alejandro maciel
McAllen, Texas., 19 de febrero (apro).- Hasta octubre del año pasado, Jay J. Johnson-Castro, de 59 años de edad, se dedicaba a administrar su pequeño hotel ubicado en la ciudad fronteriza de Del Río, Texas. De eso vivía. Sus días pasaban entre la tranquilidad de su negocio y la compañía de sus amigos mexicanos que viven en Ciudad Acuña, del otro lado de la frontera.
Su vida cambió radicalmente en octubre del 2006 cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México.
A Johnson le molestó esa medida y decidió que tenía que hacer algo. El 12 de octubre del 2006, se calzó sus tenis, y como el personaje de la película Forest Gump, empezó a caminar por la frontera texana. Durante 15 días recorrió los 283 kilómetros de distancia entre Laredo y Brownsville.
Hoy Jay J. Johnson-Castro se ha unido a los Ángeles de la Frontera para participar en la Marcha Migrante II, que partió de San Ysidro, California, el pasado 2 de febrero, con dirección a Brownville, Texas.
Esta caravana pasó por Los Ángeles el 17 de febrero, para culminar en San Ysidro, con una audiencia pública sobre la necesidad de que se lleve a cabo una reforma migratoria humana e integral, que regularice la situación de casi 12 millones de personas.
El objetivo central de esta marcha es recopilar las historias de la gente común y corriente que ha sido afectada por el drama de la migración y que, en los últimos años, ha cobrado la vida a más de 4 mil 400 personas.
“Sabemos que hay legisladores en Washington, DC que han tomado una decisión en favor o en contra de la reforma y no vamos a cambiar su forma de pensar”, dice Enrique Morones, organizador de la marcha. “Pero hay muchos que todavía no saben lo que ocurre en la frontera y posiblemente estas historias van a hacer la diferencia”, agrega.
El año pasado, el mismo Enrique Morones, quien es presidente del grupo Ángeles de la Frontera, una organización que se dedica a colocar botellas de agua en el desierto para salvar la vida de los inmigrantes ilegales, organizó una caravana similar desde San Diego hasta Washington, DC. En 40 días visitaron 40 ciudades con el propósito de invitar a la gente a que saliera a las calles, a que se registrara para votar y participara activamente en las elecciones.
“En esa ocasión contribuimos con algo para lograr el cambio político que llevó a los demócratas a controlar la Cámara de Representantes”, dice Morones, quien asegura que ahora el objetivo es recordarles a ellos su promesa de llevar a cabo la reforma migratoria.
Historias con rostro
En una de las primeras etapas del recorrido, la caravana se detuvo en el poblado de Hotville, en el condado de Imperial. Ahí, a unos cuantos kilómetros de la frontera se encuentra el cementerio donde las autoridades han sepultado a cientos de inmigrantes ilegales no identificados que han muerto en el desierto en su intento por cruzar a Estados Unidos.
“No identificado”, se lee en una inscripción escrita en un ladrillo.
“Esto es una tragedia de proporciones enormes --dice la reverenda Mary Moreno Richardson--; aquí están los cuerpos de más de 400 personas, cuyas familias se encuentran en algún lugar de México esperando noticias de su ser querido, sin saber que yacen en una tumba sin nombre en el desierto.”
A lo largo del recorrido las historias se han multiplicado.
En una carta dirigida al presidente George W. Bush, la señora Gabriela Barrios Nájera relata su historia: “Con estos renglones le quiero manifestar la pena que estoy pasando por la pérdida de mi hijo Oscar Abraham García Barrios, quien fue asesinado en Estados Unidos el 18 de mayo del 2006 por un policía en la línea de San Ysidro. Señor –dice la carta--, además de que injustamente le arrebatan la vida, cometieron la crueldad de tenerlo en el auto en el que lo asesinaron por más de 14 horas. Cuando sacaron el cuerpo, mi niño ya estaba rígido.”
La señora Barrios Nájera pregunta: “¿Por qué no le dieron la oportunidad de hablar y defenderse como a cualquier otro ser humano? No le dieron tiempo de nada. Por eso le pido que me ayude a que se haga justicia por el asesinato de mi hijo.”
La señora Juana Martín también relata su historia: “No sé cómo fue la muerte de mi hijo Marcelino, él tenía apenas 19 años y por más que le dije que no se arriesgara no me quiso escuchar. No se si murió en el desierto, o murió en el río, como haya sido, ya es algo irreversible, trágico, pues desde que salió de mi casa, la angustia no me permitía casi dormir, ni paraba de llorar... Me daban ánimo los paisanos que sabían de mi pena, diciéndome que las malas noticias corren más rápido que las buenas, y así fue. Un día en lugar de recibir una carta de él, recibí sus restos para darle cristiana sepultura... Ojalá alguien entendiera tanto dolor que hemos sufrido los familiares que hemos perdido a algún ser querido.”
