León Bendesky
Uno de los signos del modo de gobernar del presidente Calderón ha sido el uso de la fórmula: he girado instrucciones para que se haga todo lo posible por resolver tal o cual problema. Para eso es el gabinete del que se conforma el Ejecutivo, pero ante esa instrucción no queda claro, precisamente, lo que es posible, así como qué hacen al respecto los encargados de hacer todo lo posible y cómo y cuándo rinden cuentas de lo que hacen o dejan de hacer y, por cierto, no sólo a su jefe.
Tal vez fuera más conveniente que se expusiera abiertamente y, así, quedara claro para todos, lo contrario, aquello que no es posible. Es decir, lo que a partir de la visión del Presidente, de su equipo y su partido no está dispuesto a hacer, ya sea por convicción o por conveniencia.
El Presidente no ha podido resistir, y eso apenas a unas semanas de su estancia en Los Pinos, la tentación de hacer señalamientos de tipo populista, lo que hasta hace poco rechazara de modo muy severo. Ante la caída de los precios petroleros dijo que los factores externos no doblegarían a su gobierno. El eco lopezportillista de la defensa canina del valor del peso es ineludible. Esta economía está sometida a los vaivenes del precio del crudo, pues durante los últimos años ha vivido de la renta petrolera, que ha sido esencial para alcanzar la estabilidad financiera y sostenerla hasta ahora.
Es todavía incierto el nivel en el que se asentarán los precios del petróleo; es probable que haya un ajuste al alza y es también posible que hacia fines de año o principios del entrante se ubiquen en alrededor de 40 dólares por barril para el crudo de referencia, que es más caro que la mezcla mexicana. Lo que no puede negarse, con apenas un vistazo a las cuentas financieras del país, es que en el caso de un ajuste relevante a la baja de este precio, la economía se va a doblegar, primero por el impacto negativo en los ingresos presupuestales y, luego, por su transmisión al conjunto de las transacciones en el mercado.
Las dificultades de tipo estructural de la economía mexicana no se limitan al caso del petróleo, sino que abarcan la falta de crecimiento de la productividad y, así mismo, los efectos adversos que provoca la falta de competencia sobre el proceso de la determinación de muchos precios. El caso del maíz y las tortillas es muy evidente.
El gobierno de Calderón ya se doblegó, está pagando una cuenta que tiene que ver con la forma en que se ha estructurado el mercado del maíz, en especial luego del TLCAN. La expectativa, cuando se firmó el tratado, era que la apertura progresiva del comercio del grano incidiría finalmente en la reducción del precio de las tortillas. Pero la importación de maíz siempre se acomodó a carencias productivas en ese sector y se abandonaron las medidas necesarias de protección; se han usado y ampliado los cupos previstos de importación sin pago de aranceles y se desmoronó la estructura de un mercado clave para las condiciones de vida de la población. A ello contribuyó el desmantelamiento de Conasupo, como instrumento regulador del mercado y el hecho es que la comercialización se concentra en unas pocas empresas que pueden manejar la oferta. Eso es lo que se ha descrito en los días recientes como especulación, aunque en la Secretaría de Comercio sólo les pareció un movimiento normal del mercado.
En un típico momento del surrealismo mexicano, se reúnen el Presidente y los representantes de las empresas que controlan la oferta de maíz para pactar un alza de 40 por ciento al precio de la tortilla. Ese aumento ameritó una ceremonia y, al parecer, la población debe estar agradecida por este acto de solidaridad. Ese pacto no puede imponerse sobre la mayoría de los productores y los que lo firmaron pronto lo abandonarán, pues las fuentes del alza del precio no se han modificado. Esa reunión de sonrisas complacidas es un acto cosmético que nada tiene que ver con las fuerzas del mercado y, mucho menos con una definición clara de la política pública.
En todo caso las condiciones que sirvieron para hacer las estimaciones del comportamiento de la economía en 2007 ya se han modificado y el nuevo precio de la tortilla, la distorsión del mercado del maíz para consumo humano y forraje, junto con los aumentos que ya se han hecho "normales" en los energéticos, requerirán de ajustes en las políticas monetaria y fiscal.
El asunto de las tortillas tiene un elemento externo que afecta el precio y tiene que ver con su determinación en Estados Unidos, con los subsidios que se dan allá a los productores, el uso del grano para producir etanol y, también, con las repercusiones del libre comercio y la falta de mecanismos de compensación con los que sí cuentan otros esquemas de integración comercial en otras partes del mundo. El petróleo podría ser la puntilla que vuelva a poner en evidencia la enorme fragilidad interna de esta economía que cuando no queda sujetada por alfileres no pasa siquiera de las tachuelas.
