Vicios antiguos y perniciosos


José Blanco


Entre académicos y políticos suelen establecerse terrenos infranqueables. ¡Cuántas veces protestamos por los dislates de la actuación de los políticos! ¡Cuántas veces los políticos desprecian olímpicamente un estudio que pudo haberse llevado muchos años de trabajo sobre algún aspecto problemático de la vida social, calificándolo precisamente de "académico"! ¿Qué quieren decir? Sencillamente que el académico no ha tenido en cuenta la política. ¿Por qué no la ha hecho? Porque el académico no aprueba, quizá hasta le repugna, que el interés y el objetivo número uno de los políticos, sin apartarse ni por un segundo del mismo, sea la lucha por el poder. Los intereses de la sociedad o del país, están a fortiori, para ellos, en segundo plano. Se ocupan de los mismos en la medida que sirven a su causa. Una acción beneficiosa para la sociedad no será asunto de un político, si no le allega ganancias políticas, acercamiento a los espacios de mayor poder; el mayor de todos, la Presidencia de la República. No perdamos el principio de realidad.

En los países subdesarrollados, dada su miseria económica y su pobreza cultural formal (muchos políticos son ejemplares sobresalientes del actuar chabacano, de la necedad y de la estulticia), la política invade hasta los espacios más pequeñitos, con arrebatos de los agentes que quieren ganar el podercito, por ejemplo, de una escuela.

Véase el caso de los sindicatos de las instituciones educativas. En la instrucción básica padecemos el mayor cáncer político: el SNTE. Y en la educación superior, la inmensa mayoría de las casas de estudio han sido víctimas de los embates, a veces devastadores, de sindicatos irresponsables. He sostenido la hipótesis de que la férrea y desencaminada oposición, en los años setenta, a la sindicación de trabajadores y académicos ­especialmente en la UNAM, que fuera pionera en muchos sentidos­, explica que estas formaciones vivan aún a la "patronal", como enemigo "explotador". Una consecuencia de ello es la gran proporción de trabajadores que buscan extraerle lo más posible a la institución y trabajar lo menos posible para la misma. Es famoso, en la UNAM, el suceso, en la década de los años setenta, de unos "marxistas" sindicaleros que aconsejaban a las secretarias no escribir más de dos cuartillas al día, porque más de eso implicaba "plusvalía" para la "patronal". Además se volvieron cotos de caza de grupos enquistados con propósitos de eternidad.

Refiero, en una nuez, lo que ocurre hoy en la Universidad Veracruzana (UV). La señora Eloína Vargas es secretaria general del sindicato (Setsuv), desde hace ¡33 años!, democráticamente: doña Porfiria. Por mil mecanismos corruptos, le ha sacado por décadas a la institución, se dice, puñados de prebendas personales, al puro estilo de la corrupción política mexicana. Hoy ha puesto banderas de huelga, despreciando el ofrecimiento económico más alto que haya planteado ninguna otra institución del país en su revisión de contrato: 3.8 por ciento de aumento al salario, base del aumento nacional, sobre el que las instituciones no tienen facultad de modificación; más 1.4 en diversas prestaciones. Sobre la base de estos aumentos han conjurado sus huelgas un número significativo de universidades.

La UV ofreció, además del incremento de 3.8 por ciento directo al salario, 1.25 de aumento a despensa, dos pagos que suman 950 pesos, un incremento de 5 a 10 por ciento en bonos de productividad del desempeño, mediante un mecanismo de medida acordado con el sindicato, y un bono de apoyo económico por 2 mil 500 pesos. Este último es equivalente al "bono sexenal" que han estado reclamando diversos sindicatos, y que las universidades no pueden adoptar como tal, porque ese concepto de retribución no existe en la ley. El bono de productividad busca, desde luego, transformar las relaciones laborales. Una política gana-gana: los trabajadores ganan y la institución también.

El rector Raúl Arias Lovillo explicó a la comunidad trabajadora que la suma del ofrecimiento permitiría que los trabajadores más productivos de la institución recibieran, al final del año, con respecto a su salario actual, alrededor de 23.62 por ciento de incrementos, y en algunos casos una cifra aún mayor.

La dirigente, que mantiene un control férreo sobre "sus" bases (entre otras cosas manteniendo a muchos con la espada de Damocles encima, conservándolos como trabajadores eventuales), estalló la huelga porque, dijo, quería seguir luchando por el "bono sexenal" ­es decir, cobrarlo dos veces­, aunque tal demanda no forma parte de su pliego petitorio. Irremediablemente la señora se puso en posición de que sea declarada inexistente su huelga irresponsable: no tiene argumentos jurídicos para sostenerla.

Por primera vez en sus más de 50 años de vida, la UV tiene un rector que proviene de la academia, no del medio político, y que contribuyó, cuando estudiante, a la organización de los sindicatos de la UV. El ofrecimiento de la UV ciertamente no es casual.

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