Televisa presenta (y yo elogio)...

De Proceso

Por: fabrizio mejía madrid
Proceso No. 1577
Fecha: 2007-01-20

Al revisar un “voluminoso libro de fotografías” editado por Televisa, donde la empresa “muestra cómo quisiera verse a sí misma”, el cronista compara la intención del dueño del emporio con la imagen real, la que esa televisora se ha ganado en décadas de chocar a diario contra ese ente amenazador llamado cultura: “En Televisa la única Odisea que conocen es la de Burbujas. Y se sorprenden de que Aquiles no sea una rana”.

Desde mi infancia” –escribe el actual dueño de Televisa, Azcárraga Jean– “me preparé para desempeñar el cargo que ahora ostento. Desde niño pienso en televisión, sueño con televisión”. Si tu inconsciente nocturno es un programa donde dices chiste tras chiste y sólo se ríe de ti la máquina de las risas grabadas, o peor, donde debes bailar con una desdentada para conciliar el sueño y se tropiezan a la mitad de la canción, sabes que eres el heredero del monopolio de la televisión mexicana. En el libro donde el más reciente de los Azcárraga nos revela que una infancia puede ser un teleguía, y el inconsciente un teleprómpter, es un voluminoso libro de fotografías donde aparecen, posando, actores, comentaristas, conductores de noticias y uno que otro escritor. Tomadas en su mayoría por Gabriela Saavedra, esas fotos muestran cómo Televisa quisiera verse a sí misma y no cómo la vemos todos los demás. Lujosos, impecablemente impresos en Verona, Italia, los retratos son un falso pedigrí de una televisión para jodidos, como la definió alguna vez el papá del actual dueño. Moderna, creativa, bien fotografiada, esta Televisa no guarda relación con la tradición de hacer televisión del nivel más bajo, copiando recetas de otros lados y demostrando que se pueden hacer siempre peor, más lelas, aburridas y chatas. Seamos honestos por una sola vez: ¿será un “puente entre el mundo y los espectadores” –como quiere Azcárraga El Actual– la telenovela Pelusita, el programa cómico Chispas de chocolate, o los noticieros que comienzan con el rescate de una ballena el día que hubo veinte detenidos en Oaxaca? No, hombre. Si Televisa es “la fábrica de sueños”, que alguien me despierte, pero ya.

Y, cuando desperté, ese dinosaurio seguía ahí.



Muchacha cubana

viene a embarcarse



El autoelogio de Televisa comienza con una fotografía de cuatro personajes de etiqueta luciendo la elegancia que concibe un ama de casa de delantal y guantes de hule: cortinas de terciopelo, mesa de mármol, un brandy, un martini con aceituna y un whisky. Un cenicero de cristal cortado. Los personajes fotografiados son: el que le vendió a toda América Latina el humor bautizándolo como “blanco” –Chespirito–, el que sustituyó las buenas historias con telenovelas –Ernesto Alonso–, el que usaba su noticiario para bloquear la información a las órdenes del Señor Presidente –Zabludovsky– y el que creyó que hacer programas infantiles era ponerse shorts y adelgazar la voz, Chabelo. Con estos cuatro personajes –faltaría Raúl Velasco– Televisa cuenta su tradición: vender lo que no es ni humor, ni trama, ni información, ni frescura, como si lo fueran. Y es que, como con el PRI, no teníamos de otra. Como en materia de televisión siempre hemos vivido en Cuba –es decir, donde hay de un solo sabor de helado aunque siempre ha existido la teoría de que podría haber más–, hasta nostalgia puede uno sentir por ciertos programas. Pero es como añorar los chicles Canguro a los que se les adhería la envoltura y te desacomodaban la mandíbula cuando osabas masticarlos. Elogiar a Televisa sólo puede caber en el renovado y esnob gusto por el pastiche, ahí donde la banda El Recodo es buena música, los Hermanos Almada son actores enormes, y Rebelde, interesante. Es el gusto, la nostalgia, por lo mal hecho. Pero, en la primera oportunidad, uno toma la balsa de la televisión de paga para nunca jamás regresar.



