Calderón y el Ejército

Por Eduardo Ibarra Aguirre

Sacar al Ejército de sus cuarteles es relativamente fácil, siempre y cuando lo ordene o autorice el comandante supremo de las fuerzas armadas.

Regresarlo a los cuarteles es harto difícil. Sobre todo sin que las cúpulas del Ejército, la Armada y la Fuerza (débil) Aérea ganen más y mayores espacios que le corresponden al poder civil, a los tres poderes de la Unión.

El origen castrense del poder político del México posrevolucionario hasta la segunda mitad de los años 40 del siglo pasado y el desbordado protagonismo que las fuerzas armadas han desempeñado en los últimos 25 años de capitalismo salvaje –sellado por el muy mexicano compadrazgo--, son factores determinantes, entre otros, para que una dependencia del Ejecutivo como es la Secretaría de la Defensa Nacional se comporte y actúe como uno de los factores de poder real, es decir: mucho más allá de la institucionalidad republicana.

La enorme necesidad que aún tiene Felipe de Jesús Calderón Hinojosa de gobernar apuntalado por las fuerzas armadas, no deriva centralmente de la batalla que a ratos pareciera más mediática que militar y policiaca –aquí ya es imposible establecer la diferencia-- en contra del narcotráfico y el crimen organizado.

El apuntalamiento tiene más que ver con la decisión del michoacano de convertir a la que se nos presenta como La madre de todas las batallas contra los cárteles , cuando es la reproducción de la misma historia sexenal, como el camino más idóneo para legitimarse como presidente de la República.

Esta perversión de una tarea de suyo compleja y gigantesca se constituirá en el talón de Aquiles de Calderón Hinojosa . Y para los altos mandos de las fuerzas armadas en la irrepetible oportunidad para copar mayores y mejores espacios, asumiendo tareas que son privativas de los civiles, usurpando funciones y violentando las normas constitucionales hasta convertirlas en papel higiénico.

Y en esto es experta la cúpula militar. Por ello el Ejército es la institución más recurrentemente denunciada en nuestro país y el extranjero como atropelladora de las garantías individuales y los derechos humanos de los mexicanos.

Sin embargo, algunas encuestas serias –no me refiero a las que hizo Guillermo Valdés Castellanos desde GEA-ISA para favorecer al candidato Calderón , quien lo premió designándolo director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional--, lo presentan como la institución más respetada por la ciudadanía. No es la más respetada, a mi juicio, sino la más temida. Y vaya que los editores de Forum y su colaborador el general José Francisco Gallardo Rodríguez padecimos durante ocho años y tres meses asfixiantes a los divisionarios Antonio Riviello Bazán, Enrique Cervantes Aguirre y Ricardo Gerardo Clemente Vega García .

Para reivindicar la legitimidad de Felipe de Jesús Calderón como titular del Ejecutivo, el secretario de la Sedena sostuvo en el 94 aniversario de la Marcha de la Lealtad: “La legalidad del comandante supremo de las fuerzas armadas reside esencialmente en el fallo de las instituciones, y éstas han sido contundentes”.

Tan contundentes que el divisionario Guillermo Galván Galván lo recuerda en forma reiterada y amenazadora en el séptimo encuentro presidencial con los mandos castrenses.

Ceremonias éstas en las que a Calderón sólo le interesa que sus adversarios políticos escuchen --y escuchen muy bien-- que gobierna apoyado en y por la milicia, así tenga que abandonar atropelladamente el Castillo de Chapultepec con la banda presidencial al pecho para que nadie dude sobre su condición de titular del Ejecutivo, pero sin rendir honores a la enseña nacional que a duras penas juró el 1 de diciembre respetar y defender. ¡Ah! Es que tenía una agenda saturada: encuentro en Pachuca, Hidalgo, con el equipo local de futbol, y la boda en Torreón, Coahuila, de su inolvidable amigo Jorge Zermeño Infante

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