Se han dicho muchas cosas en estos días acerca de lo que parece ser que configura una crisis entre productores, distribuidores, almacenadores y aun los especuladores de ese alimento tan indispensable para nuestro pueblo, y en general para todos los mexicanos: el maíz. Entre todo lo que se ha dicho, ha habido voces sensatas muy informadas que ayudan mucho a entender la naturaleza del problema y que también aportan elementos que uno quisiera que las autoridades encargadas de resolver escucharan a su vez y las tomaran en cuenta.
Otros han hablado más por sus propios intereses que por aportar ideas que ayuden a salvar esta crisis, y por el contrario deforman algunos elementos que la configuran en su favor, aunque uno también aprende de ellos: que este problema no es nuevo, que venía ya de muy atrás, y que son ellos precisamente quienes lo han generado, aferrados a una interpretación parcial de su complejidad, por lo que conviene ir a su origen en un intento por esclarecer cuáles son las verdaderas causas y cuáles los efectos de ellas.
En nuestro país se han venido reduciendo las áreas de cultivo ubicadas en las zonas más ricas, y que antes se dedicaban al maíz, debido a la baja productividad que se da en el mercado de este grano tan indispensable para nosotros, puesto que lo que llamamos la agricultura de boutique es mucho más productiva y nos referimos a los productos agrícolas lícitos por supuesto, como serían el brócoli y algunas hortalizas.
Por otra parte, hay que aclarar que mucho de lo escuchado acerca del etanol, como una de las causas por las que se ha enrarecido la existencia del maíz para las tortillas, más que aclarar el problema lo ha hecho más confuso, porque han incurrido en generalidades como decir que del maíz se está extrayendo el etanol, y que esto ha escaseado el producto, pero no han precisado que esta sustancia química, usada en Estados Unidos y en Brasil muy principalmente como fuente de energía alterna, que mezclado con la gasolina reduce las emisiones de CO2 y baja de precio el combustible en términos generales, proviene específicamente del maíz amarillo, que no es el que se usa para las tortillas, ya que éstas se preparan con el blanco.
Puede ser que la demanda por el maíz amarillo para obtener el etanol en Estados Unidos, por ejemplo, se cultive en áreas que antes de que este fenómeno se diera estaban destinadas al cultivo de maíz blanco, y en ese caso sí afectaría en disponibilidad, y en todo caso estaríamos hablando siempre del maíz de importación, y concretamente de los estadunidenses, por lo cual consideramos que fue un acierto haber abierto las fronteras y permitir que se importe de cualquier parte del mundo y no solamente por la frontera norte, puesto que la diversificación de las fuentes de abastecimiento habrá de producir una sana competencia en el mercado de los granos para México.
Hay que considerar también que en nuestro país son pocas, en términos relativos, las regiones favorecidas por la naturaleza con vocación para producir el maíz blanco, como por ejemplo en el noroeste, en Sonora y Sinaloa, así como en los estados que integran el Bajío en el centro de la república, que son tierras fértiles y con disponibilidad de riego con altos rendimientos que llegan hasta 15 o 16 toneladas por hectárea, aunque aparte de haber sido favorecidas, como hemos dicho, por la naturaleza con la calidad del suelo y las posibilidades de valerse de riego rodado, de todas maneras es necesario fumigar y fertilizar, además de hacer constantes investigaciones agrícolas para mejorar la semilla y obtener siempre mayores rendimientos.
Pero hay la otra agricultura: la de susbsistencia, de las laderas empobrecidas de la Mixteca, del altiplano potosino, o de Zacatecas, por poner solamente algunos ejemplos, donde las condiciones para cultivar el maíz son bien diferentes, pues ni el suelo se presta para obtener altos rendimientos ni tampoco para ser altamente mecanizado, por una parte; y por otra, la pobreza del campesino de estos lugares se refleja en la imposibilidad para fertilizar y fumigar, y por más que se han creado diversas variedades resistentes a las inclemencias del tiempo y a la pobreza del suelo, por su propio esfuerzo e iniciativa, que ha configurado una verdadera cultura del cultivo de maíz, los rendimientos son muy bajos y las posibilidades de que concurran a los mercados sin pasar por los acaparadores locales es por ahora muy remota, pues tampoco disponen de crédito para el campo de temporal, ni recordamos que haya habido en otras épocas algún esfuerzo gubernamental para llegar a estas zonas empobrecidas, que son precisamente las que proveen de trabajadores indocumentados al vecino país del norte.
Raanan Weitz, el experto en agricultura de zonas áridas y semidesérticas de Israel, cuando estuvo en México hace algunos años en sus conferencias afirmaba, con mucha razón, que la agricultura no es únicamente una actividad económica, sino también un modo de vida que corresponde a una determinada organización social, y es por esto que la cultura del maíz en América Latina, con contadas excepciones como serían quizás Brasil, Argentina y Chile, se desarrolló en las épocas prehispánicas más antiguas alrededor del cultivo del maíz.
Weitz decía también que a diferencia de la actividad industrial, cambiar de cultivos en una región determinada a otros es muy difícil por estas circunstancias de estar tan ligados al modo de vida y a la organización social de los campesinos, a diferencia de como lo pueden hacer en la industria con relativa facilidad, pero hay que considerar que la competencia de precios con el maíz de importación que viene de Estados Unidos, donde cuentan con financiamiento y subsidios, y con grandes planicies susceptibles de ser altamente mecanizadas, y donde no requieren, en todo lo que es el Corn Belt, que atraviesa buena parte de su territorio, tampoco de riego rodado, ni de fumigación que la propia naturaleza les proporciona con las nevadas, y por la humedad que les llega de las montañas Rocallosas. Por ello insistimos en que fue una acertada medida la de abrir la frontera a la importación de granos de otras regiones del mundo, que son también grandes productores de maíz, como Africa por ejemplo.
