestro discurso a los hechos!... Pensemos en ell@s y también en nosotr@s al seguir leyendo a Thoreau:

Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar un hombre justo es también la prisión. Hoy, el lugar apropiado, el único sitio que el Estado ofrece a sus espíritus más libres y menos sumisos, son sus prisiones: se les encarcela y se les aparta del estado por acción de éste, del mismo modo que ellos habían hecho ya por sus propios principios. Ahí es donde el esclavo negro fugitivo, el prisionero mexicano en libertad condicional y el indio que viene a interceder por los daños infligidos a su raza deberían encontrarlos: en ese lugar separado, pero más libre y honorable, donde el Estado sitúa a los que no están con él, sino en su contra, donde el hombre libre puede permanecer con honor. Si alguien piensa que su influencia se perdería allí, que su voz dejaría de afligir el oído del Estado y que ya no sería visto como el enemigo dentro de sus murallas, no sabe cuánto más fuerte es la verdad que el error, cuánto más elocuente y eficiente puede ser combatir la injusticia cuando se ha sufrido en carne propia... Una minoría es impotente mientras se aviene a la voluntad de la mayoría: en ese caso ni siquiera es una minoría. Pero cuando se opone con todas sus fuerzas es imparable. Si la alternativa es encarcelar a los justos o renunciar a sus decisiones y leyes injustas, el Estado no dudará en elegir. Si mil hombres dejaran de pagar impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras que si los pagan, se habilita al Estado para que cometa actos de violencia y derrame la sangre de los inocentes. Esta es la definición de una revolución pacífica, si es que tal cosa es posible. Si el recaudador de impuestos o cualquier otro funcionario público me preguntara –como así ha sucedido-: ‘¿Y entonces, qué hago?’, mi respuesta sería: ‘Si de verdad quiere hacer algo, renuncie al cargo’. Una vez que el súbdito se ha negado a someterse y el funcionario renuncia a su cargo, la revolución se ha logrado. ¿Acaso no hay también un tipo de derramamiento de sangre cuando se hiere la conciencia? Por esa herida brotan la auténtica humanidad e inmortalidad de un ser humano y su hemorragia le ocasiona una muerte interminable. Ya veo correr esos ríos de sangre”...

No hay mucho qué agregar a estas contundentes palabras... Sólo desear que realmente las escuchemos tod@s... y las hagamos carne y sangre... por el bien y el éxito de nuestro Movimiento hacia la IV República...

(Este tema continuará próximamente)

Álvaro, ciudadano de la IV República


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