DEL BLOG "INFORMATIVO TRIPLE V"

LA DESOBEDIENCIA CIUDADANA
ES HOY UN DEBER DE CONCIENCIA
(Parte 4 y última)


Las palabras “desobediencia”, “resistencia”, “rebeldía”, “inconformidad”, incluso “revolución” y “lucha”, se han convertido en “malas palabras”... Es una pena... y una vergüenza... Sólo en un Estado autoritario y fascista esas bellas y significantes palabras pueden leerse como sinónimo de “violencia”, “violación a la ley”, “amenaza al estado de derecho”, “perturbación del orden público”... El problema de fondo es que quien obedece a su conciencia por encima de personas o instituciones, quien tiene muy claro que “el sábado se hizo para el hombre y no al hombre para el sábado”, se convierte en una incomodidad y un “peligro” para quienes obedecen al poder y al dinero más que a su sentido ético. Se hace necesario descalificar al otro para acallar un poco las voces acusadoras de la propia conciencia... Sobre esto también habla Henry David Thoreau:

“Hasta ahora me he referido al encarcelamiento del objetor y no a la incautación de sus bienes, aunque ambos sirven al mismo propósito, porque aquellos que afirman la justicia más pura, y por tanto son los más peligrosos para un Estado corrompido, no suelen haber dedicado mucho tiempo a acumular riquezas... Los ricos (y no se trata de hacer comparaciones odiosas) están siempre vendidos a la institución que los hace ricos. En estricto sentido, a mayor riqueza, menos virtud, porque el dinero vincula al hombre con sus bienes y le permite obtenerlos y, desde luego, la obtención de ese dinero no constituye ninguna gran virtud. El dinero acalla muchas preguntas que de otra manera el hombre tendría que contestar, mientras que la nueva pregunta que se le plantea es la difícil pero superflua de cómo gastarlo. De este modo, sus principios morales se derrumban a sus pies. Las oportunidades de una vida plena disminuyen en la misma proporción en que se incrementan lo que se ha dado en llamar ‘medios de fortuna’. Lo mejor que el rico puede hacer en favor de su cultura es procurar llevar a cabo aquellos planes en que pensaba cuando era pobre”...

“Cuando hablo con el más independiente de mis conciudadanos, me doy cuenta de que, diga lo que diga acerca de la magnitud y seriedad de un problema y su interés por la tranquilidad pública, en última instancia no puede prescindir del gobierno actual y teme las consecuencias que la desobediencia pudiera acarrear a sus bienes y a su familia. Por mi parte, no me gustaría pensar que algún día voy a depender de la protección del Estado. Si rechazo la autoridad del Estado cuando éste me presenta la cuenta de los impuestos, pronto se apoderará de lo mío y gastará mis bienes y me acosará indefinidamente a mí y a mis hijos. Esto es doloroso. Esto hace que al hombre le sea imposible vivir honestamente y al mismo tiempo con comodidad en la vida material. No merece la pena acumular bienes; con toda seguridad se los volverían a llevar. Es mejor emplearse o establecerse en alguna granja y cultivar una pequeña cosecha y consumirla cuanto antes. Hay que vivir independientemente sin depender más que de uno mismo, siempre dispuesto y preparado para volver a empezar y sin involucrarse en muchos negocios. Un hombre puede enriquecerse hasta en Turquía si se comporta como un buen súbdito del gobierno turco. Decía Confucio: ‘Si un Estado es gobernado por los dictados de la razón, la pobreza y la miseria provocan vergüenza; si un Estado no es gobernado siguiendo la razón, las riquezas y los honores provocan vergüenza’. No... mientras me dedique sólo a adquirir una granja por medios pacíficos en mi propio país podré permitirme el lujo de negarle lealtad al Estado, y su derecho sobre mi vida y mis bienes. Además, me cuesta menos trabajo desobedecer al Estado, que obedecerle. Si hiciera esto último, me sentiría menos digno”...

Todos aquellos que han desobedecido a un Estado injusto y arbitrario, y han sido reprimidos y encarcelados por ello, señalan unánimemente a esa experiencia como profundamente “educativa” y transformadora. ¿Por qué entonces temer las acciones disuasivas y coercitivas del Estado si, paradójicamente, estas acciones son capaces de hacernos a nosotros mejores personas, además de obligar a que el Estado e incluso otras personas muestren su verdadero y deshumanizado rostro? Así lo ha señalado Thoreau en el relato de su experiencia en la cárcel que compartimos en la parte tercera de este artículo y que aquí continuamos: “Cuando salí de la prisión –porque alguien intervino y pagó mis impuestos- no observé que se hubieran producido grandes cambios en el exterior, como los que encuentra el que se marcha joven y regresa ya de viejo. Sin embargo, sí aprecié un cierto cambio en la escena: en la ciudad, en el estado y en el país; un cambio mayor que el debido al mero paso del tiempo. El estado en el que vivía se me presentaba con mayor nitidez. Vi hasta qué punto podía confiar como vecinos o amigos en las personas entre quienes había vivido, que su amistad era de poco fiar, que no se proponían hacer el bien. Eran de una raza distinta a la mía por sus prejuicios y supersticiones, como los chinos y los malayos, que en sus sacrificios por la humanidad no se arriesgan ni ellos y tampoco sus bienes. Después de todo, no eran tan nobles y trataban al ladrón como éste los había tratado a ellos, y esperaban salvar sus almas mediante la observancia de ciertas costumbres y unas cuantas oraciones, y por seguir una senda particularmente recta e inútil. Puede que esta crítica a mis vecinos parezca severa, puesto que muchos de ellos ni siquiera son conscientes de que en su ciudad existe una institución como la cárcel”...

No vayamos a pensar que Thoreau quedó muy complacido con aquellos que pagaron sus impuestos –en forma semejante a aquellos inmorales panistas que pagaron con mala intención la fianza de López Obrador para que no pisara la cárcel y se convirtiera en testimonio de sus arbitrariedades e injusticias-. Esto dice él sobre sus “bienhechores”: Si otros, por simpatía con el Estado, pagan los impuestos que yo me niego a pagar, están haciendo lo mismo que hicieron por sí mismos, es decir, están llevando la injusticia más allá todavía de lo que exige el Estado. Si los pagan por un equivocado interés en la persona afectada, para preservar sus bienes o evitar que vaya a la cárcel, es porque no han considerado con sensatez hasta qué punto sus sentimientos personales interfieren con el bien público”...

Henry David Thoreau concluye así su hermoso y profundo tratado: Si un hombre piensa con libertad, sueña con libertad e imagina con libertad, nunca le va a parecer que es aquello que no es, y ni los gobernantes ni los reformadores ineptos podrán en realidad coaccionarle... El gobierno no puede ejercer más derecho sobre mi persona y propiedad que el que yo le conceda. El progreso desde una monarquía absoluta a otra limitada en su poder, y desde esta última hasta una democracia, es un progreso hacia el verdadero respeto por el individuo. Incluso el filósofo chino fue lo suficientemente sabio como para considerar que el individuo es la base del imperio. Una democracia, tal como la entendemos, ¿es el último logro posible en materia de gobierno? ¿No es posible dar un paso adelante hacia el reconocimiento y la organización de los derechos del hombre? Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se derivan su propio poder y autoridad y lo trate en consecuencia. Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo. Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, tan sólo cumpliendo con sus deberes de vecinos y amigos. Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado más perfecto y glorioso, pero todavía no lo he vislumbrado por ninguna parte”...

Herman@s, amig@s y compañer@s de lucha: Si seguimos pensando con libertad, soñando con libertad e imaginando con libertad, no nos cansaremos de ser como somos ni de hacer lo que hacemos, y nadie podrá jamás detenernos ni coaccionarnos... Seguiremos resistiendo y desobedeciendo, en primerísimo lugar, por nosotros mismos. Por dignidad. Por auto-respeto. Como un deber de la propia conciencia... Y seguiremos luchando también, por supuesto, por nuestros hijos, por quienes amamos y nos aman, e incluso por nuestros adversarios... Buscamos y seguiremos buscando ese “otro Estado más perfecto y glorioso” –la IV República-, que “todavía –como Thoreau- no hemos vislumbrado por ninguna parte”, ¡pero que estamos ya construyendo!...

Álvaro, ciudadano de la IV República


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