“Tierra de nadie”
A pesar de que a lo largo del recorrido se han unido decenas de organizaciones que luchan por los derechos de los inmigrantes indocumentados, lo cierto es que en la frontera se vive clima tenso, dice Enrique Morones.
La tensión no sólo es producto de los 6 mil miembros de la Guardia Nacional desplegados a lo largo de la frontera para apoyar a la Patrulla Fronteriza en su labor de vigilancia, “es algo mucho más serio y menos sutil: En algunas regiones de Arizona y Texas, la gente lo vive en carne propia”.
Morones se refiere a los constantes encuentros que tiene la población local con la Patrulla Fronteriza y hasta con la Guardia Nacional. "En San Diego vemos a los miembros de la Guardia Nacional concentrados fundamentalmente en trabajos de apoyo, de construcción de infraestructura, pero cuando vienes a Texas, y conversas con la gente y te encuentras con agentes de la Patrulla Fronteriza a la mitad de la noche te das cuenta de que algo muy grave está pasando", afirma Morones.
“Hay retenes en ambos lados de la frontera, y la gente que vivimos en medio de esos retenes nos concebimos como una comunidad, vivimos en ciudades hermanas y tenemos familias que cruzan de un lado a otro, pero es como si estuviéramos prisioneros”, dice Jay Johnson-Castro, quien es miembro del Subcomité de Turismo Fronterizo del estado Texas.
“En esa franja intermedia entre los retenes y la frontera, existe una tierra de nadie, no es mexicana, no es americana, es una zona donde todos tenemos algo en común”, agrega.
La reportera de Eileen Truax, del periódico La Opinión, de Los Ángeles, que ha acompañado la caravana, señala que este clima de militarización no es nuevo. Ha estado presente desde hace diez años.
Describe algunas escenas cotidianas que lo reflejan: “En Arizona, cuando a medianoche la Patrulla Fronteriza detiene los autos para revisar cada parte de ellos, incluso la hielera. O cuando por la autopista 10, en plena hora pico, circulan enormes tráileres llevando helicópteros militares hacia la frontera. O como en la franja fronteriza entre Columbus, Nuevo México, y Palomas, Chihuahua, donde, además de los retenes, que ya son habituales, se ven entre las montañas los vehículos verde militar de los 6 mil elementos de la Guardia Nacional desplegados en la frontera a partir de 2006.”
Mientras en Arizona, existe un clima de tensión por la fuerte presencia de organizaciones como los Minuteman, y por políticos que han promovido decenas de medidas antinmigrantes, en Texas, existe consenso entre las autoridades electas de las poblaciones fronterizas ubicadas a lo largo del río Grande, de que la relación con México es prioritaria.
“Casi el 60 por ciento de la frontera de México colinda con Texas, somos el primer socio comercial de México, por eso rechazamos un muro que nos divida”, dice el alcalde de Del Río, Texas, Efraín Valdez, al recibir a la caravana en esa ciudad de 40 mil habitantes.
A lo largo de ese estado, académicos, jueces, organizaciones no gubernamentales y funcionarios electos, expresaron su repudio al muro.
La caravana fue recibida por los alcaldes Clay Henry, de Lajitas; Chad Foster, de Eagle Pass; Raúl Salinas, de Laredo; Richard Cortes, de McAllen; Polo Palacios, de Pahr; José Sánchez, de Weslaco; y Eddie Treviño, de Brownsville, entre otros.
“Me parece profundamente molesto que demos una bofetada a nuestro vecino con esta barrera fronteriza. Esto no sólo es un insulto, sino que también es inmoral”, dice Jay Johnson-Castro, también conocido como el embajador de la frontera de Texas.
A pesar de lo exitoso de la marcha y de los apoyos recibidos a lo largo de casi 3 mil kilómetros, todavía queda por ver si este esfuerzo tendrá un verdadero efecto en Washington, dice el doctor José María Ramos García, investigador del Colegio de la Frontera Norte, de Tijuana, quien asegura que las prioridades estadunidenses están en otro lado.
“La guerra en Irak continua siendo la prioridad número uno, y la discusión de una reforma migratoria está por verse, ya que tampoco los demócratas van a querer asumir el costo político de iniciar una discusión de esa naturaleza, especialmente en un momento preelectoral”, dice Ramos García.
El problema principal, asegura, es que si no hay reforma este año, tampoco la habrá en el 2008, porque los partidos estarán ya en plena lucha por alcanzar la Casa Blanca.