Uno de los signos del modo de gobernar del presidente Calderón ha sido el uso de la fórmula: he girado instrucciones para que se haga todo lo posible por resolver tal o cual problema. Para eso es el gabinete del que se conforma el Ejecutivo, pero ante esa instrucción no queda claro, precisamente, lo que es posible, así como qué hacen al respecto los encargados de hacer todo lo posible y cómo y cuándo rinden cuentas de lo que hacen o dejan de hacer y, por cierto, no sólo a su jefe.
Tal vez fuera más conveniente que se expusiera abiertamente y, así, quedara claro para todos, lo contrario, aquello que no es posible. Es decir, lo que a partir de la visión del Presidente, de su equipo y su partido no está dispuesto a hacer, ya sea por convicción o por conveniencia.
El Presidente no ha podido resistir, y eso apenas a unas semanas de su estancia en Los Pinos, la tentación de hacer señalamientos de tipo populista, lo que hasta hace poco rechazara de modo muy severo. Ante la caída de los precios petroleros dijo que los factores externos no doblegarían a su gobierno. El eco lopezportillista de la defensa canina del valor del peso es ineludible. Esta economía está sometida a los vaivenes del precio del crudo, pues durante los últimos años ha vivido de la renta petrolera, que ha sido esencial para alcanzar la estabilidad financiera y sostenerla hasta ahora.
Es todavía incierto el nivel en el que se asentarán los precios del petróleo; es probable que haya un ajuste al alza y es también posible que hacia fines de año o principios del entrante se ubiquen en alrededor de 40 dólares por barril para el crudo de referencia, que es más caro que la mezcla mexicana. Lo que no puede negarse, con apenas un vistazo a las cuentas financieras del país, es que en el caso de un ajuste relevante a la baja de este precio, la economía se va a doblegar, primero por el impacto negativo en los ingresos presupuestales y, luego, por su transmisión al conjunto de las transacciones en el mercado.
Las dificultades de tipo estructural de la economía mexicana no se limitan al caso del petróleo, sino que abarcan la falta de crecimiento de la productividad y, así mismo, los efectos adversos que provoca la falta de competencia sobre el proceso de la determinación de muchos precios. El caso del maíz y las tortillas es muy evidente.
El gobierno de Calderón ya se doblegó, está pagando una cuenta que tiene que ver con la forma en que se ha estructurado el mercado del maíz, en especial luego del TLCAN. La expectativa, cuando se firmó el tratado, era que la apertura progresiva del comercio del grano incidiría finalmente en la reducción del precio de las tortillas. Pero la importación de maíz siempre se acomodó a carencias productivas en ese sector y se abandonaron las medidas necesarias de protección; se han usado y ampliado los cupos previstos de importación sin pago de aranceles y se desmoronó la estructura de un mercado clave para las condiciones de vida de la población. A ello contribuyó el desmantelamiento de Conasupo, como instrumento regulador del mercado y el hecho es que la comercialización se concentra en unas pocas empresas que pueden manejar la oferta. Eso es lo que se ha descrito en los días recientes como especulación, aunque en la Secretaría de Comercio sólo les pareció un movimiento normal del mercado.
En un típico momento del surrealismo mexicano, se reúnen el Presidente y los representantes de las empresas que controlan la oferta de maíz para pactar un alza de 40 por ciento al precio de la tortilla. Ese aumento ameritó una ceremonia y, al parecer, la población debe estar agradecida por este acto de solidaridad. Ese pacto no puede imponerse sobre la mayoría de los productores y los que lo firmaron pronto lo abandonarán, pues las fuentes del alza del precio no se han modificado. Esa reunión de sonrisas complacidas es un acto cosmético que nada tiene que ver con las fuerzas del mercado y, mucho menos con una definición clara de la política pública.
En todo caso las condiciones que sirvieron para hacer las estimaciones del comportamiento de la economía en 2007 ya se han modificado y el nuevo precio de la tortilla, la distorsión del mercado del maíz para consumo humano y forraje, junto con los aumentos que ya se han hecho "normales" en los energéticos, requerirán de ajustes en las políticas monetaria y fiscal.
El asunto de las tortillas tiene un elemento externo que afecta el precio y tiene que ver con su determinación en Estados Unidos, con los subsidios que se dan allá a los productores, el uso del grano para producir etanol y, también, con las repercusiones del libre comercio y la falta de mecanismos de compensación con los que sí cuentan otros esquemas de integración comercial en otras partes del mundo. El petróleo podría ser la puntilla que vuelva a poner en evidencia la enorme fragilidad interna de esta economía que cuando no queda sujetada por alfileres no pasa siquiera de las tachuelas.
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