Refundar el PRD

Alejandro Encinas Rodríguez

El Universal

En mi anterior colaboración señalé que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) es sin duda el partido más importante e influyente que la izquierda mexicana ha conformado.

Más allá de su presencia en los congresos de la Unión y de los estados (127 diputados federales, 26 senadores y 230 diputados locales), el PRD gobierna a más de 25 millones de mexicanos de seis entidades (Baja California Sur, Chiapas, Distrito Federal, Guerrero, Michoacán y Zacatecas) y de decenas de municipios, algunos de éstos de gran importancia económica -como Acapulco-, o los más poblados del país -Ecatepec y Nezahualcóyotl-, lo que da cuenta de su indiscutible posicionamiento político, electoral y territorial en el país.

Sin embargo, pese a sus avances significativos, el PRD enfrenta inercias y viejos problemas internos que le impiden no sólo capitalizar este enorme arsenal político, sino inclusive reconocerse a sí mismo como uno de los factores fundamentales de la gobernabilidad y de la conducción del país.

Uno de estos problemas, quizá el más significativo, es que el PRD ha perdido en esencia su carácter de organización partidaria para dar paso a una "federación de corrientes", otrora concebidas como un avance democrático fundamental, en donde los grupos que las conforman, al permitir la organización de los militantes para impulsar el debate político, han dado paso a una estructura paralela, con órganos de dirección, reglas y financiamiento propios -incluso un alto porcentaje de las prerrogativas públicas se destina al financiamiento de las corrientes y no a la actividad partidista-, que no sólo han desplazado a los órganos de dirección, sino que además han conllevado a la pérdida de valores democráticos.

La toma de decisiones se realiza fuera de los órganos de dirección: éstas se adoptan entre las corrientes, conforme al interés coyuntural de cada grupo, lo que ha eliminado la discusión política y el trabajo colegiado.

Las elecciones internas mediante el sufragio universal, directo y secreto, han devenido -más allá de los problemas de organización que se enfrentan al intentar reproducir las elecciones constitucionales al seno de una organización partidista- en procesos que confrontan y dividen al partido, y en los que se acreditan prácticas antidemocráticas, donde lo que define el resultado no son las capacidades de sus miembros para desarrollar el cargo sujeto a elección, sino el acuerdo entre los grupos, la capacidad de movilización de votantes a las urnas y los recursos económicos que se disponen, en muchas ocasiones con un origen poco claro.

Lo que se diseñó como la mayor expresión de democracia interna frente a las viejas prácticas del clientelismo y el dedazo, se ha reducido a: cuánto tienes, cuánto vales.

La formación y promoción de nuevos cuadros ha sido reducida a su mínima expresión. No hay un relevo generacional en puerta, ni siquiera una rotación de dirigentes que permita vislumbrar una dirección clara hacia el futuro. El escalafón de nuevos dirigentes se reduce a lealtades e incondicionalidad con "la corriente". Ello ha llevado a concebir al partido como fin y no como medio, e incluso como forma de vida donde no se trata sólo de "amarrar" puestos, en cualquier nivel, o cargos de representación proporcional, sino en ocasiones el objetivo es un empleo.

Estos y otros elementos dan cuenta de que el modelo al que ha devenido el PRD, tras periodos de liderazgos fuertes, se ha agotado. Cada día es más claro que avanzar en un modelo de esta naturaleza mantendría el pragmatismo y la corrupción de manera consustancial, lo que debe transformarse de forma radical y con un alto sentido democrático.

Como también lo expresé en mi colaboración anterior, lo mejor del PRD es su base social, amplia, noble y generosa; a ella se debe un proyecto que requiere estar a la altura de los actuales tiempos políticos. Mientras una derecha voraz y sin escrúpulos está dispuesta a todo para perpetuarse en el poder, la principal fuerza política de la izquierda mexicana no puede seguir medrando con una visión doméstica y marginal, escondida en los pasillos y rincones de las corrientes y del aparato del partido.

Es bueno que el PRD convoque a un nuevo congreso para hacer este debate, en el que más allá de la autocrítica, espero dé cauce a una discusión responsable y sin simulaciones en la que deje de pelearse consigo mismo para estar a la altura de lo que millones de mexicanos esperan de la izquierda mexicana.

Refundar el PRD y avanzar hacia su modernización requiere, paradójicamente, regresar a las reglas básicas de conformación de un partido de izquierda: identidad y desarrollo ideológico, democracia interna y ética en su práctica política.

aencinas@economia.unam.mx

Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM

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