Soledad Loaeza
El primer discurso del presidente Calderón dedicado a la política exterior fue una exposición de las líneas generales de la diplomacia de su gobierno que hacía mucha falta, simplemente porque en años pasados "ya nos globalizaron", como diría, mordaz, Humberto Garza, y no podemos vivir ayunos de información acerca de qué hará el nuevo gobierno frente al mundo. El propio presidente Calderón inició su discurso con un par de ejemplos de cómo nuestra vida cotidiana se ve afectada por acontecimientos internacionales: el precio del petróleo y el calentamiento global, o la internacionalización de los mercados de trabajo. Es decir, más allá de las razones por las cuales México se abrió al exterior desde los años ochenta, lo cierto es que mucho de aquello que algunos se empeñan en presentar como tema de debate, en realidad son hechos contundentes que generan alternativas de acción más o menos limitadas. Así lo ve el Presidente para quien la globalización es un hecho al cual el país debe ajustarse para derivar las mayores ventajas posibles, y minimizar costos y riesgos.
El discurso presidencial muestra continuidades que permiten identificar ya una política de Estado que no se inicia ahora, pero que el Presidente se compromete a mantener, por ejemplo, como se ha señalado, la globalización como premisa que lo fue también de por lo menos cuatro gobiernos anteriores. Un segundo tema que se integra a una política de largo plazo es la interdependencia como enfoque para entender, en primer lugar, nuestra relación con Estados Unidos. En este caso tampoco hay novedades, simplemente una actualización que parte del reconocimiento del significado de la geografía. La diferencia más importante, que no es de ninguna manera menor, entre lo que hoy se propone y el pasado estriba en la prominencia que ha adquirido el tema de la seguridad en la relación bilateral. El Presidente se refirió a la necesidad, por cierto urgente, de reorganizar la agenda bilateral, de tal suerte que la migración no sea el tema en el que se concentran la atención y los recursos. Sin embargo, dada la prioridad que el tema de la seguridad tiene para el presente gobierno se corre el riesgo que ahora sea ése el asunto dominante, todavía más porque el presidente Calderón identificó ahí el vínculo entre la política exterior y la política interna, cuando destacó que la atracción de inversiones extranjeras y de turismo dependen en buena medida de que México pueda proyectar una imagen internacional de solidez institucional y de seguridad.
En forma hasta cierto punto sorpresiva, el presidente Calderón planteó que uno de los objetivos centrales de su política exterior será la recuperación más bien sería la creación de un liderazgo internacional, aunque lo compensa con un llamado a la responsabilidad. Cabe señalar que semejante objetivo en el plano regional pasa por la reparación de las relaciones con Cuba y con Venezuela. A este último país se refirió el Presidente en forma indirecta cuando afirmó "... No acepto para México humillación ni ofensa, pero tampoco guardo rencores o agravios con nadie..." Sin embargo, los lineamientos generales del discurso colocan a su gobierno en una posición contraria, o simplemente diferente a la del gobierno venezolano e incluso de los cubanos. En este último caso, por ejemplo, el hecho de que se haya referido a la promoción de la democracia y a la defensa de los derechos humanos como parte de la agenda, sugiere que al menos en el corto plazo el diálogo con Cuba será limitado.
El discurso calderonista de política exterior se acoge a lo que es ya una política de Estado: sus horizontes son un poco más amplios que los de su antecesor, hay cambios de énfasis. No obstante, por ahí asoman también algunas posiciones que pueden rastrearse a actitudes tradicionales de Acción Nacional, por ejemplo, la desconfianza frente al activismo internacional que fue uno de los blancos tradicionales de ataque del PAN contra los presidentes del PRI, y que el Presidente trata de prevenir cuando habla de protagonismo internacional, pero apela a una política "responsable". Sólo la camaradería partidista explica que de entre los muchos y muy distinguidos internacionalistas y diplomáticos con que cuenta el servicio exterior mexicano, haya citado en su discurso al "embajador Luis Felipe Bravo". Asimismo, puede considerarse de filiación partidista el renovado compromiso con la promoción de la democracia y de los derechos humanos, que Vicente Fox abanderó de manera tan torpe.
Los llamados a la lealtad hacia la política exterior del Presidente, a la disciplina del personal diplomático y al compromiso con la coherencia gubernamental que algunos medios magnificaron, tuvieron fuertes resonancias partidistas. Tal vez así fue porque para el PAN la Secretaría de Relaciones Exteriores siempre cobijó un nido de tercermundistas embozados, aunque también es posible que las advertencias de Felipe Calderón sólo hayan buscado prevenir una nueva puesta en escena del carnaval foxista.
