Gustavo Iruegas
Aprovechando que la mayoría de los embajadores y cónsules de México procuran acomodar sus tiempos y dineros para pasar en México las fiestas de fin de año, la cancillería organiza, hace ya tres sexenios, una reunión en la que los jefes de las misiones diplomáticas y consulares actualizan sus conocimientos y sus contactos. Al final de la reunión suelen ir a visitar al Presidente en su residencia o en Palacio Nacional. Ahí tienen la oportunidad de estrechar su mano y de escuchar sus reflexiones, orientaciones e instrucciones. Esta vez fue, en varios sentidos, diferente.
El pasado martes 9 de enero, el señor Felipe Calderón fue a la cancillería y, ante los embajadores y cónsules de México, pronunció un discurso que debe entenderse como el dictado de las directivas de política exterior para su gestión.
Entre los párrafos 8 a 10 anuncia que quiere y pide al Servicio Exterior una política exterior responsable y activa. Es un buen comienzo porque agrega al ejercicio diplomático algo de lo que careció todo el sexenio anterior: responsabilidad. Activismo sí hubo, aunque errático.
Hay otro enunciado, éste sí verdaderamente cuestionable: "... que asuma el liderazgo que México debe asumir en los distintos foros y regiones del mundo..." La petulancia de pensar que México puede ser superior, jefe o ejemplo para otros países un vicio foxista se repite atávicamente.
Más adelante se explica a los diplomáticos mexicanos, en cinco párrafos, qué es la globalización y en los siguientes nueve se plantea lo que parece ser la esencia del pensamiento internacional calderonista, o quizá el de sus expertos en autoestima, superación personal o inteligencia emocional. Y dice: "... los mexicanos queremos un México que no sólo compita, sino que gane"... "un México ganador, fuerte y seguro de sí mismo." Luego, aporta (#21 a #24): "Estudios muy serios de prospectiva realizados a finales de 2006 muestran como una posibilidad que para el año 2050, México puede ser la cuarta economía más grande del mundo". Y después pregunta: "¿De qué depende ello?" Y nada responde, aunque dice: "Depende, precisamente, de lo que hagamos ahora, depende de las decisiones que seamos capaces de emprender, depende de la convicción y la firmeza con la que hagamos las cosas." El documento está lleno de lugares comunes y propuestas retóricas como la vieja necedad de que los embajadores se conviertan en vendedores con chistera, o frases efectistas pero vacías como "que haya más mundo en México y más México en el mundo." No obstante hay algunas ideas que, por desafortunadas, vale la pena señalar especialmente.
Dos instrucciones expresas (#26 y #27) resultan muy importantes porque aluden al fraude electoral que dio origen a su régimen y a la inseguridad imperante en el país: "Que cuando se cuestione la intensidad política de nuestra joven democracia puedan ustedes resaltar con claridad y sin titubeo la manera clara y la fortaleza demostrada de nuestras instituciones." Enseguida recomienda: "Que ante las dudas sobre la seguridad en México hablen ustedes de la convicción resuelta y decidida del pueblo y del gobierno para derrotar a la criminalidad, y que en suma, promuevan a México como lo que es, como queremos que sea y muy pronto como uno de los mejores destinos de inversión en el mundo y, sin lugar a dudas, uno de los sitios que en el mundo hay que visitar." Son dos abiertas exhortaciones a mentir; la segunda complicada con un galimatías sobre el ser, el querer ser y la publicidad turística.
Más, mucho más preocupante aún, es el contenido de los párrafos 31 y 32: "... es indispensable que se asuman ustedes como lo que son, representantes, y dignos representantes de México, de sus instituciones y de su gobierno. Para hacerlo es indispensable en elemental congruencia que se tenga la lealtad con el país, con sus instituciones y con su gobierno; una lealtad y un respaldo claro y sin ambigüedad."
¿De dónde surge en la mente del señor Calderón la necesidad de que el servicio exterior sea leal? ¿Del temor de que las temibles potencias extranjeras logren sonsacar a nuestros diplomáticos para que les revelen el secreto de cómo México antes de 50 años, será la cuarta economía del mundo y se pondrá a la vanguardia de la ciencia, la medicina y la tecnología? No hace falta; la única potencia interesada cuenta ya con la colaboración clara y entusiasta de la administración derechista. Además, México no tiene secretos de Estado. Lo que tiene son secretos de familia; es decir, chismes.
El Servicio Exterior Mexicano (SEM) es una de las instituciones nacionales más antiguas y sólidas de México. Nacionalista y progresista, sus integrantes se han caracterizado por su institucionalidad y aún los provenientes de las familias conservadoras han sabido enaltecer su nombre y su prestigio. De tal manera que la lealtad institucional del SEM no puede estar en duda y el simple hecho de solicitarla como sucedió con el Ejército implica una afrenta. Se hace aparente entonces que la lealtad que solicita el señor Calderón es hacia su propia persona. Porque la necesita.
