Calderón: la colonialidad en Davos

John Saxe-Fernández

La gira de Felipe Calderón por Europa y su intervención en Davos, Suiza, en el cónclave anual del alto capital, amerita atención, al menos por dos razones: 1) por el gran contraste entre la realidad nacional y regional, y el intervencionismo de Calderón al atacar ahí a los gobiernos de Venezuela, Argentina y Bolivia, provocando legítimas respuestas que los medios, e incluso políticos de izquierda como Marcelo Ebrard, luego presentan como agresiones a México; y 2) por su acato a los cánones de la política exterior y de seguridad del gobierno de Bush, articulando de paso los intereses de la oligarquía local y de los entes extranjeros en pos del "manejo" del portafolio de negocios y contratos de Pemex y CFE.

No faltó en la gira el añejo discurso "librecambista" y el fomento de la inversión extranjera. Y mientras se presentó como el adalid del "futuro", en casa recorta el presupuesto en educación, ciencia y tecnología al tiempo que hambrea al pueblo, desatando una auténtica guerra de clase centrada en la "liberación" de precios de la canasta básica y la más rigurosa contención salarial. Es la receta del FMI-Banco Mundial: "Estatismo-contratismo" para los de arriba, con subsidios, rescates fraudulentos y ruinosos de la hacienda pública y exenciones fiscales; y para los de abajo, la "mano invisible" ­en especial la del "libre mercado" de la tortilla, frijoles, carne y leche­ sustentada en un puño policial-militar, armado y adiestrado por EU.

La prensa y los medios electrónicos registraron el repudio a Calderón en las calles europeas por los cada vez más numerosos mexicanos que tienen que migrar (¿acaso el "libre mercado" generó empleo aquí?), en rechazo a las sistemáticas y generalizadas violaciones de los derechos humanos y políticos de la población, en especial de Oaxaca y del liderato de la resistencia civil al gobernador de esa entidad. Además, bajo la cubierta de una campaña "antinarcóticos y contra el crimen organizado", en consonancia con los compromisos de facto contraídos por Fox con la ASPAN, Calderón impulsa un "estado de excepción" con el despliegue de fuerzas policial-militares en varios estados de la Federación, afectando derechos básicos consagrados en la Constitución: una riesgosa compensación por su orfandad de legitimidad electoral. Usa las fuerzas armadas de México con fines partidistas y en funciones policiales y de represión, lejos de las que son propias a la defensa nacional.

Para superar la percepción de que el suyo es un régimen de usurpación electoral, asentado en la opacidad, en la facciosa intromisión de Fox y de la IP en los comicios y el envilecimiento del IFE y del TEPJF (y por su propia torpeza al rechazar la propuesta de AMLO para el recuento "voto por voto", para lograr la certidumbre electoral), Calderón induce: a) peligrosas perturbaciones en la ecuación cívico-militar; b) un alineamiento con la política exterior y de seguridad de Bush afectando los cimientos constitucionales y del derecho penal internacional de la política exterior mexicana. Es notoria la sincronía de los ataques de Calderón, John Negroponte y Fox contra Chávez y Morales por la defensa de sus hidrocarburos. Y c) un acentuado sometimiento al Departamento de Justicia estadunidense y su administración penal.

El represor Negroponte planteó que el TLCAN-ASPAN se use para sujetar a EU la política exterior y de seguridad del país, y William Colby, ex director de la CIA, anticipó a Calderón al proponer que México no necesita fuerzas armadas para la "defensa nacional", sino de un cuerpo policial-militar "para la seguridad interior". Su voz no fue la del futuro, sino la de la colonialidad de los dueños del país a los que tanto debe y sirve; la diferencia entre una nación soberana y una colonia, dice Hans Kohn de la escuela de Schumpeter, es que la colonia no hace política exterior o de defensa nacional ni controla la hacienda pública. De eso se encarga la metrópoli.

En lo regional, la torpeza del discurso "democratizador" de Calderón es notable: mencionó supuestas carencias democráticas en Venezuela y Bolivia, cuyos gobiernos, como le aclaró Lula en Davos, vienen de victorias electorales rotundas, avaladas por observadores internacionales. Calderón exhibió por las azoteas de Europa y América Latina, sus lastimosos y desaseados trapos comiciales.

Además, patrocinó el librecambismo, ironía de ironías, ante quienes controlan los mayores monopolios y sectores oligopólicos, presentes en Davos. La "colonialidad" de Calderón fue patética: se persigna con la doctrina del status quo, cuyos resultados concretos perpetúan las pautas asimétricas de explotación establecidas entre el centro capitalista y su saqueada periferia, en busca de mano de obra barata y de recursos naturales estratégicos. Es la fórmula para mantener la sujeción y administración colonial impuesta por los acreedores a través del FMI-BM-BID y, más básico aún, es el arma ideológica de las potencias para evitar que nuestros países apliquen su propia agenda para el desarrollo.

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