Adolfo Sánchez Rebolledo
Poco antes de viajar a Managua a la toma de posesión de Daniel Ortega, el presidente Hugo Chávez juró ante la Asamblea Nacional de Venezuela para un tercer mandato en la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. Y lo hizo con su estilo propio, ése que le prodiga adhesiones fáciles, pero también le enajena amigos, consideración y apoyo fuera de su círculo, descontando, por supuesto, los inadmisibles insultos con que acompaña ciertos ataques ad hominen. Como sea, ratificó su decisión de profundizar la revolución bolivariana hacia "el socialismo del siglo XXI", propuesta que ya alimenta la discusión intensa entre sectores importantes de la izquierda venezolana y continental y los teóricos del neopopulismo, cuyas generalizaciones se han convertido en la fuente de explicación de todos los fenómenos "atípicos" que contradicen el orden fundado en el binomio mercado/democracia. En su oración expresó: "Juro por Cristo, el más grande socialista de la historia, juro por todos ellos, por los dolores, por todos los amores, por todas las esperanzas que haré cumplir con los mandatos de esta Constitución, con los mandatos supremos de los venezolanos aún a costa de mi propia vida. Patria, socialismo o muerte".
Para dar forma a la nueva estrategia, Chávez ha planteado cuestiones que, en efecto, modifican las reglas del juego hasta ahora prevalecientes. En primer término, se ha propuesto construir un partido unificado con todas las fuerzas que apoyan al chavismo, asunto que ha comenzado a sacar ronchas en algunos que temen no a la unidad, sino al monolitismo del partido único. Y junto a ello, ha procedido a la remodelación del gobierno, del que ya han salido algunas figuras notables como el prestigiado ex vicepresidente José Vicente Rangel, con la idea de formar un grupo más homogéneo y radical ante las tareas inmediatas que se le presentan en este etapa al gobierno. Y la tercera, pero no la menos importante, es la decisión de retomar el camino de las nacionalizaciones en campos estratégicos, en particular el petróleo, la electricidad y otras industrias que fueron privatizadas como parte de una política general en prácticamente todo el continente. "Todo aquello que fue privatizado, nacionalícese. Recuperemos la propiedad social sobre los medios estratégicos de producción", afirmó categórico. Asimismo, se ha expresado por devolver al Estado el control de Banco Central, así como otros proyectos que no hace mucho pasaron a manos privadas. Aunque Chávez goza del apoyo absoluto de la Asamblea Nacional, ha pedido a ésta se le concedan poderes extraordinarios "la madre de las leyes habilitantes" para avanzar sin demora ni obstáculos, solicitud que de inmediato ha suscitado temores entre quienes temen se refuerce, aún más, el poder del propio presidente en detrimento de las instituciones democráticas, lo cual sus partidarios descartan en virtud del propio avance del llamado socialismo que dicen asegura mayor control y participación popular. Naturalmente, el asunto prende focos rojos en Washington, Madrid o México. Sin embargo, desde el punto de vista del interés nacional de ése y otros países, la nacionalización es un derecho soberano que ejerce en el marco de las normas aceptadas por el derecho internacional. En ese punto, aunque externe preocupación por sus empresas, Estados Unidos sabe que no podría oponerse con buenas razones a una decisión legal, por mucho que en los años recientes tales medidas se hayan estigmatizado. Pero ése sería el comienzo de un largo proceso cuyo final es difícil de prever.
Un caso particularmente espinoso por sus implicaciones ha sido la decisión de cancelar la concesión a Radio Caracas Televisión, acusada por el gobierno de apoyar el "golpismo", pues la medida se ha interpretado como un ataque a la libertad de expresión, cosa que el gobierno, por supuesto, rechaza. Pero antes de rasgarse las vestiduras, convendría saber qué atribuciones concede al gobierno la ley en esa materia, la historia concreta del caso, pues tampoco hay razón de principio para suponer que las concesiones de los grandes medios deban ser eternas e intocables en un estado de derecho. Sin embargo, la reacción del presidente Chávez (ante la inoportuna declaración pública de José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, resultó un desacierto mayor, tanto más inadmisible por el tono grosero y bravucón de sus palabras.