Aprovechando que la mayoría de los embajadores y cónsules de México procuran acomodar sus tiempos y dineros para pasar en México las fiestas de fin de año, la cancillería organiza, hace ya tres sexenios, una reunión en la que los jefes de las misiones diplomáticas y consulares actualizan sus conocimientos y sus contactos. Al final de la reunión suelen ir a visitar al Presidente en su residencia o en Palacio Nacional. Ahí tienen la oportunidad de estrechar su mano y de escuchar sus reflexiones, orientaciones e instrucciones. Esta vez fue, en varios sentidos, diferente.
El pasado martes 9 de enero, el señor Felipe Calderón fue a la cancillería y, ante los embajadores y cónsules de México, pronunció un discurso que debe entenderse como el dictado de las directivas de política exterior para su gestión.
Entre los párrafos 8 a 10 anuncia que quiere y pide al Servicio Exterior una política exterior responsable y activa. Es un buen comienzo porque agrega al ejercicio diplomático algo de lo que careció todo el sexenio anterior: responsabilidad. Activismo sí hubo, aunque errático.
Hay otro enunciado, éste sí verdaderamente cuestionable: "... que asuma el liderazgo que México debe asumir en los distintos foros y regiones del mundo..." La petulancia de pensar que México puede ser superior, jefe o ejemplo para otros países un vicio foxista se repite atávicamente.
Más adelante se explica a los diplomáticos mexicanos, en cinco párrafos, qué es la globalización y en los siguientes nueve se plantea lo que parece ser la esencia del pensamiento internacional calderonista, o quizá el de sus expertos en autoestima, superación personal o inteligencia emocional. Y dice: "... los mexicanos queremos un México que no sólo compita, sino que gane"... "un México ganador, fuerte y seguro de sí mismo." Luego, aporta (#21 a #24): "Estudios muy serios de prospectiva realizados a finales de 2006 muestran como una posibilidad que para el año 2050, México puede ser la cuarta economía más grande del mundo". Y después pregunta: "¿De qué depende ello?" Y nada responde, aunque dice: "Depende, precisamente, de lo que hagamos ahora, depende de las decisiones que seamos capaces de emprender, depende de la convicción y la firmeza con la que hagamos las cosas." El documento está lleno de lugares comunes y propuestas retóricas como la vieja necedad de que los embajadores se conviertan en vendedores con chistera, o frases efectistas pero vacías como "que haya más mundo en México y más México en el mundo." No obstante hay algunas ideas que, por desafortunadas, vale la pena señalar especialmente.
Dos instrucciones expresas (#26 y #27) resultan muy importantes porque aluden al fraude electoral que dio origen a su régimen y a la inseguridad imperante en el país: "Que cuando se cuestione la intensidad política de nuestra joven democracia puedan ustedes resaltar con claridad y sin titubeo la manera clara y la fortaleza demostrada de nuestras instituciones." Enseguida recomienda: "Que ante las dudas sobre la seguridad en México hablen ustedes de la convicción resuelta y decidida del pueblo y del gobierno para derrotar a la criminalidad, y que en suma, promuevan a México como lo que es, como queremos que sea y muy pronto como uno de los mejores destinos de inversión en el mundo y, sin lugar a dudas, uno de los sitios que en el mundo hay que visitar." Son dos abiertas exhortaciones a mentir; la segunda complicada con un galimatías sobre el ser, el querer ser y la publicidad turística.
Más, mucho más preocupante aún, es el contenido de los párrafos 31 y 32: "... es indispensable que se asuman ustedes como lo que son, representantes, y dignos representantes de México, de sus instituciones y de su gobierno. Para hacerlo es indispensable en elemental congruencia que se tenga la lealtad con el país, con sus instituciones y con su gobierno; una lealtad y un respaldo claro y sin ambigüedad."
¿De dónde surge en la mente del señor Calderón la necesidad de que el servicio exterior sea leal? ¿Del temor de que las temibles potencias extranjeras logren sonsacar a nuestros diplomáticos para que les revelen el secreto de cómo México antes de 50 años, será la cuarta economía del mundo y se pondrá a la vanguardia de la ciencia, la medicina y la tecnología? No hace falta; la única potencia interesada cuenta ya con la colaboración clara y entusiasta de la administración derechista. Además, México no tiene secretos de Estado. Lo que tiene son secretos de familia; es decir, chismes.
El Servicio Exterior Mexicano (SEM) es una de las instituciones nacionales más antiguas y sólidas de México. Nacionalista y progresista, sus integrantes se han caracterizado por su institucionalidad y aún los provenientes de las familias conservadoras han sabido enaltecer su nombre y su prestigio. De tal manera que la lealtad institucional del SEM no puede estar en duda y el simple hecho de solicitarla como sucedió con el Ejército implica una afrenta. Se hace aparente entonces que la lealtad que solicita el señor Calderón es hacia su propia persona. Porque la necesita.
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