El primer discurso del presidente Calderón dedicado a la política exterior fue una exposición de las líneas generales de la diplomacia de su gobierno que hacía mucha falta, simplemente porque en años pasados "ya nos globalizaron", como diría, mordaz, Humberto Garza, y no podemos vivir ayunos de información acerca de qué hará el nuevo gobierno frente al mundo. El propio presidente Calderón inició su discurso con un par de ejemplos de cómo nuestra vida cotidiana se ve afectada por acontecimientos internacionales: el precio del petróleo y el calentamiento global, o la internacionalización de los mercados de trabajo. Es decir, más allá de las razones por las cuales México se abrió al exterior desde los años ochenta, lo cierto es que mucho de aquello que algunos se empeñan en presentar como tema de debate, en realidad son hechos contundentes que generan alternativas de acción más o menos limitadas. Así lo ve el Presidente para quien la globalización es un hecho al cual el país debe ajustarse para derivar las mayores ventajas posibles, y minimizar costos y riesgos.
El discurso presidencial muestra continuidades que permiten identificar ya una política de Estado que no se inicia ahora, pero que el Presidente se compromete a mantener, por ejemplo, como se ha señalado, la globalización como premisa que lo fue también de por lo menos cuatro gobiernos anteriores. Un segundo tema que se integra a una política de largo plazo es la interdependencia como enfoque para entender, en primer lugar, nuestra relación con Estados Unidos. En este caso tampoco hay novedades, simplemente una actualización que parte del reconocimiento del significado de la geografía. La diferencia más importante, que no es de ninguna manera menor, entre lo que hoy se propone y el pasado estriba en la prominencia que ha adquirido el tema de la seguridad en la relación bilateral. El Presidente se refirió a la necesidad, por cierto urgente, de reorganizar la agenda bilateral, de tal suerte que la migración no sea el tema en el que se concentran la atención y los recursos. Sin embargo, dada la prioridad que el tema de la seguridad tiene para el presente gobierno se corre el riesgo que ahora sea ése el asunto dominante, todavía más porque el presidente Calderón identificó ahí el vínculo entre la política exterior y la política interna, cuando destacó que la atracción de inversiones extranjeras y de turismo dependen en buena medida de que México pueda proyectar una imagen internacional de solidez institucional y de seguridad.
En forma hasta cierto punto sorpresiva, el presidente Calderón planteó que uno de los objetivos centrales de su política exterior será la recuperación más bien sería la creación de un liderazgo internacional, aunque lo compensa con un llamado a la responsabilidad. Cabe señalar que semejante objetivo en el plano regional pasa por la reparación de las relaciones con Cuba y con Venezuela. A este último país se refirió el Presidente en forma indirecta cuando afirmó "... No acepto para México humillación ni ofensa, pero tampoco guardo rencores o agravios con nadie..." Sin embargo, los lineamientos generales del discurso colocan a su gobierno en una posición contraria, o simplemente diferente a la del gobierno venezolano e incluso de los cubanos. En este último caso, por ejemplo, el hecho de que se haya referido a la promoción de la democracia y a la defensa de los derechos humanos como parte de la agenda, sugiere que al menos en el corto plazo el diálogo con Cuba será limitado.
El discurso calderonista de política exterior se acoge a lo que es ya una política de Estado: sus horizontes son un poco más amplios que los de su antecesor, hay cambios de énfasis. No obstante, por ahí asoman también algunas posiciones que pueden rastrearse a actitudes tradicionales de Acción Nacional, por ejemplo, la desconfianza frente al activismo internacional que fue uno de los blancos tradicionales de ataque del PAN contra los presidentes del PRI, y que el Presidente trata de prevenir cuando habla de protagonismo internacional, pero apela a una política "responsable". Sólo la camaradería partidista explica que de entre los muchos y muy distinguidos internacionalistas y diplomáticos con que cuenta el servicio exterior mexicano, haya citado en su discurso al "embajador Luis Felipe Bravo". Asimismo, puede considerarse de filiación partidista el renovado compromiso con la promoción de la democracia y de los derechos humanos, que Vicente Fox abanderó de manera tan torpe.
Los llamados a la lealtad hacia la política exterior del Presidente, a la disciplina del personal diplomático y al compromiso con la coherencia gubernamental que algunos medios magnificaron, tuvieron fuertes resonancias partidistas. Tal vez así fue porque para el PAN la Secretaría de Relaciones Exteriores siempre cobijó un nido de tercermundistas embozados, aunque también es posible que las advertencias de Felipe Calderón sólo hayan buscado prevenir una nueva puesta en escena del carnaval foxista.
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