En la misma comparecencia, ahora en respuesta a los cuestionamiento de la Iglesia católica acerca del socialismo del siglo XXI, Chávez pidió a los obispos que estudiaran. "El primer libro es la Biblia", añadió. No piense el lector que dicha invocación es una referencia circunstancial u oportunista, pues en otros momentos ha expresado su convicción de que el primer socialista de nuestra era fue Cristo. Como él mismo ha dicho, tanto el cristianismo como la influencia proveniente de las prácticas comunales de los pueblos indígenas y los valores igualitarios de Bolívar y otros libertadores constituyen, en principio, la piedra basal del nuevo socialismo. Ya en entrevista con Manuel Cabieses, director de Punto Final, citada por Horacio Benítez (aporrea.org), el socialismo del siglo XXI intentaría ser una síntesis de valores y experiencias, de doctrinas y aportaciones propias y universales, sin dejar de contar con el marxismo, pero poniendo el énfasis en los temas de la moral, como recuperación del sentido ético de la vida frente al individualismo y los privilegios del capitalismo. Un segundo aspecto sería la democracia participativa y protagónica, concebida como poder popular al que debe subordinarse la partidocracia, cuya credibilidad en la sociedad venezolana sigue a la baja.
El objetivo social sería conjugar la igualdad con la libertad, fomentando el cooperativismo y el asociativismo, la propiedad colectiva, la banca popular, así como las formas de augestión de las empresas. Como es fácil de advertir, la definición del socialismo del siglo XXI aún es un bosquejo cuyo destino dependerá de la lucha política, así como de la naturaleza de los problemas que pretende resolver. La gran pregunta es si el socialismo, así concebido, es o podrá ser una alternativa no ya a la política neoliberal sino, como se pretende, al capitalismo y a la democracia tal como hoy se entiende en el mundo o, en definitiva, la repetición excéntrica del viejo y desaparecido "modelo" del pasado. Es pronto para saberlo, pero el gran riesgo es dilapidar el apoyo popular y los grandes recursos nacionales sin ofrecer alternativas capaces de recrear, a la vez, la búsqueda de la igualdad con el pleno respeto a las libertades de los ciudadanos. El debate está abierto. La confrontación también.
Poco antes de viajar a Managua a la toma de posesión de Daniel Ortega, el presidente Hugo Chávez juró ante la Asamblea Nacional de Venezuela para un tercer mandato en la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela. Y lo hizo con su estilo propio, ése que le prodiga adhesiones fáciles, pero también le enajena amigos, consideración y apoyo fuera de su círculo, descontando, por supuesto, los inadmisibles insultos con que acompaña ciertos ataques ad hominen. Como sea, ratificó su decisión de profundizar la revolución bolivariana hacia "el socialismo del siglo XXI", propuesta que ya alimenta la discusión intensa entre sectores importantes de la izquierda venezolana y continental y los teóricos del neopopulismo, cuyas generalizaciones se han convertido en la fuente de explicación de todos los fenómenos "atípicos" que contradicen el orden fundado en el binomio mercado/democracia. En su oración expresó: "Juro por Cristo, el más grande socialista de la historia, juro por todos ellos, por los dolores, por todos los amores, por todas las esperanzas que haré cumplir con los mandatos de esta Constitución, con los mandatos supremos de los venezolanos aún a costa de mi propia vida. Patria, socialismo o muerte".
