Vocación de un apóstol contemporáneo
¡Depende de nosotros ser velas tendidas o no.
El viento, él sí, no nos pertenece!
En la Francia heredera de la victoria laica y republicana existe un ciudadano con sotana y báculo al que se le reconoce como un testimonio vivo del trabajo comunitario. A pesar de su vocación religiosa, el abate Pierre mantiene un primer lugar en la esfera social y cultural francesa.
Henri Grouès, o sea el abate Pierre, ha podido contar, entre otras virtudes, con una expresión como lo describe Roland Barthes que presenta todos los signos del apostolado: la mirada bondadosa, la tonsura franciscana, la barba misionera, cubierto por una chamarra de sacerdote-obrero y con el báculo de peregrino. Las suyas son las marcas de la tradición reunidas con las de la modernidad. Y aunque el hábito no hace al monje, en este caso Henri Grouès su nombre de civil, el de su pasaporte, tiene por principal hábito el estar al día, caminar al lado de las problemáticas contemporáneas y luchar infatigablemente por los desposeídos.
En la ciudad de Lyon, en 1913, nace el quinto de ocho hijos que viven en el seno de una familia acomodada y católica que acostumbra la oración familiar y que envía a los hijos al colegio de jesuitas. No es extraño que florezca la vocación de servicio de Henri, el futuro abate Pierre. El sacerdote francés recuerda que a sus cinco años de edad, luego de cometer una travesura, es castigado; y mientras sus hermanos salen a jugar, él se queda encerrado en su casa. Cuando la familia Grouès regresa contenta, el pequeño Henri les dice que no los ha extrañado. Su papá lo regaña por ser tan frío y altanero. En ese momento el pequeño Henri comprende que aunque él realmente se siente bien, también existen las razones del otro e intuye el significado del sacrificio.
Más adelante, a los ocho años, cuando juega con un compañero, una tía comenta: ''¡Qué bonito es tener vocación! ¿No han pensado en ser curas?" Y mientras el amigo responde que sí, el pequeño y dudoso Henri no sabe qué responder. Sólo al paso de los años Henri termina consagrándose a la Iglesia, mientras que su amigo se casa y tiene una familia numerosa. En otra ocasión, durante unas vacaciones en el mar, Henri y sus compañeros escuchan a una maestra que les pregunta por su futuro. Esta vez Henri incluye en su respuesta la vocación religiosa: ''Yo seré marino, bandido o misionero".
El papá y la mamá esperan que con el tiempo el hijo inicie la carrera de leyes, pero el joven Grouès rompe con los convencionalismos sociales de clase y en 1931 opta por la vida monástica que lo convierte en el hermano Philippe dentro de una comunidad capuchina. El noviciado es fácil, pero los años de formación escolástica aunados a su frágil salud son duros. Finalmente, en la fiesta de San Bartolomé, en 1938, es ordenado sacerdote.
Sin embargo, un año más tarde surge la primera crisis. Por razones de salud abandona los estudios de teología y renuncia a la orden religiosa con una solicitud presentada ante la Santa Sede. Pasada la Pascua, y luego de un retiro en Grenoble se convierte en un cura de pueblo, en la parroquia de Saint Joseph.
Su cargo parroquial no le impide participar en la Resistencia contra la invasión alemana y dar así muestras de un carácter inflexible. Su nombre de guerra será combativo y sólido: Abate Pierre. Ayuda a judíos y a miembros de la Resistencia a cruzar la frontera suiza donde se encuentra el cadete Jacques, hermano del general de Gaulle. Dos veces es arrestado y otras tantas escapa y, a finales de 1944, viaja a Africa.
Al término de los años negros, el abate Pierre continúa su actividad ya no como párroco, sino como participante en dos Asambleas Constitucionales y como diputado (demócrata-cristiano) por Meurthe-et-Moselle, en el periodo 1946-1951. Entre otros cargos, es vicepresidente de un Comité Internacional para la Paz y persuade a los jefes de Estado de la posguerra a evitar todo nuevo conflicto bélico. Su carrera política concluye cuando pierde su relección legislativa.
Al verse libre de compromisos partidistas, el abate Pierre se dedica de tiempo completo a la comunidad Emaús, fundada en 1949. En un principio sólo dos pabellones se convierten en centro espiritual. Un año más tarde, la admisión de un hombre viejo y pobre imprime un giro a la nueva comunión fraterna. Por último, la llegada de una familia sin recursos confirma el apostolado de Emaús.
El número de los compagnons d'Emmaus que viven en la comunidad aumenta, no así los recursos, y aunque oficialmente reciben indemnización parlamentaria, el Estado no subsidia la misión comunitaria. El abate Pierre y otros miembros comienzan a mendigar por las calles parisinas. Es entonces cuando un ex presidiario de Cayena, cuyo único móvil es reincorporarse a la sociedad, motiva al abate con la genial e inédita idea de ganar el pan con su propio trabajo y no mediante la caridad. Pronto los miembros de Emaús aprenden una materia que no figura en la universidad: la pepena, y se vuelven pepenadores (cosa que le encantaría a John Berger). Así, por la reventa de objetos ''abandonados-reparados-vueltos-a-usar'' obtienen los medios económicos para mantenerse.
Para diciembre de 1953, cerca de 2 mil personas sin techo se hacinan en la banlieue parisina. Después de la guerra, la reconstrucción de 460 mil inmuebles apenas llega a 30 por ciento. El abate Pierre propone, por mediación del senador Léo Hamon, un proyecto por el que pide una suma de mil millones de francos para la construcción de viviendas populares. Un año más tarde, en la noche del 3 de enero, el frío es tan severo que provoca la muerte de un recién nacido. El abate Pierre envía una carta al ministro de la Reconstrucción, donde reclama de nueva cuenta viviendas de urgencia, y lo invita a asistir al sepelio. Una semana después, una mujer envuelta en su propio abandono muere en París. Una campana lanza el eslogan: ''Esto no puede continuar''. El abate Pierre produce el mítico manifiesto del primero de febrero de 1954.
''Yo había garabateado 10 frases relata el abate Pierre, y después de convencer a un amigo que trabajaba en la radio estatal, aceptó transmitir mi mensaje leído por un locutor, al final del noticiario. Inmediatamente después atravesé París como rayo, hasta llegar a los estudios de Radio Luxemburgo. Les dije: 'Pásenme el micrófono'. Así fue como hice mi llamado a los franceses."
La temperatura de la compasión que marca cero grados, comienza a subir. En unas cuantas horas las donaciones se acumulan en la puerta del Hotel Rochester, en París. Posteriormente, 6 mil parisinos participan en una reunión en una sala de cine. El abate Pierre pone en marcha la operación Alivio, y la estación de trenes de Orsay sirve a la vez de centro de operaciones y de almacén. Siguiendo su iniciativa, algunas estaciones del Metro se abren para recibir en la noche a los pobres, los puestos de policía se convierten en centros de atención y 85 restaurantes sirven comidas gratuitas.
A raíz de su llamado radiofónico, el abate Pierre obtiene 120 millones de francos e igual cifra en toneladas de ropa. Transcurren 65 días para terminar 51 nuevas viviendas ubicadas en Plesis-Trévise. El 18 de octubre, el programa de construcción cuenta con 250 casas de interés social.
A partir de 1960, el abate Pierre dirige proyectos de construcción de conjuntos habitacionales y colabora en la renovación de inmuebles en Francia. En 1970, la Sociedad Emaús se lanza a la construcción de una ciudad. El sitio, de 13 hectáreas, se ubica en la región parisiense Noisy-le-Grand. Los míseros cuartuchos que poblaban el lugar son remplazados por casas de interés social.
El trabajo se consolida y responde con creces a la necesidad de los indigentes. Con el paso del tiempo, Francia adquiere un nuevo rostro y nuevos retos: los ''nuevos pobres" no sólo son los sobrevivientes de la guerra, sino los minusválidos, ancianos, desempleados, familias de inmigrantes, que manchan los pulcros espacios del primer mundo.
Ante tal reto, el abate Pierre permanece fiel a su apostolado y recuerda en sus Memorias: ''Cuando Jesús dice: 'Tuve hambre, tuve frío, estaba desnudo, era prisionero', no menciona los sacramentos ni las virtudes, sino que afirma: '¿Has compartido o no has compartido? Por esto serás juzgado'. No significa que los sacramentos o las virtudes sean inútiles, son medios para lograr un objetivo: 'Amarás'. ¡Pero hemos otorgado a los medios más importancia que al fin, e incluso nos hemos preocupado demasiado por los medios!"