McAllen, Texas., 19 de febrero (apro).- Hasta octubre del año pasado, Jay J. Johnson-Castro, de 59 años de edad, se dedicaba a administrar su pequeño hotel ubicado en la ciudad fronteriza de Del Río, Texas. De eso vivía. Sus días pasaban entre la tranquilidad de su negocio y la compañía de sus amigos mexicanos que viven en Ciudad Acuña, del otro lado de la frontera.
Su vida cambió radicalmente en octubre del 2006 cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó la construcción de un muro a lo largo de la frontera con México.
A Johnson le molestó esa medida y decidió que tenía que hacer algo. El 12 de octubre del 2006, se calzó sus tenis, y como el personaje de la película Forest Gump, empezó a caminar por la frontera texana. Durante 15 días recorrió los 283 kilómetros de distancia entre Laredo y Brownsville.
Hoy Jay J. Johnson-Castro se ha unido a los Ángeles de la Frontera para participar en la Marcha Migrante II, que partió de San Ysidro, California, el pasado 2 de febrero, con dirección a Brownville, Texas.
Esta caravana pasó por Los Ángeles el 17 de febrero, para culminar en San Ysidro, con una audiencia pública sobre la necesidad de que se lleve a cabo una reforma migratoria humana e integral, que regularice la situación de casi 12 millones de personas.
El objetivo central de esta marcha es recopilar las historias de la gente común y corriente que ha sido afectada por el drama de la migración y que, en los últimos años, ha cobrado la vida a más de 4 mil 400 personas.
“Sabemos que hay legisladores en Washington, DC que han tomado una decisión en favor o en contra de la reforma y no vamos a cambiar su forma de pensar”, dice Enrique Morones, organizador de la marcha. “Pero hay muchos que todavía no saben lo que ocurre en la frontera y posiblemente estas historias van a hacer la diferencia”, agrega.
El año pasado, el mismo Enrique Morones, quien es presidente del grupo Ángeles de la Frontera, una organización que se dedica a colocar botellas de agua en el desierto para salvar la vida de los inmigrantes ilegales, organizó una caravana similar desde San Diego hasta Washington, DC. En 40 días visitaron 40 ciudades con el propósito de invitar a la gente a que saliera a las calles, a que se registrara para votar y participara activamente en las elecciones.
“En esa ocasión contribuimos con algo para lograr el cambio político que llevó a los demócratas a controlar la Cámara de Representantes”, dice Morones, quien asegura que ahora el objetivo es recordarles a ellos su promesa de llevar a cabo la reforma migratoria.
Historias con rostro
En una de las primeras etapas del recorrido, la caravana se detuvo en el poblado de Hotville, en el condado de Imperial. Ahí, a unos cuantos kilómetros de la frontera se encuentra el cementerio donde las autoridades han sepultado a cientos de inmigrantes ilegales no identificados que han muerto en el desierto en su intento por cruzar a Estados Unidos.
“No identificado”, se lee en una inscripción escrita en un ladrillo.
“Esto es una tragedia de proporciones enormes --dice la reverenda Mary Moreno Richardson--; aquí están los cuerpos de más de 400 personas, cuyas familias se encuentran en algún lugar de México esperando noticias de su ser querido, sin saber que yacen en una tumba sin nombre en el desierto.”
A lo largo del recorrido las historias se han multiplicado.
En una carta dirigida al presidente George W. Bush, la señora Gabriela Barrios Nájera relata su historia: “Con estos renglones le quiero manifestar la pena que estoy pasando por la pérdida de mi hijo Oscar Abraham García Barrios, quien fue asesinado en Estados Unidos el 18 de mayo del 2006 por un policía en la línea de San Ysidro. Señor –dice la carta--, además de que injustamente le arrebatan la vida, cometieron la crueldad de tenerlo en el auto en el que lo asesinaron por más de 14 horas. Cuando sacaron el cuerpo, mi niño ya estaba rígido.”
La señora Barrios Nájera pregunta: “¿Por qué no le dieron la oportunidad de hablar y defenderse como a cualquier otro ser humano? No le dieron tiempo de nada. Por eso le pido que me ayude a que se haga justicia por el asesinato de mi hijo.”
La señora Juana Martín también relata su historia: “No sé cómo fue la muerte de mi hijo Marcelino, él tenía apenas 19 años y por más que le dije que no se arriesgara no me quiso escuchar. No se si murió en el desierto, o murió en el río, como haya sido, ya es algo irreversible, trágico, pues desde que salió de mi casa, la angustia no me permitía casi dormir, ni paraba de llorar... Me daban ánimo los paisanos que sabían de mi pena, diciéndome que las malas noticias corren más rápido que las buenas, y así fue. Un día en lugar de recibir una carta de él, recibí sus restos para darle cristiana sepultura... Ojalá alguien entendiera tanto dolor que hemos sufrido los familiares que hemos perdido a algún ser querido.”
