J. Alejandro Peyro, Revoluciones
Cuarta parte.
Cuando la democracia nos representa a todos.
El equilibrio de poderes, la erradicación de las prácticas corruptas, la eficiencia en el servicio público y sobre todo la construcción de un Estado de Bienestar Social, son realidades propias de los países en donde los ciudadanos han conquistado su propia ciudadanía y han tomado en sus manos el destino de su comunidad. Esto no implica la desaparición del capital financiero y el retorno del comunismo. Implica más bien la desaparición del manejo cupular de los bienes públicos. El ciudadano que aporta cien dólares en impuestos, sabe exactamente en qué se usan esos cien dólares, quiénes y cómo los manejan, y sobre todo, cuáles beneficios recibirá ese ciudadano común o la comunidad a que pertenece como retribución por esos cien dólares.
Asimismo, las élites se conciben como tales pero no en función de su capacidad para oprimir o tomar ventaja económica de los sectores no ilustrados o pudientes, sino en relación a su capacidad de colaboración para el esfuerzo común llamado patria. Inversiones corporativas, innovaciones tecnológicas y científicas, desarrollo de la creatividad artística y de la cultura popular como rasgo de identidad. Movilidad social en términos “ganar=ganar”, usando el autor a disgusto un planteamiento de Covey, es decir todos los esfuerzos orientados al bienestar, lo que deriva en justicia social.
Esta aparente utopía, que parece tal sobre todo comparándola con nuestra lacerante realidad, es la cotidianidad en muchos países de Europa occidental. En estos países hay pobreza pero nadie muere de hambre, hay discriminación pero no crímenes perpetrados por asesinos en puestos de gobierno contra minorías étnicas. Estos países pues, han entendido que es mucho más importante solucionar los problemas básicos para toda su población (salud, educación, nutrición, empleo) que pensar en “liderazgos internacionales, competitividad, globalización”. Pero sobre todo, han comprendido, gracias a su consciente ciudadanía, que el mayor capital político, la única forma de ejercicio del poder que beneficia a los políticos y que les da amplios márgenes de maniobra para difundir su ideología; es la legitimidad, es la honestidad.
Dirá entonces usted, amable lector: “¿Europa occidental? Pero si los españoles son unos saqueadores que mediante sus bancos (BBVA y Santander) nos están explotando, ganan más dinero aquí que en su propio país”. Una vez más le digo a usted, tiene razón. Pero esto ocurre por una razón muy sencilla, y es la que sigue: Lo hacen porque nosotros se lo permitimos. Esa falacia neoliberal sobre lo “inevitable” de la imposición de las transnacionales, del imperialismo económico y financiero, fue hecha talco por los argentinos durante la postcrisis de 2002. La sociedad argentina se organizó, echó a los neoliberales que empobrecieron al país, y más temprano que tarde superaron la crisis y ahora comienzan de nuevo a prosperar.
¿Por qué entonces los mexicanos aguantamos tanto atropello? Porque, como en la narración de Platón, vienen a la oscuridad de nuestra cueva y nos cuentan sobre lo que hay allá afuera, sobre los colores, las texturas, los sabores, la riqueza y la enorme belleza del entorno, y no lo creemos. Aguantamos porque no hemos aprendido a vivir de otra forma. Perpetuamos la corrupción y la transa no porque no haya de otra, sino porque queremos que nuestra suerte cambie pero no queremos que cambie nuestra forma de vida. Un ejemplo: decenas de familias chiapanecas damnificadas por el huracán Stan, recibieron casas nuevas construidas en otra zona de menos peligro; sin embargo, decidieron vender esas casas, dilapidar el dinero recibido, e invadir de nuevo el terreno peligroso a la orilla del río para construir sus viejas casas de cartón.
Si conoce usted la realidad mexicana sabrá que existen muchos casos como éste. Dolorosos para aquellos que deseamos sinceramente un México mejor. Para afrontar estas y otras muchas frustraciones, los ciudadanos conscientes debemos, paradójicamente, tener fe. No en el sentido metafísico o esotérico del término. Sino confianza absoluta en que tenemos la razón. Si la duda emerge, veamos más allá de nuestro entorno. Entonces sabremos que lo que hagamos para generar la reflexión de las personas más reacias a ser libres de conciencia, no importa lo poco o mucho que sea, no importa si tiene poco o mucho impacto, poco o mucho alcance, vale la pena.