En noviembre de 1993, Francia padece una onda fría, que cobra nueve víctimas, siete de las cuales son indigentes. Esta noticia destacada en prensa, radio y televisión pronto es archivada como tantas otras desgracias. Sin embargo, las campanas publicitarias no cesan de tañer en favor de los desposeídos. La historia se repite y el abate Pierre vuelve a la carga y continúa a pesar del mal de Parkinson a cuestas. Inspira y anima a diversas instituciones de asistencia privada: los invita a enviar cartas de protesta a las autoridades. Hace falta más acción y menos contemplación.
''Afinar los oídos y abrir bien los ojos" reclama el abate Pierre, porque ¡qué detestable es la indiferencia ante los problemas de los demás! ''Cuando en el mundo los hombres mueren de hambre, cuando en Francia los hombres todavía mueren de frío, yo grito a los que nos gobiernan: 'Ustedes son culpables de no asistir a las personas en peligro'. Nosotros somos sus cómplices".
El abate Pierre sabe que su tiempo sobre la tierra se acorta día con día. Y con mano temblorosa escribe y publica su testamento. ¿Qué nos hereda el abate Pierre? En primer lugar, la valentía de vivir humana y espiritualmente los desafíos de la modernidad. Incomprendido tanto por quienes lo critican a priori, como por los que pretenden endilgarle un título de santidad, ante los primeros, reconoce sus errores; y frente a los segundos declara: ''Los periodistas son unas personas valientes que están, no sé por qué, encaprichadas conmigo. Escriben que hace falta canonizar al abate Pierre, pero puedo decir ahora mismo que me preocupan poco, porque en realidad no estoy convencido de su competencia en la materia''.
Más que nadie, Henri Grouès sabe que detrás de cualquier labor hay tropiezos. Recuerda, por ejemplo, que en 1959 cometió graves errores administrativos que provocaron la división de la comunidad Emaús. Reconoce también las debilidades del alma. De todos los votos religiosos ''el más doloroso de vivir es en verdad el voto de castidad, que lleva a renunciar a la ternura de una mujer''. Según algunos franceses, él no renunció.
A pesar de errores y conflictos, el abate Pierre mantiene su empeño evangélico: ''Tú que sufres, seas quien seas, entra, duerme, come, recobra la esperanza, aquí te amamos'', son las palabras emitidas en febrero de 1954, y a las que fue fiel durante más de 40 años, apostolado que le garantiza un sitio de honor dentro del corazón de Francia y de México, donde vive su familia, y de la humanidad.
¡Depende de nosotros ser velas tendidas o no.
El viento, él sí, no nos pertenece!
En la Francia heredera de la victoria laica y republicana existe un ciudadano con sotana y báculo al que se le reconoce como un testimonio vivo del trabajo comunitario. A pesar de su vocación religiosa, el abate Pierre mantiene un primer lugar en la esfera social y cultural francesa.
Henri Grouès, o sea el abate Pierre, ha podido contar, entre otras virtudes, con una expresión como lo describe Roland Barthes que presenta todos los signos del apostolado: la mirada bondadosa, la tonsura franciscana, la barba misionera, cubierto por una chamarra de sacerdote-obrero y con el báculo de peregrino. Las suyas son las marcas de la tradición reunidas con las de la modernidad. Y aunque el hábito no hace al monje, en este caso Henri Grouès su nombre de civil, el de su pasaporte, tiene por principal hábito el estar al día, caminar al lado de las problemáticas contemporáneas y luchar infatigablemente por los desposeídos.
En la ciudad de Lyon, en 1913, nace el quinto de ocho hijos que viven en el seno de una familia acomodada y católica que acostumbra la oración familiar y que envía a los hijos al colegio de jesuitas. No es extraño que florezca la vocación de servicio de Henri, el futuro abate Pierre. El sacerdote francés recuerda que a sus cinco años de edad, luego de cometer una travesura, es castigado; y mientras sus hermanos salen a jugar, él se queda encerrado en su casa. Cuando la familia Grouès regresa contenta, el pequeño Henri les dice que no los ha extrañado. Su papá lo regaña por ser tan frío y altanero. En ese momento el pequeño Henri comprende que aunque él realmente se siente bien, también existen las razones del otro e intuye el significado del sacrificio.
Más adelante, a los ocho años, cuando juega con un compañero, una tía comenta: ''¡Qué bonito es tener vocación! ¿No han pensado en ser curas?" Y mientras el amigo responde que sí, el pequeño y dudoso Henri no sabe qué responder. Sólo al paso de los años Henri termina consagrándose a la Iglesia, mientras que su amigo se casa y tiene una familia numerosa. En otra ocasión, durante unas vacaciones en el mar, Henri y sus compañeros escuchan a una maestra que les pregunta por su futuro. Esta vez Henri incluye en su respuesta la vocación religiosa: ''Yo seré marino, bandido o misionero".
El papá y la mamá esperan que con el tiempo el hijo inicie la carrera de leyes, pero el joven Grouès rompe con los convencionalismos sociales de clase y en 1931 opta por la vida monástica que lo convierte en el hermano Philippe dentro de una comunidad capuchina. El noviciado es fácil, pero los años de formación escolástica aunados a su frágil salud son duros. Finalmente, en la fiesta de San Bartolomé, en 1938, es ordenado sacerdote.
Sin embargo, un año más tarde surge la primera crisis. Por razones de salud abandona los estudios de teología y renuncia a la orden religiosa con una solicitud presentada ante la Santa Sede. Pasada la Pascua, y luego de un retiro en Grenoble se convierte en un cura de pueblo, en la parroquia de Saint Joseph.
Su cargo parroquial no le impide participar en la Resistencia contra la invasión alemana y dar así muestras de un carácter inflexible. Su nombre de guerra será combativo y sólido: Abate Pierre. Ayuda a judíos y a miembros de la Resistencia a cruzar la frontera suiza donde se encuentra el cadete Jacques, hermano del general de Gaulle. Dos veces es arrestado y otras tantas escapa y, a finales de 1944, viaja a Africa.
Al término de los años negros, el abate Pierre continúa su actividad ya no como párroco, sino como participante en dos Asambleas Constitucionales y como diputado (demócrata-cristiano) por Meurthe-et-Moselle, en el periodo 1946-1951. Entre otros cargos, es vicepresidente de un Comité Internacional para la Paz y persuade a los jefes de Estado de la posguerra a evitar todo nuevo conflicto bélico. Su carrera política concluye cuando pierde su relección legislativa.
Al verse libre de compromisos partidistas, el abate Pierre se dedica de tiempo completo a la comunidad Emaús, fundada en 1949. En un principio sólo dos pabellones se convierten en centro espiritual. Un año más tarde, la admisión de un hombre viejo y pobre imprime un giro a la nueva comunión fraterna. Por último, la llegada de una familia sin recursos confirma el apostolado de Emaús.
El número de los compagnons d'Emmaus que viven en la comunidad aumenta, no así los recursos, y aunque oficialmente reciben indemnización parlamentaria, el Estado no subsidia la misión comunitaria. El abate Pierre y otros miembros comienzan a mendigar por las calles parisinas. Es entonces cuando un ex presidiario de Cayena, cuyo único móvil es reincorporarse a la sociedad, motiva al abate con la genial e inédita idea de ganar el pan con su propio trabajo y no mediante la caridad. Pronto los miembros de Emaús aprenden una materia que no figura en la universidad: la pepena, y se vuelven pepenadores (cosa que le encantaría a John Berger). Así, por la reventa de objetos ''abandonados-reparados-vueltos-a-usar'' obtienen los medios económicos para mantenerse.
Para diciembre de 1953, cerca de 2 mil personas sin techo se hacinan en la banlieue parisina. Después de la guerra, la reconstrucción de 460 mil inmuebles apenas llega a 30 por ciento. El abate Pierre propone, por mediación del senador Léo Hamon, un proyecto por el que pide una suma de mil millones de francos para la construcción de viviendas populares. Un año más tarde, en la noche del 3 de enero, el frío es tan severo que provoca la muerte de un recién nacido. El abate Pierre envía una carta al ministro de la Reconstrucción, donde reclama de nueva cuenta viviendas de urgencia, y lo invita a asistir al sepelio. Una semana después, una mujer envuelta en su propio abandono muere en París. Una campana lanza el eslogan: ''Esto no puede continuar''. El abate Pierre produce el mítico manifiesto del primero de febrero de 1954.
''Yo había garabateado 10 frases relata el abate Pierre, y después de convencer a un amigo que trabajaba en la radio estatal, aceptó transmitir mi mensaje leído por un locutor, al final del noticiario. Inmediatamente después atravesé París como rayo, hasta llegar a los estudios de Radio Luxemburgo. Les dije: 'Pásenme el micrófono'. Así fue como hice mi llamado a los franceses."
