Santa Fe, el otro México

Félix Albisu
Prensa Latina


En el México de hoy contrasta la pobreza de la mitad de su población, generalmente de rasgos autóctonos, con la urbanización de Santa Fe, una de las más sofisticadas del planeta.

A finales de los 80 (siglo XX), en Santa Fe, ubicada en la periferia oeste del Distrito Federal, existía sólo un basurero, que se extendía por las ondulaciones de su irregular geografía. Al inicio de los 90, se construyó allí un primer moderno macrocentro comercial.

Una de las condiciones que facilitó el desarrollo vertiginoso en los últimos 15 años fue la ubicación junto a la moderna y amplia autopista que une la capital con la ciudad de Toluca, en el vecino estado de México.

Ya las Lomas de Chapultepec o Polando, así como otros opulentos barrios capitalinos, resultaban insuficientes a la clase pudiente local y, a falta de terrenos disponibles en la megaciudad más poblada del mundo, se le echó mano a aquella zona abandonada.

Arquitectos nacionales y extranjeros debieron soltar en extremo su imaginación para superar los retos de aquella superficie de quebradas. Aún se sigue allí construyendo, sobre todo apartamentos que pueden costar hasta un millón de dólares, incluidas las más modernas tecnologías de punta existentes para el hogar.

Las principales trasnacionales y los más notorios consorcios mexicanos tienen allí subsedes, en edificaciones que aparentan ser de otra galaxia. Su complicada urbanización vial es de primera categoría, con bellos muros de protección en las laderas.

Existen también amplias zonas de chalet en reservados condominios privados, ocultos detrás de altos muros, casas que pueden ser evaluadas como fuera de serie, al estilo Malibu.

Pero si las edificaciones de empresas y viviendas son de un lujo descomunal, comentario aparte merece el expandido centro comercial, donde confluyen sólo las poderosas cadenas de tiendas estadounidenses y domésticas, con los famosos Palacios de Hierro a la vanguardia.

El área de tiendas es tan exclusiva que sólo se puede llegar allí en automóvil, cuyo resguardo está totalmente garantizado en modernos parqueos al aire libre o soterrados, cuya renta por hora es imposible de asumir por un mexicano de a pies.

En sus ludotecas no se ven niños de rasgos indígenas; es una concurrencia en la que predominan menores con apariencia del primer mundo, fundamentalmente chamacos gueritos (rubiecitos), como se dice en México.

Santa Fe tiene helipuerto propio, desde donde se trasladan -cuando viajan al exterior- sus más pudientes inquilinos a un aeropuerto internacional de nueva creación en Toluca, para no tener que sufrir las aglomeraciones de la capital y su asediada terminal aérea.

Sólo pueden aspirar a residir en aquella exclusiva zona pudientes políticos, empresarios, industriales, comerciantes o afamados artistas, en fin, quienes disponen de ingresos muy altos, con los que no pueden ni soñar la gran mayoría de los mexicanos.

A Ciudad de México, con más de 20 millones de habitantes -de los 100 del país-, se le considera hoy como la segunda megaurbe con mayor promedio de criminalidad de América y el mundo, sólo superada en ese triste índice por Colombia.

Sin embargo, Prensa Latina pudo indagar que el promedio delincuencial en Santa Fe es casi nulo. El contraste es asombroso, pues México está considerado hoy un país muy inseguro, por su alto índice de bandas criminales organizadas y su extendido y poderoso narcotráfico.

Ese nuevo barrio de lujo convive en un país con una alta marginación que afecta a la tercera parte de la población mexicana y a unos 30 millones de personas que sobreviven en la indigencia, con ingresos diarios de uno o dos dólares.

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