VII. La más profunda identidad del pueblo de México
Nuevamente el botón y los dientes apretados. Nuevamente la tele apagada… Pero la imagen de la mujer cayendo seguía en sus cabezas…
- ¿Y ella… hablará? –preguntó Edmundo, sin poder ocultar ya más su desolación y su enojo-.
- ¡Imposible! ¡Odia a Andrés Manuel y a su proyecto mucho más que nosotros y muchísimo antes que nosotros! Se ofreció voluntaria para esto y jamás nos traicionaría…
- Pero es un riesgo enorme para todos. Sabe demasiado…
- Te repito que este gobierno es novato y blando. No usan con nadie la fuerza para sacar información…
- Yo no estaría tan seguro. Es la primera vez que ocurre un atentado y tal vez se decidan por medidas extremas… Creo que deberíamos poner en marcha la "Operación silenciador"... Levanten la mano los que estén a favor –les dijo al mismo tiempo que él levantaba su mano…
Todos los presentes levantan la mano derecha, acomodando sus dedos en la forma característica –una "Y"-…
- Gracias, señores. Deyanira habría votado de la misma forma… Avisen a nuestro contacto que proceda…
Deyanira no había parado de llorar desde que recuperó la conciencia. Lo paradójico es que su rostro no expresaba dolor o tristeza, sino suavidad y paz… Los médicos no encontraron nada físicamente importante y la habían dado de alta… Estaba ahora frente a los encargados de interrogarla…
Había respondido a todas sus preguntas sobre lo general: su nombre, edad, trabajo, familia, etc. Pero a las preguntas sobre el atentado, el arma, sus inclinaciones políticas, el grupo que la apoyaba, etc., ella sólo tenía una respuesta: "No tengo problema para decir todo lo que sé. Pero sólo se lo diré al Presidente de México"…
Le explicaron de mil formas que eso era imposible y le prometieron de todas las maneras que el Presidente sería informado de inmediato sobre lo que dijera. Pero ella fue inflexible. Bañada en lágrimas todo el tiempo y con una serenidad inexplicable, sólo tenía para ellos la misma respuesta: "Entiendo lo que me dicen. Pero lo que tengo que decir es muy importante para este Gobierno. Y sólo hablaré frente al Presidente López Obrador. El tiempo es vital y mi seguridad está en riesgo. Creo que deberían avisarle al Presidente y que él decida si quiere o no escucharme"…
La actitud de ella, más que sus palabras, los convenció. Se comunicaron con el Lic. Martínez Millán, Procurador General de la República. Este a su vez lo hizo con el Dr. Daniel, Secretario de Justicia y Seguridad, y ambos decidieron hablar directamente con el Presidente de México para que este tomara su decisión…
Ahora estaban frente a frente. Ella, la mujer que horas antes había intentado asesinarlo a él. Y él, el hombre que horas antes había hecho girar radicalmente la vida de ella, con la sola fuerza de su convicción… A un lado, como testigos –y como vigilantes y garantes de la seguridad del Presidente-, el Procurador General de la República y el Secretario de Justicia y Seguridad…
- He pertenecido al Yunque toda mi vida, señor Presidente –le dijo ella, con absoluta tranquilidad, pero sin dejar de llorar-… En esa organización creí conocer y seguir a Dios. Allí creí estar luchando por los mejores intereses de la Nación… Pero no. Ahora sé que estaba equivocada. Hoy, en medio del entusiasmo y del fervor de su gente y… transportada a algún sitio desconocido de mi interior por las palabras de usted… o por algo en las palabras de usted… experimenté al Dios verdadero y pude conocer y comprender realmente los verdaderos intereses de la Nación…
Una suave y luminosa sonrisa resplandeció en el rostro lloroso de Deyanira, que percibía y comprendía nítidamente el desconcierto del Presidente…
- Sé que debo parecerlo en estos momentos, señor Presidente, pero no estoy loca. Lo he estado toda mi vida, pero hoy no lo estoy… Lo he odiado a usted y he luchado contra usted, desde el 2005 hasta el día de hoy. Fui un eslabón muy importante en el Fraude Electoral del 2006. He planeado junto con otros, por muchos meses, la forma de acabar con su vida y con su Proyecto de Nación… Pero en este momento sólo tengo hacia usted sentimientos de profundo respeto, honda admiración y un cariño como nunca antes por nadie fui capaz de sentir… Sé que aparentemente no hay "razones" para estos nuevos y súbitos sentimientos –soy muy consciente de eso, como de todo lo que me está sucediendo-, pero… ¿había "razones" para el odio y la guerra que he hecho contra usted?...