Cuarta parte.
Cuando la democracia nos representa a todos.
El equilibrio de poderes, la erradicación de las prácticas corruptas, la eficiencia en el servicio público y sobre todo la construcción de un Estado de Bienestar Social, son realidades propias de los países en donde los ciudadanos han conquistado su propia ciudadanía y han tomado en sus manos el destino de su comunidad. Esto no implica la desaparición del capital financiero y el retorno del comunismo. Implica más bien la desaparición del manejo cupular de los bienes públicos. El ciudadano que aporta cien dólares en impuestos, sabe exactamente en qué se usan esos cien dólares, quiénes y cómo los manejan, y sobre todo, cuáles beneficios recibirá ese ciudadano común o la comunidad a que pertenece como retribución por esos cien dólares.
Asimismo, las élites se conciben como tales pero no en función de su capacidad para oprimir o tomar ventaja económica de los sectores no ilustrados o pudientes, sino en relación a su capacidad de colaboración para el esfuerzo común llamado patria. Inversiones corporativas, innovaciones tecnológicas y científicas, desarrollo de la creatividad artística y de la cultura popular como rasgo de identidad. Movilidad social en términos “ganar=ganar”, usando el autor a disgusto un planteamiento de Covey, es decir todos los esfuerzos orientados al bienestar, lo que deriva en justicia social.
Esta aparente utopía, que parece tal sobre todo comparándola con nuestra lacerante realidad, es la cotidianidad en muchos países de Europa occidental. En estos países hay pobreza pero nadie muere de hambre, hay discriminación pero no crímenes perpetrados por asesinos en puestos de gobierno contra minorías étnicas. Estos países pues, han entendido que es mucho más importante solucionar los problemas básicos para toda su población (salud, educación, nutrición, empleo) que pensar en “liderazgos internacionales, competitividad, globalización”. Pero sobre todo, han comprendido, gracias a su consciente ciudadanía, que el mayor capital político, la única forma de ejercicio del poder que beneficia a los políticos y que les da amplios márgenes de maniobra para difundir su ideología; es la legitimidad, es la honestidad.
Dirá entonces usted, amable lector: “¿Europa occidental? Pero si los españoles son unos saqueadores que mediante sus bancos (BBVA y Santander) nos están explotando, ganan más dinero aquí que en su propio país”. Una vez más le digo a usted, tiene razón. Pero esto ocurre por una razón muy sencilla, y es la que sigue: Lo hacen porque nosotros se lo permitimos. Esa falacia neoliberal sobre lo “inevitable” de la imposición de las transnacionales, del imperialismo económico y financiero, fue hecha talco por los argentinos durante la postcrisis de 2002. La sociedad argentina se organizó, echó a los neoliberales que empobrecieron al país, y más temprano que tarde superaron la crisis y ahora comienzan de nuevo a prosperar.
¿Por qué entonces los mexicanos aguantamos tanto atropello? Porque, como en la narración de Platón, vienen a la oscuridad de nuestra cueva y nos cuentan sobre lo que hay allá afuera, sobre los colores, las texturas, los sabores, la riqueza y la enorme belleza del entorno, y no lo creemos. Aguantamos porque no hemos aprendido a vivir de otra forma. Perpetuamos la corrupción y la transa no porque no haya de otra, sino porque queremos que nuestra suerte cambie pero no queremos que cambie nuestra forma de vida. Un ejemplo: decenas de familias chiapanecas damnificadas por el huracán Stan, recibieron casas nuevas construidas en otra zona de menos peligro; sin embargo, decidieron vender esas casas, dilapidar el dinero recibido, e invadir de nuevo el terreno peligroso a la orilla del río para construir sus viejas casas de cartón.
Si conoce usted la realidad mexicana sabrá que existen muchos casos como éste. Dolorosos para aquellos que deseamos sinceramente un México mejor. Para afrontar estas y otras muchas frustraciones, los ciudadanos conscientes debemos, paradójicamente, tener fe. No en el sentido metafísico o esotérico del término. Sino confianza absoluta en que tenemos la razón. Si la duda emerge, veamos más allá de nuestro entorno. Entonces sabremos que lo que hagamos para generar la reflexión de las personas más reacias a ser libres de conciencia, no importa lo poco o mucho que sea, no importa si tiene poco o mucho impacto, poco o mucho alcance, vale la pena.
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