La temperatura de la compasión que marca cero grados, comienza a subir. En unas cuantas horas las donaciones se acumulan en la puerta del Hotel Rochester, en París. Posteriormente, 6 mil parisinos participan en una reunión en una sala de cine. El abate Pierre pone en marcha la operación Alivio, y la estación de trenes de Orsay sirve a la vez de centro de operaciones y de almacén. Siguiendo su iniciativa, algunas estaciones del Metro se abren para recibir en la noche a los pobres, los puestos de policía se convierten en centros de atención y 85 restaurantes sirven comidas gratuitas.
A raíz de su llamado radiofónico, el abate Pierre obtiene 120 millones de francos e igual cifra en toneladas de ropa. Transcurren 65 días para terminar 51 nuevas viviendas ubicadas en Plesis-Trévise. El 18 de octubre, el programa de construcción cuenta con 250 casas de interés social.
A partir de 1960, el abate Pierre dirige proyectos de construcción de conjuntos habitacionales y colabora en la renovación de inmuebles en Francia. En 1970, la Sociedad Emaús se lanza a la construcción de una ciudad. El sitio, de 13 hectáreas, se ubica en la región parisiense Noisy-le-Grand. Los míseros cuartuchos que poblaban el lugar son remplazados por casas de interés social.
El trabajo se consolida y responde con creces a la necesidad de los indigentes. Con el paso del tiempo, Francia adquiere un nuevo rostro y nuevos retos: los ''nuevos pobres" no sólo son los sobrevivientes de la guerra, sino los minusválidos, ancianos, desempleados, familias de inmigrantes, que manchan los pulcros espacios del primer mundo.
Ante tal reto, el abate Pierre permanece fiel a su apostolado y recuerda en sus Memorias: ''Cuando Jesús dice: 'Tuve hambre, tuve frío, estaba desnudo, era prisionero', no menciona los sacramentos ni las virtudes, sino que afirma: '¿Has compartido o no has compartido? Por esto serás juzgado'. No significa que los sacramentos o las virtudes sean inútiles, son medios para lograr un objetivo: 'Amarás'. ¡Pero hemos otorgado a los medios más importancia que al fin, e incluso nos hemos preocupado demasiado por los medios!"
En noviembre de 1993, Francia padece una onda fría, que cobra nueve víctimas, siete de las cuales son indigentes. Esta noticia destacada en prensa, radio y televisión pronto es archivada como tantas otras desgracias. Sin embargo, las campanas publicitarias no cesan de tañer en favor de los desposeídos. La historia se repite y el abate Pierre vuelve a la carga y continúa a pesar del mal de Parkinson a cuestas. Inspira y anima a diversas instituciones de asistencia privada: los invita a enviar cartas de protesta a las autoridades. Hace falta más acción y menos contemplación.
''Afinar los oídos y abrir bien los ojos" reclama el abate Pierre, porque ¡qué detestable es la indiferencia ante los problemas de los demás! ''Cuando en el mundo los hombres mueren de hambre, cuando en Francia los hombres todavía mueren de frío, yo grito a los que nos gobiernan: 'Ustedes son culpables de no asistir a las personas en peligro'. Nosotros somos sus cómplices".
El abate Pierre sabe que su tiempo sobre la tierra se acorta día con día. Y con mano temblorosa escribe y publica su testamento. ¿Qué nos hereda el abate Pierre? En primer lugar, la valentía de vivir humana y espiritualmente los desafíos de la modernidad. Incomprendido tanto por quienes lo critican a priori, como por los que pretenden endilgarle un título de santidad, ante los primeros, reconoce sus errores; y frente a los segundos declara: ''Los periodistas son unas personas valientes que están, no sé por qué, encaprichadas conmigo. Escriben que hace falta canonizar al abate Pierre, pero puedo decir ahora mismo que me preocupan poco, porque en realidad no estoy convencido de su competencia en la materia''.
Más que nadie, Henri Grouès sabe que detrás de cualquier labor hay tropiezos. Recuerda, por ejemplo, que en 1959 cometió graves errores administrativos que provocaron la división de la comunidad Emaús. Reconoce también las debilidades del alma. De todos los votos religiosos ''el más doloroso de vivir es en verdad el voto de castidad, que lleva a renunciar a la ternura de una mujer''. Según algunos franceses, él no renunció.
A pesar de errores y conflictos, el abate Pierre mantiene su empeño evangélico: ''Tú que sufres, seas quien seas, entra, duerme, come, recobra la esperanza, aquí te amamos'', son las palabras emitidas en febrero de 1954, y a las que fue fiel durante más de 40 años, apostolado que le garantiza un sitio de honor dentro del corazón de Francia y de México, donde vive su familia, y de la humanidad.
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