“Tierra de nadie”
A pesar de que a lo largo del recorrido se han unido decenas de organizaciones que luchan por los derechos de los inmigrantes indocumentados, lo cierto es que en la frontera se vive clima tenso, dice Enrique Morones.
La tensión no sólo es producto de los 6 mil miembros de la Guardia Nacional desplegados a lo largo de la frontera para apoyar a la Patrulla Fronteriza en su labor de vigilancia, “es algo mucho más serio y menos sutil: En algunas regiones de Arizona y Texas, la gente lo vive en carne propia”.
Morones se refiere a los constantes encuentros que tiene la población local con la Patrulla Fronteriza y hasta con la Guardia Nacional. "En San Diego vemos a los miembros de la Guardia Nacional concentrados fundamentalmente en trabajos de apoyo, de construcción de infraestructura, pero cuando vienes a Texas, y conversas con la gente y te encuentras con agentes de la Patrulla Fronteriza a la mitad de la noche te das cuenta de que algo muy grave está pasando", afirma Morones.
“Hay retenes en ambos lados de la frontera, y la gente que vivimos en medio de esos retenes nos concebimos como una comunidad, vivimos en ciudades hermanas y tenemos familias que cruzan de un lado a otro, pero es como si estuviéramos prisioneros”, dice Jay Johnson-Castro, quien es miembro del Subcomité de Turismo Fronterizo del estado Texas.
“En esa franja intermedia entre los retenes y la frontera, existe una tierra de nadie, no es mexicana, no es americana, es una zona donde todos tenemos algo en común”, agrega.
La reportera de Eileen Truax, del periódico La Opinión, de Los Ángeles, que ha acompañado la caravana, señala que este clima de militarización no es nuevo. Ha estado presente desde hace diez años.
Describe algunas escenas cotidianas que lo reflejan: “En Arizona, cuando a medianoche la Patrulla Fronteriza detiene los autos para revisar cada parte de ellos, incluso la hielera. O cuando por la autopista 10, en plena hora pico, circulan enormes tráileres llevando helicópteros militares hacia la frontera. O como en la franja fronteriza entre Columbus, Nuevo México, y Palomas, Chihuahua, donde, además de los retenes, que ya son habituales, se ven entre las montañas los vehículos verde militar de los 6 mil elementos de la Guardia Nacional desplegados en la frontera a partir de 2006.”
Mientras en Arizona, existe un clima de tensión por la fuerte presencia de organizaciones como los Minuteman, y por políticos que han promovido decenas de medidas antinmigrantes, en Texas, existe consenso entre las autoridades electas de las poblaciones fronterizas ubicadas a lo largo del río Grande, de que la relación con México es prioritaria.
“Casi el 60 por ciento de la frontera de México colinda con Texas, somos el primer socio comercial de México, por eso rechazamos un muro que nos divida”, dice el alcalde de Del Río, Texas, Efraín Valdez, al recibir a la caravana en esa ciudad de 40 mil habitantes.
A lo largo de ese estado, académicos, jueces, organizaciones no gubernamentales y funcionarios electos, expresaron su repudio al muro.
La caravana fue recibida por los alcaldes Clay Henry, de Lajitas; Chad Foster, de Eagle Pass; Raúl Salinas, de Laredo; Richard Cortes, de McAllen; Polo Palacios, de Pahr; José Sánchez, de Weslaco; y Eddie Treviño, de Brownsville, entre otros.
“Me parece profundamente molesto que demos una bofetada a nuestro vecino con esta barrera fronteriza. Esto no sólo es un insulto, sino que también es inmoral”, dice Jay Johnson-Castro, también conocido como el embajador de la frontera de Texas.
A pesar de lo exitoso de la marcha y de los apoyos recibidos a lo largo de casi 3 mil kilómetros, todavía queda por ver si este esfuerzo tendrá un verdadero efecto en Washington, dice el doctor José María Ramos García, investigador del Colegio de la Frontera Norte, de Tijuana, quien asegura que las prioridades estadunidenses están en otro lado.
“La guerra en Irak continua siendo la prioridad número uno, y la discusión de una reforma migratoria está por verse, ya que tampoco los demócratas van a querer asumir el costo político de iniciar una discusión de esa naturaleza, especialmente en un momento preelectoral”, dice Ramos García.
El problema principal, asegura, es que si no hay reforma este año, tampoco la habrá en el 2008, porque los partidos estarán ya en plena lucha por alcanzar la Casa Blanca.
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