Yo compro a ese desconocido



Lo que muestran las fotografías de las celebridades de Televisa es que son una estación wannabe, que le “echa ganitas”: se presentan como si fueran la BBC pero los personajes son Mafafa Musguito, Roberto Palazuelos, Lolita Ayala y Jaime Camil. Y un mundo de desconocidos, que es lo peor que te puede suceder si sales en la tele. La consigna reza que “salir en la televisión es existir”. Pues en muchos casos no es necesariamente cierto. Expresa nuestra nueva cultura de la celebridad: hace cincuenta años, los famosos eran Dolores del Río y El Indio Fernández. Ahora son personajes empequeñecidos porque su celebridad proviene de que los vimos comiendo y fumando en una cocina con cámaras de televisión, que los atisbamos quitándose la palabra en un programa de noticias, o albureando a un invitado. Sabemos quiénes son si seguimos viéndolos en la televisión. El día que se les termina el contrato se nos olvidan sus nombres. Es, por supuesto, un fenómeno global: de Lauren Bacall a Paris Hilton, como lo escribió Camille Paglia. Aquí, la cultura de la celebridad no es algo cuya condición de existencia sea el talento, sino la distracción momentánea que nos hace recordar sus nombres. Si algo ha logrado la televisora de los Azcárraga es esa superficialidad de sí misma: si descontamos a los colados con trayectoria y talentos propios –los escritores, historiadores, cineastas y deportistas–, ¿quién es toda esta gente? ¿Quién es El Wagen, Lilí Brillanti, Yadira Carrillo o Rubén Cerda? ¿Qué tienen que ver Julio César Chávez con Enrique Krauze? Pues nada muy profundo: pertenecen a la nueva cultura de las celebridades opuesta a la anterior cultura del mérito, el talento y la posteridad. Al mezclarlos, Televisa está enviando un mensaje de toda cultura debilitada: lo que importa es aparecer, no importa quiénes sean, qué tan bien o mal hagan su trabajo –cualquiera que éste sea–, son retratables porque trabajan en la misma empresa. Y ese es otro engaño de este libro: Televisa no es una institución como la que quiere ahora mostrarse, incluyente y plural. Ahí están Raúl Velasco, que fue expulsado del Paraíso de la impunidad visual, y el payaso Cepillín, que acusaba a Velasco de haberlo proscrito. Si algo, Televisa se ha comportado como una larga purga estalinista en el México de los dueños únicos del poder, la telefonía, el cemento, el vidrio, la tele. La televisora de Azcárraga El Nuevo se apropia de figuras como las de Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Alfonso Cuarón para darse barnices de talento, pero ha sido una de las principales lanzas de la antiintelectualidad. Dentro de su estación no existe prácticamente ninguna propuesta que no piense que la cultura tiene que aparentar ser un videoclip. Y, por favor, la Fundación Televisa hace pasar su segmento “más que palabras” como las frases célebres que venían atrás de la teleguía y que El Negro Durazo coleccionaba en su biblioteca. En Televisa la única Odisea que conocen es la de Burbujas. Y se sorprenden de que Aquiles no sea una rana.



El retrato de Eufrosina



Uno de los efectos secundarios de la nueva cultura de la celebridad es que gente como usted y yo terminamos por convertirnos en paparazzi. Y las celebridades tienen que tolerarnos. Así que ahí les voy. En las primeras páginas del autorretrato masivo de Televisa aparecen Joaquín López Dóriga y Adela Micha, dos conductores de noticieros. El dueño del prime time informativo está mirando a la cámara desde abajo, parado sobre unas pacas de periódicos, sus dos pies sobre el “aviso oportuno”. ¿Qué quiere decir Televisa? ¿Que López Dóriga fue pepenador? Su colega Micha está enseñando los muslos con una pistola en la mano, una bota militar en una pierna, una zapatilla en la otra. La situación es bastante kinky: cuando el cuero negro, la piel bronceada y la metralleta se encontraron en un set no era surrealismo sino un narco aficionado al bondage.

Denise Maerker, disfrazada de esgrimista, tiene menos expresión en la cara que un ladrillo. Si se quieren asimilar sus entrevistas al uso de algún arma, mejor sería que apareciera con un picahielo. El historiador Aguilar Camín, en la página posterior a la del cómico-mago, cuya gracia era que los trucos se le notaban, Beto El Boticario, con una lotería donde exhibe la carta de “el valiente”. ¿Será por haber aparecido a cuadro en Televisa, sudado y culposo, para acusar, tras años de amistad con los Salinas de Gortari, que ya le constaba que los hermanos presidenciales estaban “hundidos en el pozo de la corrupción”? Aguilar Camín tiene unos frijoles en la mano. ¿Será frijol contaminado en Chernobyl como la leche aquella que importó Raúl El Incómodo? A Javier Solórzano, el exdirector del periódico de Carlos Ahumada, lo presentan como lo que doña Chole consideraría culto: con una mano en el teclado de un piano y la otra en una copa de vino tinto. La idea de la cultura en Televisa proviene del imaginario de una señorita que leyó La dama de las camelias y se sintió desmayar con un catarro. Y así siguen las fotos: los actores fortachones envueltos en plástico o sumergidos en agua, pintura o pelotas. Las actrices buenonas reflexionando cabizbajas en bikini, embarradas con aceite de mofle o, simplemente, retratadas dentro de una limusina. Todas celebridades, ese raro espacio entre comerciales.



Los parientes célebres



Los diez años de Azcárraga El Reciente al frente de Televisa suponen para él un cambio. Él lo ve en términos de recobrar audiencia que el Monopolio de las Licuadoras, el de Salinas Pliego en la TV Azteca que los Salinas de Gortari le brindaron como privatizadores generosos, le quitó. Lo ve, también, en términos de inversionistas: “Responsabilidad ante los accionistas de esta empresa que confían en mi buen juicio para conducir sus intereses hacia una operación exitosa.” Pero lo que no asimila Azcárraga Jean es que ha contribuido al debilitamiento de la cultura. Esa donde es más importante ser “potencial” que real, donde lo que está bien hecho no es tan relevante como aparecer bien, donde se cree que la existencia no se acredita si no es transmitida. La Televisa de su abuelo y de su padre fue monstruosa porque colaboró a la represión política, moral y creativa del país. Pero hoy ayuda a la superficialidad de la nueva cultura de la celebridad. Un sueño lleno de actores –ahora así se les llama hasta a los movimientos sociales– que participan en telenovelas, realitys, noticieros, mal narradas, y peor representados. La Televisa que se celebra con retratos de sus empleados y dueños no es mejor que sus antecesoras. El país sigue estando, afortunadamente, afuera. Y que nadie me despierte.

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