Voz Latina: El derecho a preguntar

Este tipo de notas y sobre todo de hechos es el reflejo de políticas impunes y sobre todo violatorias a los derechos humanos. Si este país fuera la maravilla que dicen los periodistas podrían hacer su trabajo. Pero la muerte que los acompaña solo es el reflejo del estado de putrefacción en que se encuentra nuestra nación.


Por Agencias
POR JORGE RAMOS / Ochenta y dos periodistas murieron en el 2006 haciendo preguntas; después de Irak, el país más peligroso para hacer preguntas incómodas es México, con 9 periodistas asesinados

La periodista italiana Oriana Fallaci decía que no debía existir ninguna pregunta prohibida.

Todo se puede preguntar. Yo añadiría que con mayor razón si se trata de preguntarle a gente con poder.

Si los periodistas no preguntamos, ¿quién lo va a hacer? Nuestra principal función social es evitar los abusos de los poderosos y nuestra arma es la pregunta.

Ochenta y dos periodistas murieron en el 2006 haciendo preguntas, según la organización Reporteros Sin Fronteras. Después de Irak —donde murieron 40—, el país más peligroso para hacer preguntas incómodas es México, con 9 periodistas asesinados.

¿Por qué hizo esto? ¿De dónde sacó el dinero? ¿Quién le dio autoridad para actuar así? ¿Cuánto gana? ¿Quién lo puso ahí? ¿Quién es su amigo? ¿Quién es su enemigo? ¿Miente? ¿Cae en contradicciones? ¿Qué hace con nuestro billete? ¿Qué sabe hacer? ¿Con quién comió? ¿Por qué? ¿Quién le regaló eso? ¿A cambio de qué? ¿Qué esconde? ¿Me enseña su cuenta bancaria?... Son sólo preguntas.

Experimenten. Háganle algunas de estas preguntas a cualquier político —o a un amigo— y lo van a incomodar. Muy pocos pueden contestarlas todas.

Una vez aclarado que nuestro trabajo es preguntar, veamos dos casos concretos.

Hace unos días el vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, se negó a contestar una pregunta del conductor de CNN, Wolf Blitzer, quien atinadamente encontró una contradicción en el vicepresidente y buscó aclararla.

La hija de Cheney, Mary, es abiertamente lesbiana, lleva 15 años viviendo con su pareja y está embarazada. No ha informado cómo se embarazó. Mary Cheney tiene todo el derecho de hacer lo que quiera con su vida, con su pareja y con su bebé. Punto y aparte.

Pero quien vive en una contradicción es el vicepresidente Cheney. Él trabaja para un gobierno —el del presidente George W. Bush— que rechaza las uniones de las personas del mismo sexo y que lleva dos años buscando una enmienda en la Constitución para prohibir que ese tipo de relaciones se conviertan en matrimonio. La pregunta, entonces, es legítima. A quién apoya Cheney, ¿a su hija Mary o a su jefe Bush? Cheney le dijo al periodista que “había cruzado la línea” al hacer la pregunta —sobre el rechazo de los grupos más conservadores a embarazos como el de su hija— y se rehusó a contestarla.

Mi posición es la siguiente. Si un asunto privado afecta la vida pública de un país, los periodistas tenemos el derecho a preguntar. Se vale preguntarle al vicepresidente Cheney sobre las uniones de personas del mismo sexo.

Su opinión importa y tiene peso en el debate en EU sobre los matrimonios gay. ¿Acaso Cheney no quiere que mujeres como su hija tengan todas las protecciones y derechos que otorga la ley a los heterosexuales? Cualquier respuesta es noticia. Pero Cheney no quiso contestar al sugerir que el periodista se había metido en territorio prohibido.

Otro ejemplo.

Cuando Vicente Fox era Presidente de México le pregunté si tomaba antidepresivos. En ese momento —septiembre del 2003— muchos mexicanos trataban de explicarse por qué Fox parecía desanimado, sin ímpetu, sin grandes propuestas.

“No”, me contestó a la pregunta concreta de si tomaba Prozac. Antes de la entrevista tuve mis dudas sobre si hacer o no esa pregunta. ¿Me estaba metiendo demasiado en la vida privada de Fox? Al final, decidí hacer la pregunta porque su salud afectaba la vida del país y los mexicanos —creo— teníamos el derecho a estar informados.

Sé que a Fox no le gustó la pregunta pero la contestó. “Ustedes (los periodistas) tienen la libertad absoluta de preguntar y yo la libertad absoluta de responder”.

Quién iba a decir que Fox le pudiera dar clases de cómo contestarle a la prensa al vicepresidente norteamericano Dick Cheney.

Me preocupa por igual cuando los periodistas elegidos con dedo tienen miedo de hacerle preguntas duras a George W. Bush y a Hugo Chávez, por poner dos dispares ejemplos.

¿Cuándo fue la última entrevista dura que vieron o leyeron con Bush o con Chávez? Los políticos han aprendido muy rápido que le pueden dar la vuelta a los periodistas y utilizar la internet o sus puestos para dar discursos, pontificar, y no exponerse a las preguntas incómodas.

¿Por qué se va a querer arriesgar Chávez a que lo cuestionen en una entrevista sobre sus nuevos poderes casi dictatoriales si puede hablar durante horas, sin interrupciones, en su programa “Aló Presidente”? No hay pregunta prohibida. No hay pregunta tonta. Y cuando surge la oportunidad, hay que hacerla. Aunque sea la última vez.

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