Otros han hablado más por sus propios intereses que por aportar ideas que ayuden a salvar esta crisis, y por el contrario deforman algunos elementos que la configuran en su favor, aunque uno también aprende de ellos: que este problema no es nuevo, que venía ya de muy atrás, y que son ellos precisamente quienes lo han generado, aferrados a una interpretación parcial de su complejidad, por lo que conviene ir a su origen en un intento por esclarecer cuáles son las verdaderas causas y cuáles los efectos de ellas.
En nuestro país se han venido reduciendo las áreas de cultivo ubicadas en las zonas más ricas, y que antes se dedicaban al maíz, debido a la baja productividad que se da en el mercado de este grano tan indispensable para nosotros, puesto que lo que llamamos la agricultura de boutique es mucho más productiva y nos referimos a los productos agrícolas lícitos por supuesto, como serían el brócoli y algunas hortalizas.
Por otra parte, hay que aclarar que mucho de lo escuchado acerca del etanol, como una de las causas por las que se ha enrarecido la existencia del maíz para las tortillas, más que aclarar el problema lo ha hecho más confuso, porque han incurrido en generalidades como decir que del maíz se está extrayendo el etanol, y que esto ha escaseado el producto, pero no han precisado que esta sustancia química, usada en Estados Unidos y en Brasil muy principalmente como fuente de energía alterna, que mezclado con la gasolina reduce las emisiones de CO2 y baja de precio el combustible en términos generales, proviene específicamente del maíz amarillo, que no es el que se usa para las tortillas, ya que éstas se preparan con el blanco.
Puede ser que la demanda por el maíz amarillo para obtener el etanol en Estados Unidos, por ejemplo, se cultive en áreas que antes de que este fenómeno se diera estaban destinadas al cultivo de maíz blanco, y en ese caso sí afectaría en disponibilidad, y en todo caso estaríamos hablando siempre del maíz de importación, y concretamente de los estadunidenses, por lo cual consideramos que fue un acierto haber abierto las fronteras y permitir que se importe de cualquier parte del mundo y no solamente por la frontera norte, puesto que la diversificación de las fuentes de abastecimiento habrá de producir una sana competencia en el mercado de los granos para México.
Hay que considerar también que en nuestro país son pocas, en términos relativos, las regiones favorecidas por la naturaleza con vocación para producir el maíz blanco, como por ejemplo en el noroeste, en Sonora y Sinaloa, así como en los estados que integran el Bajío en el centro de la república, que son tierras fértiles y con disponibilidad de riego con altos rendimientos que llegan hasta 15 o 16 toneladas por hectárea, aunque aparte de haber sido favorecidas, como hemos dicho, por la naturaleza con la calidad del suelo y las posibilidades de valerse de riego rodado, de todas maneras es necesario fumigar y fertilizar, además de hacer constantes investigaciones agrícolas para mejorar la semilla y obtener siempre mayores rendimientos.
Pero hay la otra agricultura: la de susbsistencia, de las laderas empobrecidas de la Mixteca, del altiplano potosino, o de Zacatecas, por poner solamente algunos ejemplos, donde las condiciones para cultivar el maíz son bien diferentes, pues ni el suelo se presta para obtener altos rendimientos ni tampoco para ser altamente mecanizado, por una parte; y por otra, la pobreza del campesino de estos lugares se refleja en la imposibilidad para fertilizar y fumigar, y por más que se han creado diversas variedades resistentes a las inclemencias del tiempo y a la pobreza del suelo, por su propio esfuerzo e iniciativa, que ha configurado una verdadera cultura del cultivo de maíz, los rendimientos son muy bajos y las posibilidades de que concurran a los mercados sin pasar por los acaparadores locales es por ahora muy remota, pues tampoco disponen de crédito para el campo de temporal, ni recordamos que haya habido en otras épocas algún esfuerzo gubernamental para llegar a estas zonas empobrecidas, que son precisamente las que proveen de trabajadores indocumentados al vecino país del norte.
Raanan Weitz, el experto en agricultura de zonas áridas y semidesérticas de Israel, cuando estuvo en México hace algunos años en sus conferencias afirmaba, con mucha razón, que la agricultura no es únicamente una actividad económica, sino también un modo de vida que corresponde a una determinada organización social, y es por esto que la cultura del maíz en América Latina, con contadas excepciones como serían quizás Brasil, Argentina y Chile, se desarrolló en las épocas prehispánicas más antiguas alrededor del cultivo del maíz.
Weitz decía también que a diferencia de la actividad industrial, cambiar de cultivos en una región determinada a otros es muy difícil por estas circunstancias de estar tan ligados al modo de vida y a la organización social de los campesinos, a diferencia de como lo pueden hacer en la industria con relativa facilidad, pero hay que considerar que la competencia de precios con el maíz de importación que viene de Estados Unidos, donde cuentan con financiamiento y subsidios, y con grandes planicies susceptibles de ser altamente mecanizadas, y donde no requieren, en todo lo que es el Corn Belt, que atraviesa buena parte de su territorio, tampoco de riego rodado, ni de fumigación que la propia naturaleza les proporciona con las nevadas, y por la humedad que les llega de las montañas Rocallosas. Por ello insistimos en que fue una acertada medida la de abrir la frontera a la importación de granos de otras regiones del mundo, que son también grandes productores de maíz, como Africa por ejemplo.
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