Para dar forma a la nueva estrategia, Chávez ha planteado cuestiones que, en efecto, modifican las reglas del juego hasta ahora prevalecientes. En primer término, se ha propuesto construir un partido unificado con todas las fuerzas que apoyan al chavismo, asunto que ha comenzado a sacar ronchas en algunos que temen no a la unidad, sino al monolitismo del partido único. Y junto a ello, ha procedido a la remodelación del gobierno, del que ya han salido algunas figuras notables como el prestigiado ex vicepresidente José Vicente Rangel, con la idea de formar un grupo más homogéneo y radical ante las tareas inmediatas que se le presentan en este etapa al gobierno. Y la tercera, pero no la menos importante, es la decisión de retomar el camino de las nacionalizaciones en campos estratégicos, en particular el petróleo, la electricidad y otras industrias que fueron privatizadas como parte de una política general en prácticamente todo el continente. "Todo aquello que fue privatizado, nacionalícese. Recuperemos la propiedad social sobre los medios estratégicos de producción", afirmó categórico. Asimismo, se ha expresado por devolver al Estado el control de Banco Central, así como otros proyectos que no hace mucho pasaron a manos privadas. Aunque Chávez goza del apoyo absoluto de la Asamblea Nacional, ha pedido a ésta se le concedan poderes extraordinarios "la madre de las leyes habilitantes" para avanzar sin demora ni obstáculos, solicitud que de inmediato ha suscitado temores entre quienes temen se refuerce, aún más, el poder del propio presidente en detrimento de las instituciones democráticas, lo cual sus partidarios descartan en virtud del propio avance del llamado socialismo que dicen asegura mayor control y participación popular. Naturalmente, el asunto prende focos rojos en Washington, Madrid o México. Sin embargo, desde el punto de vista del interés nacional de ése y otros países, la nacionalización es un derecho soberano que ejerce en el marco de las normas aceptadas por el derecho internacional. En ese punto, aunque externe preocupación por sus empresas, Estados Unidos sabe que no podría oponerse con buenas razones a una decisión legal, por mucho que en los años recientes tales medidas se hayan estigmatizado. Pero ése sería el comienzo de un largo proceso cuyo final es difícil de prever.
Un caso particularmente espinoso por sus implicaciones ha sido la decisión de cancelar la concesión a Radio Caracas Televisión, acusada por el gobierno de apoyar el "golpismo", pues la medida se ha interpretado como un ataque a la libertad de expresión, cosa que el gobierno, por supuesto, rechaza. Pero antes de rasgarse las vestiduras, convendría saber qué atribuciones concede al gobierno la ley en esa materia, la historia concreta del caso, pues tampoco hay razón de principio para suponer que las concesiones de los grandes medios deban ser eternas e intocables en un estado de derecho. Sin embargo, la reacción del presidente Chávez (ante la inoportuna declaración pública de José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, resultó un desacierto mayor, tanto más inadmisible por el tono grosero y bravucón de sus palabras.
En la misma comparecencia, ahora en respuesta a los cuestionamiento de la Iglesia católica acerca del socialismo del siglo XXI, Chávez pidió a los obispos que estudiaran. "El primer libro es la Biblia", añadió. No piense el lector que dicha invocación es una referencia circunstancial u oportunista, pues en otros momentos ha expresado su convicción de que el primer socialista de nuestra era fue Cristo. Como él mismo ha dicho, tanto el cristianismo como la influencia proveniente de las prácticas comunales de los pueblos indígenas y los valores igualitarios de Bolívar y otros libertadores constituyen, en principio, la piedra basal del nuevo socialismo. Ya en entrevista con Manuel Cabieses, director de Punto Final, citada por Horacio Benítez (aporrea.org), el socialismo del siglo XXI intentaría ser una síntesis de valores y experiencias, de doctrinas y aportaciones propias y universales, sin dejar de contar con el marxismo, pero poniendo el énfasis en los temas de la moral, como recuperación del sentido ético de la vida frente al individualismo y los privilegios del capitalismo. Un segundo aspecto sería la democracia participativa y protagónica, concebida como poder popular al que debe subordinarse la partidocracia, cuya credibilidad en la sociedad venezolana sigue a la baja.
El objetivo social sería conjugar la igualdad con la libertad, fomentando el cooperativismo y el asociativismo, la propiedad colectiva, la banca popular, así como las formas de augestión de las empresas. Como es fácil de advertir, la definición del socialismo del siglo XXI aún es un bosquejo cuyo destino dependerá de la lucha política, así como de la naturaleza de los problemas que pretende resolver. La gran pregunta es si el socialismo, así concebido, es o podrá ser una alternativa no ya a la política neoliberal sino, como se pretende, al capitalismo y a la democracia tal como hoy se entiende en el mundo o, en definitiva, la repetición excéntrica del viejo y desaparecido "modelo" del pasado. Es pronto para saberlo, pero el gran riesgo es dilapidar el apoyo popular y los grandes recursos nacionales sin ofrecer alternativas capaces de recrear, a la vez, la búsqueda de la igualdad con el pleno respeto a las libertades de los ciudadanos. El debate está abierto. La confrontación también.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario