Carstens chistoretero
Pidiregas, la soga en la garganta
No se sabe si el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, amaneció ayer de espléndido humor o si la creciente ola recesiva que viene del norte –con su innegable impacto negativo en la economía mexicana– le provoca tal nerviosismo, que le ha dado por la risa y el chistorete.
Resulta que, en entrevista televisiva, el funcionario consideró que es tal la “solidez” económica del país, que la nueva etapa recesiva en el vecino del norte cuando mucho provocará en México un rasponcito, o dicho en sus palabras, “un catarrito, ya no una pulmonía como se decía cuando (Estados Unidos) estornudaba”.
Nada mal está que los funcionarios, especialmente los del rígido cuan pomposo sector financiero, de vez en vez se aflojen un poco y sean chistoreteros, pero deberían seleccionar el momento apropiado para bromear, y el que vive México en espera de las consecuencias de su enorme dependencia con el vecino del norte, que puede pegar muy duro a la mayoría de los connacionales, no es precisamente el indicado para jugar con lo del “catarrito”.
No lo es, porque de entrada el “catarrito” diagnosticado por el doctor Carstens obligó al gobierno de la “continuidad” a recortar en casi un punto porcentual su estimación de crecimiento económico para 2008 (de 3.7 la redujo a 2.8 por ciento, en una primera consideración), o lo que es lo mismo, una baja cercana a una tercera parte del pronóstico al que durante semanas se aferró, al más puro estilo foxista, el actual inquilino de Los Pinos y sus neocientíficos de la Secretaría de Hacienda, porque la sacudida gringa le hace los mandados al “navío de gran calado” (Calderón dixit).
Así, un “catarrito” que al país le cuesta la caída de un punto porcentual en una economía que cuando le va muy bien crece 3 puntos, pues no es precisamente el mejor de los diagnósticos, ni mucho menos congruente con la realidad, o si se prefiere, ya que el gobierno está en plan de carpa, es una muestra adicional del humor negro que se maneja en las altas esferas del poder. Por cierto, no faltará el chistoretero que diga que si el “catarrito” es de la proporción corpórea del secretario de Hacienda, entonces el mensaje queda claro: agárrense de donde puedan.
“Catarrito”, pues, el que provocaría la recesión estadunidense en la economía mexicana, pero en la misma entrevista el doctor (que obviamente no lo es en medicina) Agustín Carstens tajantemente desmintió al secretario de Hacienda, porque al calificar la intensidad del impacto recesivo realizó el siguiente ejercicio: “en una escala de cero al 10, donde cero es no estoy preocupado y diez estoy muy preocupado, yo le daría una calificación de 8”, es decir, más tirándole a pulmonía que a resfrío en miniatura.
Otro indicador de que el ex funcionario del Fondo Monetario Internacional escogió mal el momento para hacer chistes ante las cámaras de televisión es el de la generación de puestos de trabajo en tiempos recesivos. En 2008, dijo Carstens, habrá menos empleo que en 2007, “algo así” como 100 mil plazas. Sin embargo, si se toma en consideración la tasa de crecimiento y el número de empleos formales reconocidos el año pasado por el gobierno de la “continuidad”, y tomando en consideración que el “catarrito”, en un primer cálculo, le costaría al país un punto porcentual en crecimiento, entonces no serían 100 mil plazas menos, sino 250 mil, lo que agudizaría el de por sí grave problema de desocupación que se registra en plena “Presidencia del empleo”.
Después del fallido diagnóstico y del chistorete sobre el “catarrito”, al secretario de Hacienda no le quedó de otra que extenderle a los mexicanos una receta más apegada a los síntomas: “se debe ser prudente en el uso de los recursos, por lo que las familias deberían de recortar gastos innecesarios”.
Queda claro, entonces, que Agustín Carstens nunca sería un buen secretario de Salud, y mucho menos humorista.
Las rebanadas del pastel
Desde Ciudad del Carmen, Campeche: “a partir del gobierno de Zedillo el gobierno se desobligó de invertir en infraestructura, particularmente en materia petrolera, y simplemente se lo cargó a la línea de crédito de Pidiregas (por medio de Pemex Project Funding Master Trust, un fideicomiso constituido en Delawere, Estados Unidos, más el Fideicomiso F/163). En 1997 asistí a una presentación en el auditorio del Club Petrolero Campechano en Ciudad del Carmen, por parte del entonces director ejecutivo del Proyecto Cantarel, Antonio Acuña Rosado (hoy jubilado y presuntamente asesor de algún gran corporativo mexicano), quien al presentar el esquema de financiamiento de Pidiregas dijo que se aplicaría exclusivamente a proyectos con retorno garantizado (incremento en la producción de crudo, por ejemplo), y que ese retorno sería suficiente para pagar ese préstamo y sus intereses. La historia hoy día es que tal retorno, si existió, se usó para otras cosas y que el pago de Pidiregas tendrá que salir del flujo de caja del gobierno (no es deuda oficialmente de Pemex). Recuerdo tan solo el proyecto de reconfiguración de la refinería de Cadereyta, donde se fueron miles de millones de dólares y que la dejó peor que al principio. Juan Bueno Torio, entonces director, hoy disfruta del fuero como senador, y ya sueña con ser gobernador de Veracruz. ¿Qué tal? La pregunta para mí es: ¿qué aval o garantía dimos para obtener esa línea de crédito? ¿La producción a futuro de crudo o las acciones mismas de Pemex? Es claro que con una producción de crudo a la baja, importaciones de gasolinas y otros derivados al alza, y cada vez más necesidad de usar esa línea de crédito, ya que Hacienda cubre sus ineficiencias en recaudación con los llamados “excedentes petroleros”, el nudo de la soga que tiene Pemex en la garganta cada vez se aprieta más”. (Heriberto Lugo, lugo@tecnogolfo.com.mx)
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