Una pausa... Sus lacrimosos ojos negros en los ojos de él… Su voz rebotando aún en cada interior del interior de Andrés Manuel…
- Le creo, Deyanira. Yo también hace no mucho experimenté a Dios en un sitio impensable, muy lejos de cualquier templo o iglesia o congregación… Tenía yo los mismos ojos, las mismas lágrimas, la misma pasión que ahora tiene usted… Aquella experiencia cambió radicalmente mi vida como ahora está cambiando la de usted… Sé que no está loca. O lo está tanto como lo he estado yo desde que escuché y me sumé a las necesidades más profundas de mi pueblo, expresadas en ese grito suyo que surgió y creció y me transformó: "Es un honor estar con el Creador"…
La voz del Presidente la hacía nuevamente… elevarse y… volar… y llorar aún más…
Lágrimas tenues y pacíficas fluían también ahora en los ojos de él…
- En el 2006, Deyanira, llegué a la competencia por la Presidencia con hambre y sed de justicia, con hambre –sin saberlo claramente- de Dios. A las elecciones más recientes, las que ganamos abrumadoramente, llegué lleno de lo mejor y más profundo de nuestro pueblo mexicano: lleno de Dios… La diferencia entre ambas elecciones fue aquel día de mi propia experiencia espiritual, cuando, llorando como un niño, me di cuenta de que yo criticaba a la derecha por pisotear los derechos fundamentales del pueblo de México (a la justicia, a una vida digna, a la libertad), y que, sin embargo, yo, y muchos en la izquierda conmigo, pisoteábamos -o por lo menos no tomábamos suficientemente en cuenta- derechos y realidades aún más importantes y vitales para ese mismo pueblo mexicano al que decía yo amar y defender: su fe, su esperanza, su profunda identidad con Dios…
A partir de esta comprensión, y a pesar de las críticas de amigos y enemigos que tuve que enfrentar y que sigo enfrentando, no tuve ya ningún temor de expresarme como un hombre de fe y con una profunda identidad con Dios como la gran mayoría del pueblo de México… No me identifico, y menos como Presidente de todos los mexicanos, con alguna forma de religiosidad en particular, pero no me avergüenzo de mencionar a Dios en mis discursos ni los valores espirituales universales presentes en todas las religiones, y presentes, sobre todo, en cada corazón mexicano a quien yo escucho y a quien intento responder como Primer Servidor suyo…
El silencio expectante y casi sagrado que había ido creciendo alrededor de Deyanira y de Andrés Manuel los alcanzaba ahora también a ellos, como si no hubiese nada más qué decir, como si ambos supiesen que ese silencio que… los envolvía… y los… abraszaba… fuese la suprema Palabra que necesitaban escuchar para… completar… la profunda Sabiduría que nacía y crecía dentro de ellos y que… se desbordaba en torno suyo a través de ellos…
Pareció larguísima esta pausa silenciosa… Incómoda, incluso, para todos los que veían la escena y seguían atentamente cada gesto y cada sonido en esa sala… Brevísima y relajante, sin embargo, para Deyanira y para Andrés Manuel… Hasta que, surgiendo de alguna curvatura invisible en esta pausa-espacio, volvió a escucharse la voz de ella…
- Lo que me ha dicho, señor, es exactamente lo que experimenté y comprendí hace unas horas cuando le vi y le escuché por primera vez en vivo y en directo, sin los filtros de otros ojos o de otros oídos o de la televisión… ¿Puede usted creerlo? ¡Por años combatí contra usted sin haberle visto, ni escuchado, ni conocido personalmente. Yo ahora mismo no puedo creer mi absurda actitud!...
Lo importante y que debo decirle, señor Presidente –siguió diciendo ella que se secaba continuamente las lágrimas-, es que el atentado fallido y el que yo decidí no realizar son tan sólo el comienzo de una serie de medidas extremas que ha planeado la organización a la que yo hoy mismo he dejado de pertenecer. No ven con buenos ojos el éxito que usted y su Gobierno están teniendo y harán lo que sea para detenerlo… Conozco las acciones más importantes preparadas para los próximos días y conozco los nombres de los principales involucrados. Si usted quiere que conozcan estos datos todos los que en este momento nos están grabando y escuchando puedo comenzar a hablar. Si prefiere que esta información sea de acceso restringido usted me indicará en qué momento y ante quiénes he de comenzar a decir lo que sé…
(Esta Historia Verdadera continuará…)
Álvaro de Nanahuatzin, ciudadano de la IV República