Por un camino lento y equivocado

Rogelio Ramírez de la O

El Universal


El gobierno ha dado la señal de que la situación económica de México es buena y sostenible y que lo urgente está en la falta de seguridad. Según esto, cualquier propuesta de cambios de fondo que pueda ser controvertible deberá esperar tres años.

El tiempo de espera que propone es muy riesgoso. Que la situación económica está bien contradice las encuestas de opinión pública que apuntan hacia el empleo como la prioridad más importante.

La diferencia de percepción entre ciudadanos y gobierno es porque los primeros observan su propia situación de empleo y salario, es decir, el sector real de la economía. En cambio el gobierno observa los mercados financieros, para los cuales basta que la macroeconomía esté bien.

El hecho de que en 2006 hubiera una sensación generalizada de que las cosas estaban bien fue porque por primera vez en seis años casi todas las ramas de la economía experimentaron aumentos en sus volúmenes de producción y ventas, y así mayor empleo y utilidades.

Pero en 2006 hubo condiciones externas muy favorables. Estados Unidos siguió consumiendo productos del resto del mundo y los precios del petróleo llegaron a niveles récord. Las condiciones internas también fueron buenas, pues el gobierno gastó en obra pública y vivienda, y mantuvo bajos los costos de la energía. Los altos precios del petróleo le permitieron hacer este gasto sin un déficit fiscal.

Pero estas condiciones favorables no se repetirán en 2007 y es posible que no lo hagan en varios años. Desde finales del año entramos en una nueva fase del ciclo económico, regido principalmente por variables externas. El consumo de Estados Unidos ya se está desacelerando y augura menor crecimiento de exportaciones de México. Los precios del petróleo ya han caído y representan una caída sobre los ingresos del año pasado de 10 mil millones de dólares.

Lo anterior va a sacudir la noción de que la economía está bien. En la realidad cualquier gobierno puede tener un diagnóstico erróneo sin que ocurra nada grave. Pero un diagnóstico erróneo acompañado de una caída de recursos le impedirá hacer frente a problemas concretos, como el alza de precios de la tortilla. La frágil posición fiscal no se lo permitiría. Por otra parte, resolver problemas de la economía real no está dentro de su agenda. Su reacción natural será invocar la estabilidad macroeconómica, aceptar menor crecimiento como algo inevitable, y profesar que no interviene en los mercados.

Tendrá que aceptar un rápido deterioro de su imagen frente a la opinión pública, en especial frente a la clase media. A final de cuentas, forzado por las circunstancias, podría tener que intervenir de todas maneras en los mercados, con el riesgo de la improvisación.

La postura de que la economía está bien ilustra una desconexión entre la percepción viendo al balance macroeconómico y la sensación general. Mucha gente decía al presidente George Bush padre en 1992: ¿por qué insiste en que las cosas están bien cuando se sienten tan mal?

Las solas variables macroeconómicas de déficit fiscal e inflación no son suficientemente amplias para permitir un diagnóstico correcto de la nueva fase del ciclo. Mantener la postura que indicó la Secretaría de Economía frente al alza de precios de la tortilla le va a traer nuevos descalabros.

Si el gobierno no acepta que ha sido un error permitir que se perdiera capacidad productiva de maíz cuando al mismo tiempo había una rápida liberalización y cancelación de apoyos a productores, entonces no tendrá el acicate para corregir el problema fundamental. Este problema es que el consumo doméstico será demasiado vulnerable a los precios internacionales del maíz. Independientemente de la disponibilidad del grano en el exterior, los precios de una parte básica de la alimentación ahora van a aumentar, pues dependen de la nueva política energética de Estados Unidos.

Así, un costo fundamental para la subsistencia de la población queda sujeto a precios externos, pero su ingreso sigue sujeto a salarios internos, mucho más bajos que los externos. Cómo logramos trasladar al exterior el precio de un insumo tan fundamental para el costo del salario es algo trágico.

El problema de posturas y diagnósticos equivocados o incompletos abarca muchas otras áreas de la economía. Así como sucede con el maíz, si el gobierno no regresa a lo fundamental en materia de inversión en exploración y producción de petróleo, y persevera en soluciones financieras de corto plazo, como los Pidiregas, inevitablemente va a encarecer aún más la poca inversión que haga. A la larga aumentarán los estrangulamientos de oferta, no sólo de derivados de petróleo, sino de petróleo crudo.

Si no revisa su postura sobre la industria exportadora y la industria mediana y pequeña, con el argumento de que no interviene en los mercados y por lo tanto no tiene instrumentos de apoyo, la industria va a perder más competitividad.

Si no se decide a encarar directamente y arriesgar su buena aceptación por los grandes monopolios, México no será competitivo. Pretender que este problema lo van a resolver comisiones reguladoras sin que el gobierno ponga en ello todo su peso es un escape de la realidad.

Si no hace ver a los bancos que deben cobrar comisiones justas y no abusar de la deficiente estructura del mercado que tenemos y que está en su interés canalizar más crédito a la pequeña y mediana empresa, el crédito seguirá concentrado en el consumo. Habrá que preguntarse cómo un país que tiene todo el financiamiento para el consumo y poco para la producción va a poder seguir consumiendo.

Si insiste en una tasa única de Impuesto Sobre la Renta suficientemente baja, perderá mucha recaudación. Si lo trata de compensar con el IVA en medicinas y alimentos golpeará aún más a la clase media.

Por estas razones, y hay muchas otras, no se puede decir que el problema económico está fundamentalmente resuelto y que sólo hay que perseverar.

rograo@gmail.com

Analista económico

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