Renaud Malavialle
Ya han tenido lugar en Francia, el 16 de noviembre de 2006, las primeras elecciones primarias del partido socialista para designar a un candidato -que también por primera vez será una candidata- a la Presidencia de la República. Tiene valor y peso simbólico que el mayor partido de gobierno de izquierda tome la iniciativa de avalar la candidatura de una mujer en Francia, después de los ecologistas y del Partido Comunista. Con Ségolène Royal elegida por los afiliados del PSF, la diferencia estriba por supuesto en que por primera vez, la candidata está en capacidad de llegar a la cumbre del Estado, de hacerse con la majestad de una función a menudo calificada en el hexágono de monárquica (el cargo no es vitalicio, pero confiere mucho más poderes de lo que ocurre en las monarquías constitucionales)
Reacia a valerse de soluciones contrarias a los principios republicanos, como imponer la paridad, Francia ve como una posible revolución cultural y simbólica la elección de una mujer a la presidencia de la República. Muchos comentaristas afirman, con razón o no, que las mejores bazas de la candidata socialista consisten precisamente en ser una mujer. Bajo fondo de tres decenios de desempleo y precaridad, las precedentes campañas del temor a la inmigración han calado tan hondo en las mentes que los medios de desinformació
La Historia no se repite pero...
Los fenómenos aquí descritos les parecerán mucho más inteligibles a los venezolanos que a los mismos franceses y europeos. Por una razón tal vez: Francia se hunde en el atolladero mediático que conoció el país caribeño a raíz del matrimonio de razón de los intereses financieros con el periodismo y del que va saliendo en un esfuerzo titánico por crear medios de información alternativos y populares. En Francia como en Venezuela, no hay en efecto otra vía para descifrar la realidad, para salvarla de la denegación y de las propagandas mentirosas, o del ruido que la silencia. En efecto, por mucha indignación que sientan los franceses por la remisión del poder político frente al poder de las multinacionales y frente a los proyectos de una Europa ultraliberal, por mucho que expresen en ocasiones extremas su rotundo rechazo a los proyectos de una clase política con la que se sienten cada menos identificados, no ven salida positiva alguna. No es sólo que los franceses no sepan cómo rebelarse en la era de las desilusiones ideológicas. Es que para concebir un proyecto alternativo, se necesita primero tener claro un diagnóstico. Ahora bien, en Francia se han reducido los espacios mediáticos de razonamientos auténticamente políticos, aquellos que exigen la difícil abstracción de los casos personales y pasionales. Y al contrario, el tiempo que se dedica a noticias intrascendentes crece constantemente. De donde el ascenso de la extrema derecha, nada nuevo. De donde también, en ello sí está la novedad, el muy relativo entusiasmo, exagerado por la prensa como si de un fervor se tratara, por un cambio de figura: cambiar la forma cuando se desespera ya de cambiar el fondo, es lo que los politólogos franceses, con su retórica milenaria, llaman la “ruptura tranquilizadora”Así como en los medios europeos se habla ya de revolución sin ton ni son, como para diluir en la insignificancia todo intento de cambiar realmente el orden económico o político, así los comentaristas franceses prometen una ruptura... sin contenido, sin argumento, sin proyecto otro que el agotado lema de la “autre manière de faire de la politique”, algo que nunca nadie entendió en el país de Descartes; un estribillo que sólo ilusiona a quienes, desesperando de un cambio real, se mecen con otros lenguajes o embelesos.
Francia, Venezuela y la rupturaEn mayo de 2005, Francia protagonizó un auténtico escándalo en Europa con el rechazo rotundo a un Tratado Constitucional de orientación liberal. Contra el 95% o más de los medios de comunicación, contra la mayoría de la clase política que prometía el apocalipsis en caso de victoria del NO al referéndum, contra la mayoría de los militantes políticos y las campañas culpabilizadoras de los partidos de poder, el 55% de los votantes dijeron que NO querían de esta “Constitución” para Europa.
Asombró ver cómo muchos políticos condenaron el “escandaloso voto” de unos franceses -miedosos e incompetentes- quienes pudieron constatar cuánto les costaba a sus representantes aceptar el veredicto de las urnas. Pero hay más. Muy interesante fue ver que no faltaron entre los mismos vencedores (defensores del NO) quienes proclamaron que Francia era el primer país en oponerse a la dictadura de los medios de desinformación. ¿Qué importa que Venezuela realizara algo semejante menos de un año antes? Pueden seguir tranquilos los campeones del nuevo orden mundial en Europa, sus adversarios pocas veces tienen ocasión, cuando no les falta voluntad, de señalar las valiosas aportaciones americanas a la esperanza de un mundo social mejor, o por lo menos soportable.
Prepotencia postcolonial y doble rasero (“populares” vs “populistas”)La Revolución Bolivariana no pudo contar con la solidaridad de los socialistas franceses. Innumerables fueron las acusaciones de “populismo” dirigidas al régimen venezolano o de populista hacia el presidente Hugo Chávez. Incluso revistas a pretensión científica abusan sistemáticamente de ese término mal definido. Quienquiera que tenga el valor de enfrentarse con los poderosos de su país y con el orden mundial y sobre todo de llevar a la práctica las promesas que le valieron el apoyo popular es calificado por los politólogos europeos como populista.
Emblemático ejemplo de doble rasero ha sido el comentario del secretario del Partido Socialista francés, François Hollande, ayer mismo por la mañana en France Inter (Radio France), sobre la elección de su esposa como candidata del mismo partido para las elecciones presidenciales de 2007. Cuando el periodista le preguntó al dirigente del PSF si la candidata no era algo populista también... el virtual primer esposo de Francia insistió ingeniosamente en matizar: según él, la candidata es popular, lo que considera totalmente distinto. Es interesante comparar los usos de tal calificativo según los casos. En la nueva lengua francesa, ser popular requiere tener glamour, figurar en bañador en una revista de press people, ser un fenómeno mediático. Pero haber ganado diez elecciones al sufragio universal, propiciar la alfabetización de más de un milión de ciudadanos y devolver la vista a millares de compatriotas, avanzar en la reforma agraria entre otras realizaciones, sólo le merece a Hugo Chávez el atributo de populista, de connotaciones más que dudosas en el léxico de los politólogos y periodistas europeos. Se entiende sobre todo que el populista es el Otro... el que está demasiado lejos, el que es demasiado novedoso, demasiado marginal o diferente. La incomprensión, la indiferencia y a veces la hostilidad de muchos periodistas y políticos franceses ante la experiencia bolivariana es un síntoma de la pérdida de identidad no sólo republicana sino revolucionaria francesa. Es de temer que en eso consista la ruptura que reúne a los dos cadidatos.
Con el caracazo de febrero de 1989, bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez los venezolanos sacudieron el orden neoliberal sin esperarse el diciembre de 95 francés. Desde 1998 se puede hablar de ruptura en Venezuela. Así como los venezolanos mostraron en abril de 2002 y en agosto de 2004 las vías de la resistencia contra los golpes mediáticos y las campañas de propaganda y desinformación, los venezolanos sí podrían darles lecciones de democracia participativa concreta a los socialistas franceses para que los pocos auténticos cambios anunciados puedan ser tomados en serio por los electores. Retraso tendrá Francia en la competencia económica mundial; lo recuerdan las élites sin cesar; pero hay una novedad que merecería ser meditada: puede que Francia también esté perdiendo la carrera por el progreso social y la democracia efectiva. Cuando de fraternidad ya ni se habla, cuando la igualdad se esfuma dentro del país, puede temerse a medio plazo por la libertad.