Mentiras prohibicionistas

Erich Moncada SDP Noticias
24 de Febrero, 2010 - 09:34

Han calado hondo en las autoridades de gobierno de México y Estados Unidos las declaraciones de especialistas y personalidades como el expresidente de Colombia, César Gaviria. El político del Partido Liberal declaró durante su conferencia magistral en la conferencia “Vientos de Cambio” que los problemas de la delincuencia organizada sólo se superarán “con un tratamiento del consumo interno de drogas, descriminalizando sobre todo la mariguana, montando un sistema de salud y educación que funcione”. Gaviria confesó que “el prohibicionismo, en el cual yo creía, con el paso de los años nos ha demostrado que fracasó”.

El secretario de Salud, José Ángel Córdoba Villalobos y el “zar” antidrogas estadounidense, Gil Kerlikowske, respondieron manifestando su rechazo a la legalización de las drogas para reducir el problema de las adicciones.

La categórica reacción de los dos países, el primero con el mayor consumo de drogas del planeta y el segundo con una incontrolable ola de violencia provocada por los cárteles del narcotráfico, no fue bien pensada y estuvo llena de contradicciones.

Primer mentira de Córdoba Villalobos: En México “existe un claro consenso para mantener la penalización… de la posesión, comercio o del consumo de sustancias… peligrosas”.

¿Cuál consenso? Si en estos últimos tres años el disenso ha prevalecido sobre la hegemonía de la prohibición. Hoy más que nunca muchos ciudadanos y autoridades plantean seriamente cambiar de paradigma y poner en práctica soluciones menos radicales y más efectivas que poner a los adictos tras las rejas y lanzar al Ejército a las calles. Parece que el secretario no recuerda que el Gobierno Federal aprobó en 2008 el no castigo a la posesión de pequeñas cantidades de drogas ilegales. Y el “zar” antidrogas no menciona que muchos estados como Ohio, Nevada, California, Oregon, Nueva Jersey, contemplan seriamente la legalización de la mariguana.

Segunda mentira: “la legalización del consumo de drogas es un evento no sólo peligroso y lejano sino inviable en términos prácticos”.

¿Más peligroso que una política que representa el derroche de millones del erario público, que ha fomentado la corrupción, que ha provocado la muerte de más 16 mil ciudadanos, que ha degradado inexorable de las garantías constitucionales y la violación sistemática de los derechos humanos? Nos confundamos; nadie está proponiendo la legalización súbita de todas las drogas, sino de un proceso gradual y bien monitoreado de descriminalización que ha mostrado sus frutos en Jamaica, Bélgica, Alemania, Croacia, Suiza, Australia, Francia, Portugal, República Checa, España, Holanda, Canadá y Reino Unido. La descriminalización debe entenderse como el retiro del usuario de drogas de la esfera del derecho penal manteniendo los castigos a los grandes traficantes. La idea es controlar y regular, en vez de dejar que el mercado negro determine el precio y llene los bolsillos de los traficantes.

Cuarta mentira: “las drogas no son peligrosas por ser ilegales, son ilegales porque son peligrosas”

Si ese fuera el caso, el alcohol y el tabaco deberían ser ilegales, porque son muchísimo más peligrosas que la mariguana. Las dos causan miles de muertos más que todas las drogas ilegales juntas, por enfermedades o accidentes, pero quienes tienen dificultades con sus hábitos son tratados como enfermos, no como delincuentes.

Es verdad que las drogas ilegales son peligrosas, pero no precisamente por sus efectos tóxicos sino por el contexto en el que son adquiridas y consumidas. Los adictos y usuarios no sólo ponen su salud en riesgo por consumir sustancias en dosis inseguras y sin controles sanitarios, sino que sufren la manipulación de los cárteles que se las venden, de los policías que los extorsionan para no enviarlos a la cárcel y de la sociedad que los discriminan. La prohibición, irónicamente, causa más daños que los que pretende evitar.

Otra falsedad: Gil Kerlikowske considera que “no hay evidencia de que la legalización reduzca la violencia o beneficie la economía”.

Nuestro país es un ejemplo evidente de que la prohibición genera más violencia en comparación con los países donde hay esquemas de descriminalización. México y Estados Unidos, prohibicionistas por excelencia, no han logrado reducir el número de adictos en las calles. Los consumidores desconfían de las autoridades. En Estados Unidos, según los datos de la Oficina Nacional de Política Antidrogas de la Casa Blanca, sólo reciben tratamiento el 10% de los más de 20 millones de individuos con problemas adictivos. ¿Será porque esta nación cuenta con la mayor población carcelaria del mundo sentenciada por delitos relacionados con las drogas?

La economía sí puede beneficiarse. Según la National Organization for the Reform of Marijuana Laws (NORML), un mercado regulado de cannabis en California le generaría en impuestos al menos 1.2 miles de millones de dólares y una reducción en los costos presupuestales de seguridad pública.

Mentiras y más mentiras. Pero en México, soplan vientos de cambio.

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